Viernes, 01 de febrero
Keylin observó a Brent junto a Emilia, quienes cargaban unas cajas de cartón llenas de libretas, habían ido a recolectar un día más de lo acordado, ya que en la secundaria habían recibido una excelente respuesta de parte de los estudiantes. Lo cual almacenaba una enorme ilusión en su alma.
—Vaya que no me esperaba esa respuesta —confesó Brent, secándose las gotas de sudor que empezaban a resbalar por su frente, con la otra mano se sostenía la cadera—. Fue muy grato.
—Tal vez deberíamos de extender esta estrategia a otras escuelas, para seguir recalentando libros y llegar a más audiencia —sugirió Emilia, llevándose un mechón de cabello detrás de la oreja para ventilarse con la mano por el cansancio que era llevar cajas de libretas, Brent le dijo que no era necesario que ella las llevase, pero ella insistió.
—Sí, de hecho, lo he estado pensando; sería buscar otras escuelas y ponerme en contacto —complementó Keylin, sonriendo tan grande que sus ojos desaparecían en su rostro—. Después lo vemos, porque ya ven que necesitamos preparar los otros escritos para la siguiente publicación.
—Yo admiro tanto a los escritores que comparten con el mundo las palabras que para mí son un entretenimiento —argumentó él, escudriñando a su jefa que no estaba usando su típico atuendo formal, sino un conjunto más casual que daban una ilusión óptica de tener una estrecha cintura y anchas caderas de color naranja, con un peinado completamente liso, llevaba unos pasadores en forma de cruz que le sujetaba un pequeño moño de lado— ¿A dónde va usted? —preguntó con un toque de picardía, arqueando una ceja.
—¿Qué? ¿Por qué le dices? —Juntó el entrecejo, cabizbaja, detallando el resto de su atuendo que le daba un espléndido brillo sobre su piel morena—. Así visto yo.
—No seas entrometido —musitó Emilia en voz baja, entrelazando sus propios dedos a la altura de la pelvis—. Lo que haga o deje de hacer Keylin no es asunto nuestro —refunfuñó, torciendo sus labios en una mueca de desagrado.
Keylin carcajeó, negando con la cabeza. Ellos dos eran un equipo muy peculiar con sus disputas y diferencias radicales de opiniones. Emilia era una persona más sensata que meditaba todo su entorno mientras que el hombre era más extrovertido que hablaba sin pensar en las posibles consecuencias.
—Es que voy a ir con mi sobrina, porque está de cumpleaños —agudizó su voz y aplaudió con fervor—. Y la voy pasar con mi familia y unos amigos... —Se obligó a sonreír en sus últimas palabras, par de amigos entrometidos que se había conseguido.
Aunque, en realidad, el imprudente era la deidad, que había invitado a su asistente sin su consentimiento. Inclusive, le mandó un par de mensajes a ella, exigiéndole que debía de recordarle al rubio que hoy era el cumpleaños de Key, y Cupido lo había obligado a prometer que iba a asistir, hasta se había encargado de enviarle unos mensajes en la mañana.
—Espero que se divierta —apresuró Emilia antes de que Brent comentase algo de su gesto—. Es hora mía y de Brent ir a comer, está bien, ¿verdad?
—Claro que sí, y yo estoy de mal educada deteniéndolos aquí. Vayan, vayan. —Sacudió su mano en dirección a la puerta, para alentarlos a marcharse.
Sus empleados se despidieron de ella con cordialidad antes de salir de su oficina para perderse de su mirada. Keylin posó sus ojos una vez más sobre las cinco cajas que estaban apiladas en una esquina, para sujetar con fuerza su enorme bolso negro y salir de la oficina, asegurándose de que estuviese bien cerrada.
Las sandalias de plataforma pequeña hicieron eco sobre la oficina, caminó por los escritorios que se dividían por una ventana transparente. Los empleados no prestaron atención en su andar hasta que mencionó una frase para verse otro día, llegó hasta el elevador para presionar los botones hasta la planta baja.
En la entrada se encontraba una cabellera rubia despeinada, pero lograba sobresalir un poco los cabellos rosas de un perfecto peinado de la deidad ¿Por qué Cupido no había ido con sus padres? ¿Ella lo iba a llevar? ¿Weslay en serio se iba a unir con ellos?
Bueno..., él la había invitado a su departamento para conocer a su familia, no había nada de malo que él conociese la suya, ¿verdad?
Ella dio un par de zancadas hasta pararse detrás de su asistente para carraspear la garganta y así llamar la atención de los hombres. Cupido se inclinó un poco hacia la derecha para ver a la humana tan radiante, por un segundo visualizó en frente de unos reflectores con un aire que le alborotaba el cabello en cámara lenta.
Ella notó el enorme algodón de azúcar en forma de flor que llevaba en manos de varios colores; para el centro había uno azul, la primera capa de pétalos era rosa, la segunda azul y la última amarillo. Además, en la bolsa era adornado con un moño de listón diminuto. No había bromeado con regalarle uno a su sobrina el día anterior.
Weslay llevaba un regalo mucho más sencillo que no se podía apreciar, porque se ocultaba dentro de la bolsa pequeña de papel que también era adornado por un moño.
—Hola chicos, ¿están listos para irnos? Vamos a ir a la casa de mis padres, para cambiarnos a la camioneta grande e ir al acuario, ¿sí? —informó su plan, intercalando su miraba entre ambos hombres.
—Perfecto, Keylin. —Cupido levantó su mano con fuerza para impulsarse a caminar en dirección al auto—. Andando, chicos.
La morocha giró sobre sus talones para que los chicos siguieran sus pasos hasta llegar a su automóvil, con ayuda del llavero quitó el seguro a todas las puertas. El hombre y el dios intercambiaron una mirada fugaz, como debatiendo quién de los dos merecía estar en frente. La cuadrada mandíbula de Cupido se quedó estático para entrecerrar los ojos, Weslay juntó el entrecejo con diversión para rodar los ojos y finalmente abrir la puerta de atrás.