La cafetería a la que habíamos decidido ir estaba vacía, y casi lo agradecí; después de lo que había pasado, no quería ver a muchas personas a mi alrededor. Aún me hervía la sangre por lo sucedido. Las ganas de pegarle un tortazo habían sido inmensas, y la verdad, me había contenido bastante; no creía que fuera buena idea pelearme con un alumno, considerando mi expediente. Nos situamos en unas mesas un poco alejadas, al lado de la ventana. En esos momentos, cuando me senté, me permití apreciar la decoración del local. A pesar de estar de malhumor, disfrutaba de cada detalle que me rodeaba; era algo que mi madre me había enseñado.
Ella solía decir que las personas no contemplamos los detalles que nos rodean, que nuestros estilos de vida nos impiden apreciar lo que tenemos, como una puesta de sol o un bosque; en este caso, una cafetería. Era bastante bonita, de esas que me daban buenas sensaciones nada más entrar. Las paredes eran blancas, pero la mitad de ellas estaba decorada con cuadros en tonos blanco y rosa. Las mesas eran redondas, blancas, con patas doradas. Diversos cuadros de cafés y postres adornaban las paredes.
Observé que las ventanas eran de color rosado y la barra, blanca. Era una cafetería modesta, pero que ofrecía un aire acogedor. Sin duda, se había convertido en mi sitio favorito por el momento. La música inundaba el local; era suave y tranquila, nada que ver con la típica música marchosa que solían poner en algunos bares de copas, o eso me habían comentado, ya que aún no había ido a ninguno. Una camarera nos atendió de inmediato. Sus ojos recorrieron a todos los presentes, pero se detuvieron en seco al ver a James, quien la ignoró por completo, como si no se hubiera dado cuenta de su presencia. Era sorprendente la capacidad que tenía para no darse cuenta de que captaba la atención de todos, aunque algunas personas no parecían notar su presencia.
—¿Qué les pongo, corazones?—preguntó la camarera.
—Un té verde, por favor—me atreví a decir, y la chica me miró como si me hubiera salido un tercer ojo.
Mis ojos se dirigieron de inmediato hacia James, quien me miró con una ceja alzada, como si no pudiera creer que hubiera pedido eso y no otra cosa. Con una sonrisa inocente, me encogí de hombros. Adoraba los tés; mi madre siempre tenía en casa y me había acostumbrado a tomarlos desde pequeña. Quizás porque la veía beberlo y quería ser como ella, no lo sé, pero siempre he tenido fascinación por ellos.
—Un batido de fresa para mí—dijo Alexa, y noté que sus mejillas se sonrojaron.
—Que sean dos—dijo Izan con una sonrisa.
—Una cerveza—cuando James dijo eso, no pude evitar ponerme tensa, aunque intenté ocultarlo con una sonrisa falsa.
No sabía si James tenía problemas con el alcohol; la última vez que lo vi, estaba borracho y deambulaba por los pasillos con esa sonrisa estúpida que se les pone a los borrachos. Pero no debía meterme en sus decisiones; por ahora, solo nos estábamos conociendo, no éramos amigos para hablar de sus adicciones, si es que las tenía.
—Vale, corazón, enseguida—dijo la camarera, guiñándole un ojo.
Noté que Alexa se puso tensa. Vi que miró de manera fugaz a James, quien no dejaba de mirarme a mí. Mi cuerpo se tensó al instante; era algo que solo me pasaba cuando él me miraba, como si no esperara tanta atención por su parte. Miré a mi alrededor, tratando de aparentar que no había notado su mirada tan intensa, aunque había sentido la fuerza de su mirada en mí.
—Vaya mañana—masculló Izan, haciendo que todos los presentes lo miráramos.
—Sí, la verdad es que no me esperaba que acabara así—me reí un poco por lo bajo.
James pasó el brazo por el respaldo de la silla de Alexa, acercándola aún más a él. Mis ojos se dirigieron hacia su mano, que reposaba en el hombro de la chica. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Me gustaba que las personas se dieran muestras de afecto, y sentía cierta química entre ellos, lo cual me alegraba; Alexa parecía una buena chica. Izan, al ver que los miraba, sonrió y, sin más, me atrajo hacia él, estrujándome, lo que provocó que ambos nos riéramos. Por el rabillo del ojo, vi que James se puso tenso, pero no dijo nada; solo apartó la mirada, lo que me hizo fruncir el ceño.
—Mi Alice, ¿sabes que tienes nombre de chica con esquizofrenia?—dijo Izan, y yo puse los ojos en blanco.
—Qué gracioso, Izan; sin duda, tú serás mi sombrerero loco—le saqué la lengua.
—¿Dónde está mi conejo para tirarle la taza de café? Sin duda, con el cabreo que llevo encima, me aliviaría mucho.
Le di un codazo en el hombro. Vi que Alexa agachó la cabeza, y sin dudarlo, me acerqué a ella y le levanté la mirada:
—Nunca te avergüences, y menos cuando no has hecho nada.
Ella me miró con ojos llenos de brillo, lo que hizo que mi sonrisa se ensanchara. Me gustaba mucho ayudar a las personas; era algo que me salía de manera natural. La camarera se acercó con nuestro pedido y empezó a repartir las bebidas. Cuando iba a dejar la de James, miró donde tenía puesto el brazo, rápidamente quitó un papel de la bandeja y se fue mascullando un "disculpa". Izan me miró y yo le devolví la mirada; sin dudarlo, estallamos en carcajadas. Era una situación cómica, y se agradecía poder bromear un poco a pesar de las circunstancias en las que nos encontrábamos.
Siempre me ha parecido curioso cómo hay personas que sufren en silencio, que callan y se niegan a decir cuando tienen un problema. Desde que era pequeña, nunca había tenido ese problema. Mi madre nos enseñó a mi hermana y a mí que, cuando estuviéramos en una situación de apuro, debíamos pedir ayuda si no podíamos con ella. Agradecía la madre que tenía; a pesar del dolor que había sufrido a causa del desgraciado de mi padre, no había borrado el atisbo de bondad que solo ella podía tener.