El caso Oleaje

Capítulo VI

-Este será nuestro amigo. –Dijo Javier señalando a un pequeño barco en el muelle.

Era por la madrugada, y Javier y yo habíamos quedado en el puerto. Él me dijo que tenía un amigo que nos podría ayudar bastante y eso hizo que dudara un poco pero que a la vez me sintiera más seguro de tener otra cabeza pensante en todo esto. Pero era un puto barco.

-Este pequeño artilugio nos podrá llevar a intentar averiguar el origen de todo esto. –Continuó.

Nunca jamás había subido en un barco, pero creo que no me gustaba. Sentir mareos, náuseas, y vomitar en alta mar no era uno de mis hobbies. Además, ¿y si nos pillaba una tormenta? Era bastante tarde y estaba todo oscuro, y tenía miedo de que nos perdiésemos. Me quedé mirando el pequeño barco unos segundos y Javier me dijo:

-¿Qué te pasa, tío? ¿Tienes miedo?
Lo miré seriamente con la intención de que se callara de una maldita vez, pero no lo conseguí.

-Ósea que, vas a pescar. Te encuentras restos humanos dentro de un puto pez y, para colmo vuelves a ir a por más peces para asegurarte. Y ahora, te da miedo subirte a un puto barco de mierda.

Si lo decía así, sí que resultaba bastante estúpido.

-Te juro que si esto es lo que creemos que es, subir aquí no va a ser lo peor.

 

Subí al maldito barco, joder. Vomité dos veces, y no había pasado ni media hora desde que desembarcamos. Por lo demás, esto no solo era un barco. En realidad, era un pequeño submarino con una gran potencia luminosa y de visión. Se constituía por tres pisos –o dos y medio, depende.-: La parte exterior, que básicamente tan solo era media parte, que te permitía subir a tomar algo de aire mediante una escotilla, entrar y salir; El piso del medio, es decir, el primer piso, que era algo parecido a una caravana extraña, o un piso de estudiantes, con una mini cocina, un sillón y un sofá cama recogido; y el último piso pero la más importante, rodeada de ventanas gigantes transparentes, con sus respectivos focos, que te permitía ver con una claridad casi desgarradora todo lo que se encontraba en el mar, y cómo no, la base de mandos, el timón. Me extrañaba que Javier se hubiera comprado un submarino como este, pero entonces me acordé de muchas cosas que Javier, me estaba contando: Él y su mujer, Clara (mi prima) hace mucho tiempo tuvieron una hija. Ellos dos habían estado ahorrando muchísimo para que ella pudiera entrar en una buena escuela y tener algo de futuro (si es que se puede tener en este país), bastante antes de que ella naciera. Pudieron reunir bastante dinero. Y cuando ella cumplió 3 años, murió por muerte prematura. Ni los médicos ni nadie supieron por qué había pasado, pero les dijeron que era bastante normal en niños muy pequeños. Ellos dos estaban destrozados, obviamente. No le puedes decir a un padre que es relativamente normal que niños como tu hija mueran sin causa aparente. Pasó mucho tiempo y Javier entró a hacer el master en biología marina, y después de aquello, decidió comprarse esto con el dinero que habían invertido en la niña. Mientras Javier navegaba entre sus memorias contándome esto, pude ver algunos destellos de tristeza cruzar su rostro, pero nada que le hundiese del todo. Javier era un hombre bastante fuerte, y estoy seguro de que era un padre de puta madre.

 

Estuvimos casi toda la madrugada en busca de algo que nos pudiera ayudar, pero no nos paramos a pensar que tal vez, la causa de todo esto, se encontraba muy, muy lejos de la costa. Éramos dos tíos parecidos. Los dos, éramos muy impulsivos. Pero yo creo que el tipo de gente como nosotros son los que al fin y al cabo mueven el mundo. Sin pensar. Estábamos en la parte más baja del submarino y estábamos rodeados por cristales duros que nos permitían ver todo lo que nos rodeaba sin ningún peligro. Además, los tremendos focos incorporados a sus pareces hacían que pudiéramos verlo todo muchísimo más claro. Mis párpados iban cayendo, empezando a ver borrosa la figura morena y grande de Javier, que estaba apoyado también en uno de los asientos que había en la base de mandos, ya casi durmiendo. Teníamos puesto el navegador automático, que dirigía el barco rodeando la costa, bastante más lejos de la orilla. Mis párpados ya se habían cerrado del todo cuando empecé a oír pequeños golpes en la parte exterior del barco. Algo –o alguien- estaba chocándose con el barco. Javier pegó un salto y se dirigió a la base de mandos, dónde también había incorporadas unas pantallas. Javier pegó sus ojos a una de esas pantallas, donde se mostraba un radar. Empezó a pulsar botones de la base de manos y algunos de los focos se apagaban, y otros se encendían, cubriendo el (casi) fondo del mar con una luz cálida.

-¿Qué pasa? –Pregunté curioso.

-Parece que estamos ante una gran masa de peces.



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En el texto hay: asesinato, arrepentimiento, peces

Editado: 13.09.2018

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