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LA ODISEA DE PIZZA FARLAND
Cinco viajes a las maravillosas tierras de Farland…
Debo confesar que, para cuando terminó la jornada de trabajo en Pizza Farland, tenía una opinión muy distinta respecto de la integridad y confianza que podía depositar en Abraham Funnyman. Si bien este chico que me había impuesto la imagen de un glotón incapaz de tener una pizza en las manos sin darle una mordida, además de ser su culpa que yo estuviera atrapado en este empleo en primer lugar, la verdad era que su lealtad hacia los amigos era incuestionable, y con la velocidad de la que ya hemos hecho alarde en aventuras anteriores, había realizado las entregas con tanta diligencia y rapidez que definitivamente aligeró el trabajo que Mairo me ponía. Tanto fue así que al parecer Mairo se dio por satisfecho y al día siguiente decidió que podía encargarnos menos entregas aunque fueran un poco más lejanas.
–Seguramente han visto mis comerciales en la electrovisión, muchachos– ladró Mairo.
–Yo no– dijo Max, sin quitar la vista de su revista de crucigramas –Ni yo– lo secundé.
–¡Yo sí los he visto!– exclamó Abraham –Pizza Farland. Entregamos rápido y caliente a cualquier parte de la isla en menos de media hora o es gratis.
–Así es– dijo, con una pizca de jovialidad que no le había visto en los dos días que llevaba trabajando –Claro que no es muy común que nos pidan pizzas fuera de Villa Gris, pero cuando sucede, es cuando debemos dar un mejor servicio, para que los forasteros nos recomienden con sus amigos y se vendan más pizzas.
–¿No sería más fácil inaugurar una sucursal en cada pueblo?
–Si tienes dinero para pagar renta, gas, mobiliario y publicidad en cada pueblo de la isla, te apoyo, Platas– dijo con saña.
–¿A qué pueblo será la entrega, señor Gross?
–Ya les preparé una ruta de entrega– nos explicó mientras le daba a Abraham una pequeña bolsa de plástico con dinero y una hoja escrita en letras farlandianas –La primera entrega es en Villa Azul. De ahí tomarán un transporte a la aldea de Trubbs, después irán a Villa Naranja, luego a Villa Fucsia y finalmente a Utaunac, donde tomarán el transporte de regreso a Villa Gris. Las direcciones están aquí anotadas y cada entrega está relativamente cerca de las estaciones, así que no hay excusas para perderse.
Me miró con severidad tras este comentario.
Hecho esto se despidió de nosotros y pidió a Max que nos escoltara hasta nuestro medio de transporte.
–Es un día nublado– comentó el adolescente –Muy bueno para viajar. El sol no les lastimará los ojos.
–¿En qué vamos a viajar?– pregunté intrigado –Toma más de tres horas recorrer Farland en metro, y Abraham y yo no podemos manejar motocicletas.
–Obviamente no llegarán en ninguno de los dos transportes, chicos. La única forma de llegar enseguida es por aire.
–¡Genial!– exclamó Abraham –¡Me encanta viajar en catapulta!
–¿Catapulta?– repetí con intriga.
–Sí, es un medio de transporte muy práctico– respondió Max más para Abraham que para mí.
–La manera más rápida de viajar– añadió mi amigo con el tono que alguien usaría en un comercial.
–Y lo mejor, según Mairo– concluyó Max –El medio de transporte más barato.
–No pueden estar hablando en serio– opiné mientras seguíamos avanzando por la ciudad –¿Catapultas de transporte?
–Así es.
–¿Y qué significa catapulta en farlandiano?
La verdad es que no lo creí hasta que tuve frente a mis ojos el edificio.
–He pasado por aquí antes, pero siempre creí que era una estación de autobuses.
–Claramente dice ahí que es el Catapuerto de Villa Gris.
–Jaime es de afuera. Él no sabe leer farlandiano, Max– le informó Abraham. El adolescente pareció sorprenderse.
–¿Cómo puedes hablarlo tan bien y no lo lees?
–Yo no hablo farlandiano– le repliqué –Ustedes hablan español.
–Nunca aprendí a hablar en español– respondió, como si yo hubiera dicho una barbaridad –Cuando los farlandianos somos bebés, nuestra incubadora nos enseña, entre otras cosas, algunos idiomas extra que son comunes en el mundo exterior, pero yo nunca he sido bueno con las lenguas adicionales.
Aquello me confundió aún más, pero no importaba. Lo importante era que este Catapuerto era real, y efectivamente había varias catapultas preparadas con diferentes destinos.
–Catapultas a Villa Azul, Villa Carmín, Villa Roja y Utaunac favor de formarse en sus respectivos andenes– dijo una voz a través de un megáfono.
–Hay que darnos prisa– dijo Abraham –Nuestra Catapulta ya va a ser disparada.
Abraham se formó en la taquilla a comprar los boletos mientras yo observaba un letrero en farlandiano con su traducción al español en la pared.