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—Lo lamentamos, señorita Monroe. Su préstamo ha sido rechazado.
—¿Cómo dice?
—No cuenta con los créditos suficientes para ser aceptada por nuestro personal —dijo, entregándole la carpeta con los documentos a la joven—. Le aconsejamos busque otro banco.
Daily guardó silencio mientras observaba los ojos oscuros de aquel funcionario. Le sonrió y aceptó los papeles.
—Ustedes son el banco con la menor tasa de acreditación… No me diga que no cuento con los créditos suficientes —fijó su mirada en él—. Sea sincero —resopló —. Es por Whitebox, ¿no es así?
El hombre se reservó darle una respuesta, más que todo por indicaciones de personas más poderosas que él. Ella volvió a sonreír, dejando escapar una risita—la cual indicaba el poco lapso de tiempo que restaba para perder la cordura—, se situó de pie con la intención de marcharse, pero no sin antes afirmar sus manos sobre el escritorio.
—Llévele un mensaje a su jefe —pronunció molesta—. Dígale que es un cobarde —concluyó, dándose la vuelta. Guardó la carpeta de mala gana en su bolso de mano y afirmó sus pasos sobre el piso, haciendo sonar aún más sus tacones.
Cuando abandonó las instalaciones del banco, el sol de la tarde el cual escandalaba a todos los habitantes de la ciudad, le hizo sentirse más molesta. Abrió su sombrilla, empezó a bajar las escaleras y cuando menos lo esperaba, su tacón no pudo soportar más los años de uso que le había dado, lo que la hizo perder el equilibrio. Logró mantenerse de pie con la ayuda de las barandas de las escaleras, apartó los tacones de sus pies y volvió a ponerse derecha. Terminó de bajar las escaleras y desechó los zapatos antiguos en un bote de basura cercano. Pretendió continuar caminando, sin embargo, la decepción fue tanta que no pudo evitar gritar para desahogar su frustración. Llamó la atención de los demás peatones, pero aquello no le importó. Abrió su bolso y también desechó los papeles de su última opción, haciéndolos trozos. Hizo ejercicios de respiración para calmar su pequeño ataque de ira y mientras cerraba los ojos supuso que su colera se había calmado. Retomó el camino peatonal mientras sentía el fogaje del pavimento en sus pies, y con la idea de que se le ocurriría otra opción para mantener sus sueños a flote, se dirigió a casa.
Antes de traspasar la puerta permaneció observando el acto de caridad que hacía el edificio de en frente. Retuvo sus ganas de ir a tumbar el puesto de comida e ingresó a su casa. No vio a ningún cliente, solo a su madre jugando Solitario tras el mostrador. La mujer alzó su cabeza y observó el rostro de su hija. De inmediato supo que no había ido bien.
—¿Te rechazaron también? —le preguntó, enfocando su atención en ella.
Daily terminó de ingresar al negocio, cerró su sombrilla y tomó asiento sobre la última mesa del local.
—Si… —respondió—. Pero no te preocupes, encontraremos otra opción. Estaba pensando en los prestamistas.
—Daily, eso es una mala idea —concluyó—. Ya sabes cómo terminó ese hombre Roberto. Aun no se recupera de la golpiza.
—No creo que golpeen mujeres, madre.
Lauren levantó sus cejas y Daily aceptó.
—Tienes razón. Es una mala idea, entonces…
—Daily, ya no te esfuerces más —interrumpió—Mira tus pies. Te dije que tomaras dinero de la caja para comprarte unos tacones… Aceptemos la propuesta de los abogados. Nos irá mejor en otro lugar.
—No puedo creer que estés diciendo eso —Daily se situó de pie, y su madre observó sus medias maltratadas—. Esta es nuestra casa, es nuestro negocio… —recordó, caminando hacia la mujer—. Es lo único que nos dejó papá.
—Lo sé.
—¿Y quieres dejarlo?
—Es lo mejor para ambas.
—Eso es terquedad —aseguró ella, apoyando sus codos sobre el mostrador—. Ya perdimos un local, no quiero perder este otro —mencionó sutil, bajando su cabeza a la madera antes de empezar a golpearse.
—Llevamos 5 meses y sólo un poco más de una decena de clientes, Daily… Ya deberíamos aceptar y mudarnos.
—Pero no tenemos clientes por esa empresa de porquería —masculló, aun golpeando su cabeza—. Tiene amenazado a nuestro negocio… ¡Hasta regala comida en frente de nosotras! —se quejó, golpeando su cabeza con más fuerza.
Lauren estiró su brazo y ubicó su mano sobre la mesa, evitando que su hija siguiera golpeando su cabeza.
—¿Y si nos desnudamos? Eso atraerá clientes —propuso, causando risas en su madre.
—No es tan mala idea —bromeó, antes de que Daily alzara su cabeza. Ella no sonreía.
—Nada de esto estuviera pasando si Dorian estuviera con nosotros —mencionó, haciendo que su madre dejase de sonreír.
—Por todos los santos, Daily. ¿Aun no lo superas? Ya han pasado más de 15 años.
—No, no lo supero, madre —aceptó de mala gana, casi gruñendo. Bajó su cabeza de nuevo a la mesa y empezó a golpearla de nuevo—. Aunque nos trató mal la ultima vez, era tan inteligente como Felipe… Dorian seguro nos ayudaría.
La chica sabía que no lo necesitaba, y este sentimiento se incrementaba más si recordaba lo que sucedió la última vez que hablaron, sin embargo, la compañía de él seria de mucha ayuda. Por otro lado, Lauren no pensaba de esa manera.
—Ya olvídalo. Mejor empaquemos.
—¡Que no! Ya encontraré una solución —afirmó, levantando su cabeza—. No empaques nada, si lo haces lo quebraré —le informó, observando a la mujer con determinación—. Además, mañana es viernes. La iglesia nos comprará las galletas —recordó—. ¿Están listas, cierto?
—Y empacadas.
—Perfecto. Entonces iré a tomar una ducha y cambiar mi ropa, apesto a sudor.
Lauren sonrió y observó el cuerpo de su hija antes de que esta subiese las escaleras. Llevó su vista de nuevo a la computadora y continuó jugando mientras pensaba en una forma de convencer a aquella niña perspicaz.