El chico ojos de fuego

35. Un mundo cruel y hermoso

Todo era oscuridad. Tentáculos de sombras y tinta abalanzándose sobre mí, arrastrándome a las profundidades, a la nada.

Lo último que había visto fue la daga volando desde la mano de mi mejor amigo hasta el cuello de Mitzuki. Eso fue antes de caer al arroyo. Antes de perder.

Sabía que no saldría de esta. Quien caía en este arroyo maldito moría, esa era la leyenda que me contaron de pequeño y nunca creí. Pero ahora me preguntaba si, tal vez, sí estaba maldito. Al igual que yo. De cualquier forma, el arroyo estaba lleno de pozos y remolinos y yo estaba demasiado débil, demasiado herido para intentar nadar. La verdad, ya no me importaba morir. Habría muerto dando la vida por mis amigos. Esa parecía una buena forma de morir.

Tampoco temía pagar mi castigo. Había matado a dos personas. Pudo haber sido que Lucas lanzó la daga, pero fui yo quién se lo pedí. Yo maté a Brunner y Mitzuki.

En realidad no estaba seguro si seguía vivo o ya había muerto. Era difícil saber cualquier cosa cuando estaba rodeado de tanta oscuridad. No podía sentir nada. Sólo era el susurro de una vida flotando en el vacío. Quizás me encontraba en el Limbo o el Purgatorio, esperando saber a dónde mandarían mi alma. ¿Al Infierno o al Cielo? ¿Con mi padre o con mi madre? Porque no me cabía ninguna duda de que Max estaba en el Infierno, esperaba que lo esté. Aunque yo deseaba ir al Cielo con mi madre. Quería ver a Eleonor más que nada en el mundo. Quería saber que se sentiría abrazarla, sentir su mano acariciando mi cabello y sus labios besando mi frente. Quería que ella me escuche decirle mamá.

También quería ver a Bianca y decirle que Sebastián nunca se convirtió en un monstruo, que fue el mejor hombre que jamás conocí y que vivió feliz y amó mucho. Quería ver a Adelina y contarle lo valiente y maravillosa que era su hermana. Quería ver a la mamá de Sofi y pedirle perdón por dejar a su hija, por no permanecer con ella durante más tiempo. Pero le prometería que la seguiría amando y la cuidaría. Si había vida después de la muerte, lo haría. Cumpliría la promesa que le hice de niños, lo haría durante toda la eternidad.

Dicen que, antes de morir, las personas ven pasar su vida ante sus ojos, como el tráiler de una película. Yo no vi mi vida. Yo los vi a ellos.

Mi mamá cantándome. Mi padre llevándome upa de la sala a la cama. Brenda y Mica acurrucadas a mi lado en el sofá. La risa de Lucas. Los besos de Sofi.

Y ella.

La muchacha que me acompaño cada noche. Ella era una parte de mí como mi propia alma. Su capa de humo rojo, su cabello de plata, sus ojos de luz pura, su hermosura divina. Y cuando sonrió, todo se convirtió en luz. Todo lo que antes fue negro ahora era de un blanco cegador. Pero claro, que nada podía cegarme ahora que estaba muerto.

«No estás muerto, Nahuel Lowell» dijo su voz, tan clara y brillante como la luna. Porque ella era la Luna. Ella era la del mito que me contó Alfonsina. Ella había protegido al primer lobizón y a la primera bruja. Ella era mi Señora. «No puedes dejarme aún.»

¿Dejarte? No. Yo quería ir con vos. Quería ir con mi madre.

«Recuérdalo. Tú eres mi guardián en este mundo.»

Pero... ¿Qué quería decir eso?

«Tiempos oscuros se acercan. Yo y todo el Mundo Arcano nos encontramos en peligro.»

¿Y qué esperabas de mí? Sólo soy un chico de diecisiete años. Sólo soy un monstruo.

«Estás equivocado, Nahuel. Tú eres más que eso. Tú eres el único capaz de salvarnos.»

¿Qué? Pero si yo no era capaz de salvarme a mí mismo. ¿Cómo haría para salvar a todo el mundo? ¿Y de quién?

«Eso no te lo puedo decir aún» respondió con una sonrisa tan dulce y hermosa que, de hacer estado latiendo, hubiera detenido mi corazón para siempre. «Eso sería, como dicen ustedes los mortales, un spoiler.»

Entonces, cuál sería el plan. ¿Qué debía hacer ahora?

«Ahora, debes volver con quienes te aman» dijo y su sonrisa se tornó algo divertida. «Pero no puedes hacerlo en esa forma.»

Estaba sobre la tierra firme y bajo el cielo infinito        

Estaba sobre la tierra firme y bajo el cielo infinito. Estaba vivo. Vivo, adolorido y mojado.

—¡Dios mío! Nunca vuelvas a hacer algo así, Nahuel — oí la voz de mi hermana, impregnada de terror y alivio mientras sollozaba sobre mi pecho desnudo...

No solo estaba vivo. Sino que había vuelto a ser humano. Había vuelto a ser un adolescente escuálido y débil... Y estaba vestido. Tenía puesto un pantalón de vestir negro y ligero, idéntico al que siempre llevaba puesto en mis sueños.

—Bren... —murmuré casi sin voz.

—Sí, decime. Ay Dios, Nahuel. ¿Estás bien? ¿Estás herido?

—Estoy hecho mierda, boluda, y vos me estás aplastando —contesté encontrando mi voz y una ligera sonrisa.

En vez de replicarme como lo haría siempre, ella me devolvió una enorme y llorosa sonrisa. Y sí, me apretujó aún más en sus brazos.

Pero nuestro momento fraternal se vio interrumpido por una mano que voló a mi mejilla, dándome una buena cachetada. Y un momento después, los labios de Sofi estaban sobre los míos. Furiosos y agradecidos.

Sorprendido, me quedé mirando al hermoso rostro de Sofi, surcado por las lágrimas y emociones que no podía controlar.

—Jamás te atrevas a dejarme otra vez —sentenció con voz trémula pero decidida.

—Jamás de los jamases —respondí, enterrando una mano a su cabello y acaricié su mejilla con el pulgar, sin poder evitar sonreír.

—No quiero interrumpir su... emotivo reencuentro —escuché decir a Maitei luego de toser, ese tipo de toz que servía para interrumpir algo incómodo—. Pero creo que debería agradecer a tu salvador.




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