El circo de los sueños

Capítulo 3

 

 

 

Llevo un camino lento pero seguro hasta la caseta de seguridad, he recorrido paisajes preciosos que brinda el camino trazado entre árboles frondosos donde se pueden escuchar algunos pajaritos cantando.

Esto es una autentica maravilla.

Cuando mis pasos se detienen en la caseta decido dar un par de toques en el gran ventanal para alertar a cualquier persona que se encuentre ahí dentro, pero pasan algunos segundos y nadie es capaz de responderme.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —insisto una vez más chocando mis dedos con más fuerza contra la ventana.

—Solo el viejo Tristán—espeta la voz de un hombre a mis espaldas sobresaltándome mientras me llevo una mano al pecho como si con eso fuese posible calmar mi acelerado corazón.

El hombre de edad mayor que está frente a mi lleva puesta una gorra negra con la palabra seguridad bordada, misma gorra que retira cuando está frente a mi dejándome ver su cabello canoso.

Uh hola, viejo Tristán—espeto con una sonrisa nerviosa al hombre que niega un par de veces manteniendo una sonrisa divertida en el rostro.

¿He dicho algo mal?

—Yo no soy el viejo Tristán—aclara el hombre haciendo que lo observe confusa—. Él es el viejo Tristán—indica a un costado dentro de la caseta donde se encuentra un pastor alemán recostado y la explicación del hombre logra que abra los ojos de par en par—. Yo soy el guardia de seguridad, también soy viejo lo sé, pero prefiero que me llamen Marcel ¿Buscaba algo señorita?

—Eh sí—espeto rápidamente—. Estoy coordinando el evento en el salón principal, pero es una sorpresa todo esto del compromiso del señor Marcus Brunell—le advierto elevando el dedo índice en su dirección.

Sé por experiencias en lo que se convierte una sorpresa arruinada por alguien que no pudo mantener la emoción, se convertía en todo un caos.

—¿Compromiso? —cuestiona curioso Marcel mientras deja su auricular a un lado—. ¿Ya oíste viejo Tristán? se nos casa el joven Brunell—dice el hombre soltando un chiflido en dirección al perro recostado que se pone en pie de inmediato como si hubiera entendido cada una de las palabras que Marcel le ha dicho.

—Me gustaría que…¿Qué está haciendo? —cuestiono atemorizada al ver cómo el perro comienza a acercarse de manera amenazante hasta mí.

¿Será que el perro también puede oler a los mentirosos como yo en este preciso instante?

—Tristán es un perro muy sensitivo—aclara Marcel haciendo que vea de manera recelosa a su "pequeña" mascota de seguridad—.  ¿No me diga que le tiene miedo señorita?

—Pues claro que sí—chillo dando un par de pasos atrás mientras resuena la risa de Marcel tras verme así de cohibida por la presencia del animal.

—Es un fiel amigo del joven Brunell, así que se encarga de olfatear a todo aquel que se piense acercar a él, supongo que será cuestión de tiempo para que usted logre acostumbrarse al viejo Tristán—espeta encogiéndose de hombros.

¿Acostumbrarme al viejo Tristán?

Si lo único que haré apenas termine esta fiesta de compromiso es salir corriendo para no acercarme a un perro nunca más y no me malentiendan, el hecho de que les tenga miedo y no sean de todo mi agrado no quiere decir que me atrevo a atentar contra ellos de alguna forma, solo trato de mantenerme lo más lejos posible y eso para muchos aún sigue pareciéndoles un insulto de mi persona.

Nunca lograría entender por qué...

—¿Y qué necesita señorita? —cuestiona Marcel recargándose en una de las paredes de la caseta.

—Solo quería que me indicara cuando llegue Brunell para poder estar listos—le explico con cautela—. Queremos que todo salga a la perfección y hasta el más mínimo detalle debe estar preparado para su llegada, así que si por favor usted me indica...

—Es ese que acaba de llegar—interrumpe Marcel dejándome aturdida por su comentario.

¿Qué?

—¿Quería la indicación? pues ahí está—aclara señalando una de las pantallas donde claramente puedo ver un vehículo en espera de que la pluma de una caseta distinta lo deje entrar al lugar—. El joven Brunell es quien maneja ese lujoso auto azul y está por entrar en por el acceso superior de la casa.

—Tiene que ser una broma—murmuro agobiada al ver la cercanía de Marcus cuando aún no he logrado dar ninguna indicación—. Bueno gracias, Tristán y Marcel—espeto despidiéndome de los guardias poniéndome en marcha a la dirección por la que llegue.

—Para eso estamos—escucho el grito de Marcel aunado al ladrido estruendoso que lanza el perro llamado Tristán.

Mis pasos se convierten en trote cuando reconozco que de una u otra manera algo parece ir mal así que no me detengo insistiendo en llamar a mi mejor amigo cuando me ha mandado a buzón en dos ocasiones.

—¡Benja! ¡Benjamín! —exclamo con premura por mi viejo teléfono celular mientras me empeño en correr lo más rápido que mis piernas lo permiten.

Esta vez no tengo siquiera tiempo para visualizar el sendero por donde llegué, sino que doy zancadas largas con tal de llegar al maldito salón que parece estar al otro lado de la ciudad.




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