El chico que quería ser un ave

2. El Puente

—Entonces... ¿Tenesi? —asentí— ¿es tu verdadero nombre?

—No... Bueno, es mi apodo, mis amigos me llaman así porque mi nombre real es horrible.

—Horrible. Raro nombre para una chica linda.

—Oh, eres tan encantador —dije con sarcasmo.

—¿Cuál es tu nombre real?

—Hortensia.

—Ese no es un nombre horrible.

—Gracias, nunca me lo habían dicho.

—Deja de ser tan sarcástica.

—No —volteé mi cabeza y lo vi a los ojos—, es en serio, nunca me lo habían dicho.

—Pues a mí me gusta.

—Eres el primero, faltan los miles de millones restante en el mundo.

—No —sonrió—, claro que no.

A medida que recorría la carretera, la conversación con Jimmy fluía perfectamente, era una de esas remotas charlas en la vida que valen la pena y que en serio te gustan, en las que puedes decir cosas intelectuales y totalmente estúpidas en un mismo contexto y sólo esa persona entiende cómo las relacionaste para que tuvieran sentido.

Los minutos pasaron, después las horas y para cuando nos dimos cuenta era tiempo de almorzar y los coristas estaban —al igual que yo— hambrientos.

—¿Dónde van a almorzar? —me preguntó Jimmy cuando detuve el camión en el estacionamiento de McDonald's.

—En McDonald's, ¿no es obvio? —señalé el gran y visible letrero— a los niños les encanta.

—¿Les vas a dar hamburguesas de dudosa procedencia?

—¿Otra idea, genio? Sólo me dieron $150, no es que tenga mucho de dónde elegir.

—¿Qué me dirías si te digo que puedo darles algo mejor que McDonald's y gratis?

—Te diría que el canibalismo no es opcional.

Jimmy nos llevó a un restaurante a un par de kilómetros de McDonald's. Era un gran restaurante llamado Gates, que parecía más una hacienda, al lado del establecimiento había un río pequeño y un puente sobre este que era muy hermoso, todo parecía de cuento de hadas, ridículamente costoso y fuera de nuestro presupuesto.

—¿Estás loco? No vamos a robar comida.

—¿Robar? ¿De qué hablas?

—Te lo dije, no tengo el dinero para comer en un lugar así, y por si no lo has notado, somos varios.

—Escucha, me ayudaste cuando estaba perdido —puso su mano en mi hombro—, sin transporte, sin nada, les invitaré el almuerzo.

—Si vas a intercambiar algo por la comida, no creo que tu guitarra valga tanto.

—Okay, eso me dolió, vamos a fingir que no lo dijiste.

—¿Aquí hay buenas hamburguesas?—preguntó Evan.

—Evan, eres el menos indicado para hablar ahora.

—Soy el vocero.

—¿Vocero? —cuestionamos Jimmy y yo al tiempo.

—Sí, ya sabes, su líder, su jefe, su patrón, su mediador, su juez su...

—Sí, ya entendí —le dije.

—Y ellos me envían a decirte que quieren almorzar ya.

—Eres su mensajero —le afirmó Jimmy con una sonrisa.

Él balbuceó, me miró a mí y después a Jimmy.

—Vocero —insistió Evan.

—Como sea, diles que... —miré a Jimmy buscando la respuesta en sus ojos.

—Señor vocero —empezó Jimmy cortésmente—, infórmeles a sus colegas que pueden tomar asiento en las mesas y su comida estará lista en cuestión de minutos.

—¡Genial! —salió corriendo hacia los coristas que estaban parados al frente del restaurante.

—Confía en mí —me pidió antes de acercarse a una de las meseras.

Los coristas entraron al restaurante en perfecto orden, ocupando las mesas de a cinco, Evan hablaba con ellos y hacía amigos, me alegré por él, todos comentaban en el pueblo que después de lo del alcalde, habían sacado al niño de la escuela porque sus compañeros lo molestaban constantemente por lo que había hecho su padre. Personalmente, el que estuviese haciendo amigos de nuevo y se viera feliz, me era suficiente, sí, había mentido y sí, debería llamar a mi tío o a la niñera de Evan, pero ¿de qué me serviría? Nadie vendría por él, no tenía familia y su padre lo había dejado, lo único que le quedaba era una niñera, —por cierto— la peor de todas, Minerva Estrich.

La mesera se llevó a Jimmy hacia la cocina y en seguida risas se escucharon desde el interior. Minutos después un hombre grande y gordo con sombrero y uniforme de Chef, salió de la cocina con los brazos abiertos hacia mí.

Me abrazó, me levantó del suelo y me sacudió como a un saco de harina pequeño, no me dejaba respirar y fue sumamente confuso para mí.

—¡Hortensia! —dijo él— es un gusto para nosotros tenerte aquí —se giró y vio a los niños— ¡es un gusto para todos tener a cada uno de ustedes aquí! ¡La casa invita! ¿Qué desean? ¿Menú infantil, prefieren la carta o algún platillo en específico?



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En el texto hay: adolescentes, historia corta, amor

Editado: 19.12.2018

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