El capricho de Morfeo

021 I Elvira

Nicoletta tenía sus ojos cubiertos con la palma de su mano de esa luz chispeante que la dejaba ciega en lo que no sujetaba a Morfeo. Tal vez eran las altas de un automóvil que alumbraban en su dirección. Deslizó hacia abajo su palma de poco en poco aún con los párpados cerrados al dejar de sentir la luz.

Achicó los ojos, dándose cuenta de todo a su alrededor; ella estaba hincada sobre un pasto verde un poco seco, todavía la deidad se mantenía entre sus brazos, y parecía estar dormido.

¿Qué era lo que estaba sucediendo? ¿Por qué no estaba sobre la cera de la calle?

Echó una fugaz mirada hacia la espalda de Morfeo, él no llevaba ropa moderna. Al contrario, usaba como unas mallas de color negro con una camisa larga que parecía vestido y una soga estaba atado a la cadera. Lo cual dejaba a una chica aún más confundida. Ella prestó atención en sí misma, de igual manera usaba un atuendo similar; largo hasta cubrir sus talones y gris, al tocar su cabeza un pañuelo cubría su pelo.

Sacudió a la deidad con sutileza, ya que con cada segundo que estaba transcurriendo, se sentía más alterada. En cambio, Morfeo seguía dormido, por lo que aplicó más fuerza en su meneo.

—Morfeo, Morfeo —repitió continuas veces, volviendo a moverlo— ¡Despierta, coño!

Morfeo mencionó unas palabras inaudibles, relamiendo sus delgados labios, todavía en el pecho de la chica. Cansada, Nicoletta lo empujo en el suelo, ¿qué era lo que pasaba? ¿Es que los dos habían muerto?

El peliblanco abrió sus ojos de golpe cuando su cabeza se impactó contra el suelo, despertándolo de repente.

—¿Qué es lo que te pasa, humana? —preguntó con hostilidad, arrugando la nariz e incorporándose.

De igual manera, Nicoletta se levantó, sacudiendo su vestido e inspeccionando todo el lugar que se encontraban llenos de árboles frondosos con troncos anchos. Los pájaros se escuchaban con toda fuerza y ya no era de noche, era de día con nubes grandes que decoraban el cielo despejado.

—¿Dónde estamos, Morfeo? —inquirió con desesperación—. Lo último que recuerdo es que un grupo de hombres... —El volumen de su voz fue haciéndose más pequeño, sus manos temblaban un poco y la mirada la tenía perdida en un punto en el aire.

La deidad se percató de aquello, dio un paso hasta llegar a ella y acunó su rostro con las dos manos, obligándola a verlo. Sin embargo, Nicoletta seguía en un trance sin prestarle atención, por lo que dirigió una de sus manos a las de ella, poniéndolas en el pecho de él para que sintiera su respiración calmada.

—Está bien, ya pasó; ahora estás bien —aseveró Morfeo en un susurro tranquilizador, haciendo círculos con su pulgar.

Nicoletta de poco a poco comenzó a regresar en sí misma, admirando los ojos de la deidad, que por una extraña razón le brindan tranquilidad, su respiración empezó a regularizarse, y las horrendas imágenes se estaban borrando de su mente.

Morfeo tiró de ella hasta envolverla con los brazos, dándole calor. Recargó la mejilla sobre el hombro de él y aspiró con fuerza su aroma que era varonil. Unos instantes más tarde, echó un poco la cabeza para atrás.

—Gracias, ya estoy más tranquila —informó, torciendo los labios en una mueca, y alejándose de él hasta que la soltó—. Todavía no entiendo lo que está pasando aquí, ¿dónde estamos? —Señaló el lugar, sin que su cerebro fuera capaz de formular una respuesta coherente.

Aunque, a su lado se encontraba un dios griego ¿Qué tan lógico era aquello?

—No sé qué es lo que pasa, yo tampoco estoy entendiendo lo que está pasando.

—¿Estás seguro? —alargó la última palabra, como si no le creyera del todo.

—Si, humana inmunda ¿Es que no te acuerdas que me habían quitado mis habilidades porque te he quitado el sueño? —farfulló con frustración.

Nicoletta iba a replicar, cuando  se atravesó en su visión: una niña de unos siete años con vestido, una pañoleta que cubría toda su cabeza, y la mayoría de su cabello rojo. Ella llevaba una canasta de paja en la mano. Parecía que algo atrajo su atención dando pequeños pasos hasta ver una flor amarilla. Se agachó para arrancarla y ponerla en la cesta.

—Hola, corazón —saludó Nicoletta con fuerza, sacudiendo la mano para atraer su atención.

No obstante, la pequeña pelirroja no se inmutó, era como si no la hubiese escuchado. Al levantarse, mostró su rostro, y la ojiverde sentía que se iba a caer para atrás. Esa niña lucía idéntica a ella misma cuando tenía su edad, era como ver el reflejo en un espejo.

—¿Qué fue lo que pasó? —refunfuñó Morfeo, arrugando el entrecejo.

—Nada, no... Hola, corazón —repitió la pelirroja, girando hacia la niña que parecía estar ignorándola.

—¡Niña! —vociferó Morfeo cuando la vio alejarse, era como si fueran invisibles para ella.

La pequeña niña siguió sin escuchar y emprendió su camino. Nicoletta no sabía que hacer, por lo que optó seguirla, era como si una voz en su mente le ordenara que la siguiera con el dios detrás de ella.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —resopló Morfeo al ver a la humana alejarse.

—Pues seguirla —refutó con obviedad— , no es como si tuviéramos muchas opciones.

El infante canturreaba una canción en voz alta, incorporándose en el sendero. No tardó mucho hasta ver el inicio de pocas casas hechas de enormes piedras con techo de paja en las que circulaban algunos animales.

—Hola, hola —repetía la pelirroja a cada persona que pasaba por un lado, pero ellos no contestaban.

—¿No nos pueden oír? —Morfeo no dejaba de observar a la gente de su alrededor.

Nicoletta quería ir detrás de la primera niña que encontraron, por lo que vio entre la multitud una alegre que iba caminando de lado a lado con diversión, saludando a todas las personas. Ella parecía ser querida por todo el mundo.

—¡Nicoletta, Nicoletta, humana! —refunfuñó Morfeo cuando la vio alejarse con prisa detrás de la niña.



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En el texto hay: castigo, dioses, medicina

Editado: 08.10.2023

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