Sumida en la oscuridad, una conversación alejada la hizo consciente de estar atrapada en un letargo. Podía escuchar dos voces semejantes y al mismo tiempo distintas, que llegaban de algún lugar de la mansión. En medio de aquel sueño caminó por un momento y permaneció de pie frente a la puerta del salón de música. Sin hacer ruido al abrir, vio a los gemelos, uno sentado en el alféizar de la ventana, sosteniendo un cuaderno de dibujos junto a una pluma con punta de plata, y el otro en el banquillo de un precioso piano blanco, con los brazos cruzados sobre la tapa que cubría las teclas.
Era el mismo instrumento que admiró en la hoja olvidada de la biblioteca y mientras el de la ventana dibujaba con una sonrisa, su igual lo miraba con expresión estoica y resopló antes de continuar la conversación que la despertó.
—Eres un terco —reprochó con sequedad—. ¿Por qué aún las escuchas?
—Supongo que se aburrieron de tratar de hablar contigo —respondió—. Eres un obstinado.
—Si papá se entera de que las escuchas, te meterás en problemas —advirtió preocupado.
—Lo sé, pero…
—Te aterra no saber qué pasará. ¿No es así? —dijo deslizando su mano sobre la cubierta de las teclas.
—No sé lo que sucederá, ellas no son precisas —contestó con calma, dejando a un lado el cuaderno de dibujo—. Es difícil entender lo que declaran algunas veces. Sin embargo, me han contado que alguien vendrá a ayudarte. Incluso he podido verla.
—Te están volviendo loco —dijo mirándolo preocupado—. ¿Para qué quiero yo ayuda?
—Eso no lo sé, Rayden. Ya te mencioné que no son específicas —repitió paciente antes de dedicarle una sonrisa—. ¿Podrías tocar la canción de cuna de mamá? Por favor.
Ante su petición, Rayden se encogió de hombros y resignado, dejó escapar un resoplido. Bianca lo observó descubrir las teclas y empezar a tocar.
—¿Le gusta la música, señorita? —interrogó con una cálida sonrisa el niño en la ventana.
Bianca sintió que se le paralizaba el corazón al darse cuenta de que la miraba y observó a Rayden, que ya no se inmutaba por las palabras de su hermano.
—Él no es real, Bianca —comentó risueño—. Ese que está allí, no es más que el fragmento de uno de mis recuerdos. Rayden ya no es tan pequeño.
—Usted es Rehys —exclamó desconcertada.
—Así es. De niño, adoraba escucharlo en el piano, aunque ya no recuerda cómo tocar.
—¿Por qué no? —interrogó con rapidez.
—Sacrificó mucho por nuestra familia.
Bianca vio al niño de la ventana, transformarse en un joven apenas un poco menor que Rayden y aunque eran idénticos en sus facciones, Rehys tenía el cabello largo, sujeto por una cola de caballo. El piano y su intérprete se desvanecieron, haciendo que el silencio reinara en el salón.
—Las voces del destino dijeron que tú vendrías a ayudarlo —declaró con entusiasmo.
—¿Es por eso que suceden estas cosas? —preguntó con sorpresa.
—Eso me temo. No obstante, no hace falta que te preocupes, todo saldrá bien. Rayden no dejará que algo malo te pase.
—¿A qué debo ayudarlo?
—No estoy seguro —confesó apesadumbrado—, aunque, te suplico que no lo abandones. Prometo que te cuidaré todo lo que pueda. Ya es tarde, hasta otra ocasión.
—Adiós —musitó confundida.
Bianca lo vio desvanecerse y despertó para el desayuno. Hizo sus labores sin dejar de pensar en el sueño y recorrió la mansión, tratando de descubrir que hacer. Quería hablar con Rayden, pero no sabía cómo preguntarle sobre su hermano. Llegó a la biblioteca y le sorprendió encontrar a la muñeca encima de la mesa, intentando con desesperación abrir una gaveta, pero con verla saltó, corrió escaleras arriba y desapareció.
Se acercó a la mesa y al examinar la cerradura, descubrió que la llave estaba atascada y le tomó tiempo sacarla sin que se rompiera, por culpa de la cerradura oxidada. Abrirla no sería sencillo. Guardó la llave en su bolsillo, subió al segundo piso, se acercó a la última estantería y encontró la puerta por donde la muñeca escapó, pero como imaginó, tenía seguro. Regresó a examinar la mesa y se le ocurrió una idea. Colocó aceite en la llave y la cerradura, antes de ir a cenar y al volver, zapateó furiosa de encontrar la gaveta abierta. Un sonido en el tercer piso la distrajo y al subir las escaleras, divisó a la muñeca huyendo con un libro sobre su cabeza.
Sostuvo la puerta y la siguió sin comprender cómo podía correr tan deprisa, con esas piernas pequeñas y cargando un libro de su tamaño. La muñeca se deslizó por la escalera montada en el tomo y corrió por el pasillo, repitiendo aquello de un piso a otro hasta la planta baja, donde entró al salón de música y Bianca irrumpió antes de que lanzara el libro a la chimenea. Casi se quema las manos y apenas logró apagar el fuego que empezaba a calcinar los bordes. La muñeca bufó enojada y escapó, mientras Bianca ocultaba el libro en su vestido, para ir a su habitación.
Editado: 03.12.2024