El Chico De Las Pizzas

4. LA VISITA DEL ALCALDE

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LA VISITA DEL ALCALDE

Hombres de negocios comiendo pizza…

 

Esa mañana me levanté y me dirigí inmediatamente a desayunar.

–Buenos días, Fransuá– dije al mayordomo, que me miró con asombro.

–Vaya, el señorito ha estado practicando.

Sin entender el significado de aquellas palabras me dispuse a preguntarle a qué se refería, pero fui interrumpido por mi hermano Alex, que llegó refunfuñando al comedor, como todas las mañanas.

–¿Ahora qué te pasa, hermano?– le pregunté al notar la amargura en su rostro. Él cambió su expresión por una de asombro, como si yo acabara de decir algo increíble.

–¿Qué has dicho? No te entendí nada.

–Pregunté qué te pasa– le corroboré.

Siguió mirándome como si le hubiera dicho una grosería hasta que mi padre llegó al comedor y nos saludó con su euforia habitual.

–Papá– gimió mi hermano –Jaime está hablando raro.

–¡No es cierto!– gruñí –¿Qué pasa con ustedes hoy? Se están comportando muy extraño.

–¡Hijo mío!– exclamó mi padre con júbilo –¡No puedo creerlo! ¡Al fin empiezas a hablar en farlandiano!

–¿De qué hablas? No estoy hablando en otro idioma. Escúchame, hablo en español, como siempre.

–¿Qué están diciendo los dos?– gimoteó Alex, poniéndose impaciente –No entiendo nada de lo que dicen.

–No me sorprende que aprendieras a hablar el idioma de los nativos tan pronto– continuó mi padre, ignorando los gritos de Alex pidiendo una explicación –Después de todo, a mí me llevó sólo 4 días aprender el idioma. No podía esperar que un hijo mío demorara más de un mes.

–Yo no hablo en farlandiano.

–Claro que sí, ¡escúchate!

–¿Tú entiendes algo de lo que dicen, Fransuá?– preguntó mi hermano alzando la voz.

–Conozco algunas palabras y frases en farlandiano– dijo el mayordomo mientras vertía un poco de leche en el plato de cereal de Alex –pero lo hablan demasiado fluido y no les entiendo.

Muy molesto, mi hermano tomó su plato y se fue a desayunar a su cuarto.

–¡No es posible!– continué, dirigiéndome a mi padre –¿Cómo podría hablar un lenguaje sin saber que lo conozco y sin haberlo escuchado? No tiene sentido.

–Claro que lo has escuchado, hijo– corrigió mi padre sirviéndose un hot cake –Has convivido con tanta gente que habla el idioma que no me sorprende que lo aprendieras tan rápido. Sabía que te convenía hacerte amigo de los Splitz. El día que nos llevaron a conocer su rancho, saliste hablando muchas palabras en farlandiano.

–Papá, los Splitz hablan español.

–No, hijo– concluyó antes de dar la primera mordida a su desayuno –Al Splitz nunca ha estudiado español.

Si bien este incidente por sí solo fue muy extraño para mí, mi encuentro esa mañana con mis amigos no fue más satisfactorio.

–Hola, muchachos– saludé, poniendo especial atención en cada sílaba pronunciada por mi boca, pero la reacción fue la misma.

–¡Jaime!– exclamó Abraham asombrado –¡Al fin has aprendido farlandiano!

–¡Eso es genial!– secundó Vivian –Estaba cansándome de tratar de hacerme entender contigo en español.

–Ahora que sabes hablarlo, no tendrás problemas en aprender a leerlo, amigo.

–Tengo una hermana que se dedica a enseñar a leer a los adultos mayores los fines de semana– añadió Lily –Si quieres puedo decirle que te dé algunas clases.

Mientras yo reflexionaba que realmente aquello no era una mala idea, mi hermano Alexander se nos unía, paseando por la acera en compañía de sus dos matones de edad preparatoria, Varret y Lamor.

–¡Oh, vaya, pero si son ustedes!– saludó frívolamente.

Abraham le dirigió un saludo con la mano, y sus gorilas retrocedieron.

–¡No crean que me he olvidado de lo ocurrido en nuestro último encuentro!– continuó –Sin embargo, no tengo tiempo para ustedes. Tendré una junta muy importante en la tarde y no puedo permitir que la gente se entere que he tratado con tipejos como ustedes.

Dicho esto, se retiró, con sus guaruras siguiéndole el paso muy de cerca.

–¿Qué clase de junta podrá tener?– se preguntó Lily en voz alta.

–Eso no importa– concluí –¿Me decías algo sobre cierta hermana tuya?...

–Puedo llevarla a tu casa cuando salgas de la pizzería.

Le agradecí por ello. Miré mi reloj y descubrí que se me estaba haciendo tarde.

–Los veré luego. Gracias de nuevo, Lily. Vamos, Abraham, debemos llegar a Pizza Farland.

–Lo siento, compañero– respondió con tristeza –Hoy no puedo ayudarte. Prometí ayudar a Al con su trabajo.

–¡No puedes dejarme solo!– exclamé –¿Qué tal si vuelvo a meterme en problemas? ¿Qué haré si alguien quiere decapitarme por llevarle una pizza sin queso extra o me meto en otra riña del pueblo?




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