Se llamaba Leo, porque esa era la constelación que rigió su nacimiento. Como un león. No podía ser más acertado. Tenía todo ese cabello espeso e indomable de color castaño rojizo y los ojos dorados de un felino peligroso. Pero lo que más me gustaba de él eran las pecas que titilaban alrededor de su nariz y mejillas. Lo hacían adorable y joven. Me hacían pensar en constelaciones.