Capitulo Uno
La primera calada y un corazón visible (Parte 1)
28 de Diciembre del 2019
Con las esperanzas completamente rotas y un futuro incierto Paula estaba sentada al frente de la iglesia del Sagrario.
Por un momento se quedó prendada por la belleza de la iglesia
Y es que por más viajes que ha hecho a lo largo de sus cortos 22 años. Siempre preferirá una y mil veces las tradiciones y costumbres de su querido Quito.
Las lágrimas iban cesando al recordar todos los cálidos momentos que le transfería esta sección de calles antiguas y muy bien conservadas.
Tristemente y de forma permanente la angustia de nuevo se apoderó de ella.
Sus dudas e inquietudes sobre cómo comenzar desde cero ocasionaron un colapso interno deseando nunca haber nacido para tener que vivir este tormento. Además, el frío constante y arrasador le hacía darse cuenta que no tiene a dónde a ir, que se quedó sola, que su rumbo se había corrompido por gente en la que nunca debió confiar.
—¿Que pasará conmigo? —se preguntaba a si misma mientras cerraba sus ojos en modo de querer despertar de una larga y tortuosa pesadilla.
Una pequeña brisa de viento la hizo dirigir su vista a la casa ubicada a lado de la iglesia.
En aquel lugar había habitado nada y nada menos que la entrañable Manuela Cañizares. Una joven heroína de la Independencia quiteña en 1809. Una mujer con un valor inquebrantable, sin miedo al fracaso, alguien que sin duda no se dejó ganar fácilmente. Tal vez aquella pequeña brisa era ella, transmitiéndole a Paula todo ese deseo y furor para no cesar en su misión en este particular mundo.
Sumida en un mar de pensamientos no logra percibir que alguien desde lejos estaba llegando.
Siendo las tres de la mañana Martín Ballesteros regresaba de una fiesta descontrolada en "La Ronda" con sus amigos de la universidad.
Le encantaba las fiestas y el descontrol, pero algo si detestaba era el sonido de las campanas al despertarlo cada vez que estaba en un estado de extrema resaca.
Esta vez por algún milagro inesperado estaba sobrio, lo suficientemente consciente para regresar sólo a su casa.
Mientras daba un largo paseo por Santo Domingo sonreía como bobo recordando a la dulce camarera del bar que no le despegaba la mirada de encima.
Algún día esas miradas se convertirán en algo más.
Al pasar el arco de la reina ya podía divisar un poco el panorama al que ya estaba acostumbrado desde hace tres años.
Sin embargo, al aproximarse un poco más logró visualizar una figura femenina sentada al frente de su domicilio.
Si estuviera tomado creería que se trataría de la dama tapada o algo así.
Ya a cuatro metros de distancia miró una escena muy peculiar.
Era una chica con una piel clara, ojos marrones claros y cabello claro que le llegaba hasta la media espalda.
—Es muy bonita —musitó mientras cuidadosamente guardó bien sus pertenencias.
Lastimosamente la delincuencia en el país era fuerte y este sector a estas horas era habitado por gente que era muy eficaz para realizar todo tipos de robos.
Cuando estaba unos pasos de abrir la puerta de su casa, Paula lo miró fijamente con una mirada perdida e indescifrable.
Ese chico tenía la piel canela, cara delgada ojos cafés claros y cabello negro, era medio alto con ropa completamente ploma.
—¿Q... ¿Quién eres tú? —preguntó el joven ya con una gran curiosidad.
—¡A.… ayúdame! —soltó apegándose en la pared.
Martín se acercó a ella y vio como la chica muy cerca de desmayarse.
Su instinto la hizo ayudarla y entrarla a la casa. Sin duda ese rostro perturbado no sería capaz de hacer algo violento en este momento.
Paula reaccionó enseguida y si este tipo era otro secuestrador o peor aún alguien más peligroso. Así que se apartó de él poniéndose en guardia.
—Tra... Tranquila —no pienso hacerte nada, de hecho, yo también pensé que eras peligrosa y por eso he guardado mis cosas —rio nerviosamente mientras se rasca a la cabeza.
—Lo siento —ambos comenzaron a reír.
—Si no tienes a dónde ir. ¡Quédate hoy con nosotros! Mi nana y yo vivimos a lado de la casa de Cañizares y ella sin duda te recibirá —finalizó Martín extendiendo su mano.
Ambos subieron las escaleras y entraron a la casa del joven.
—¿Qué haces aquí en medio de la madrugada y sola? —cuestionó de nuevo el chico con los ojos enfocados en mirarla de pies y cabeza.
— He venido sola —respondió Paula mirando hacia el vacío —He tardado días en regresar aquí —aclaró su garganta para hablar un poco más alto.
—No te ves nada bien —recalcó Martín haciéndola sentar en una silla de su comedor.
Enseguida fue a la cocina por un vaso de agua y se lo entregó a Paula.
—¿De dónde has venido? y ¿Cuál es tu nombre?
—preguntó el chico intentando mantener la conversación con ella.
—Soy Paula —sonrió débilmente —Yo... —sin darse cuenta sus ojos se comenzaron a humedecer.
—¡Hey, Hey! —él se aproximó a hacia ella —Si no puedes contármelo ¡Tranquila! —dio una palmada en la espalda de la chica.
—Gra... Gracias —dijo Paula tomando sutilmente el vaso de agua
Martín examinaba lentamente cada una de las actitudes de la muchacha.
Su vida parecía apagarse por dentro aun así mirarla transmitía una paz inmensa.
—Por hoy me gustaría que descanses Paula, puedes dormir en mi habitación —concluyó el chico —Es el cuarto de la derecha.
Paula hizo un pequeño gesto de agradecimiento y se levantó para dirigirse a aquel dormitorio.
Al entrar observó una cama cálida con un edredón muy suave. Sin más se lanzó hacia allá.
Reconfortarle y cómodo eran las palabras que mentalmente describía la sensación que está sintiendo.
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Editado: 08.07.2020