El Círculo en el Bosque

Capítulo 17: Hermano

Adrián corrió hacia su hogar mientras una brisa suave agitaba su pelo y sus recuerdos. Aquel trocito de madera había disparado un recuerdo incompleto y sentía que tenía, además, un significado importante. Tomó un par de atajos para llegar a su casa lo antes posible.

Llegó por fin y sin siquiera molestarse en dejar sus cosas se encerró en la habitación de David. Allí se sentó en el suelo para recuperar el aliento. El cuarto rebosaba de cajas de cartón, algunas cerradas y selladas con cinta, otras abiertas. Su hermano mayor había archivado muchas cosas pero en su apurada mudanza al campus de la universidad se había dejado un montón de pertenencias abandonadas y sin clasificar. Su madre le había pedido que dejara el cuarto lo más limpio posible para usarlo como habitación de huéspedes, pero David les debía unas cuantas visitas de fin de semana. Por esa razón el cuarto aún no lucía tan prolijo como ella hubiese deseado. Viejos afiches y una maltratada raqueta de tenis todavía colgaban de las paredes.

Adrián se levantó del suelo, resuelto a descubrir el misterio. Debía comenzar por algún lado, así que abrió el armario y estudió su contenido. Aún quedaba algo de ropa de su hermano, pero los cajones estaban vacíos, salvo por alguna que otra pelusa. De pronto recordó una caja de color azul. Se dirigió al escritorio, un viejo mueble abarrotado de libros, revistas deportivas, apuntes y juguetes. Respiró hondo y se dispuso a revisar los cajones. Desbarató colecciones de historietas y tropezó con figuras de acción que lo inundaron de recuerdos infantiles. Por algo su hermano había evitado catalogar el escritorio, era un caos de memorabilia infantil. Al parecer ambos habían sido adictos a esos gigantescos caramelos masticables sabor frutilla que traían de regalo unas horribles figuritas autoadhesivas. Los stickers se encontraban pegados por doquier.

Luego de un rato la encontró, en el fondo de un cajón. Una caja azul de cartón laminado. No tenía idea que había sido su contenido original, pero el corazón de Adrián se aceleró al intuir lo que contenía ahora. Levantó la tapa y lo confirmó, tragando en seco. Había al menos una decena de esas extrañas ramitas fusionadas, muy similares a la que había observado en la casa del parque, ahora encastradas y apiladas en un crujiente montón. Recordó, entonces, que él se las había regalado a su hermano. Era evidente que David las había guardado allí todos estos años. Adrián retrocedió y se sentó en la cama, tratando de serenarse. Había olvidado aquello por completo. Sabía que él había traído esos “juguetes” a casa pero no tenía un recuerdo claro de cómo lo había hecho. Levantó uno y lo examinó de cerca. El trozo de madera parecía estar un poco chamuscado y sus partes fundidas entre sí, como si la madera hubiera crecido sobre la unión artificial, formando una sola pieza continua. Intentó separar las piezas pero la unión era más sólida de lo que parecía. Aquello no era un pegamento corriente. Era algo que parecía ser natural, como si la rama del árbol hubiera desafiado a la propia naturaleza creciendo en direcciones imposibles.

Quiso volver a guardar la extraña construcción de madera junto a las demás, pero se le resbaló entre los dedos y rebotó en el piso, escapando velozmente hacia la oscuridad del hueco del escritorio. Adrián se agachó a buscarlo y estiró su brazo hacia el fondo en el intento. En el esfuerzo giró su cabeza hacia arriba. Mientras sus dedos alcanzaban las ramitas unidas se percató de un pequeño reflejo. Había un objeto plano y metálico pegado con cinta transparente debajo del escritorio. Era una llave.
Sorprendido, se sentó bajo el escritorio y la despegó. ¿A qué pertenecería esa llave? En su mente se iluminó una idea. Se incorporó de pronto, tomó la caja azul y salió disparado del cuarto. Había un solo lugar en la casa que contenía cajones cerrados con llave: la oficina de su padre. Los chicos sabían desde muy pequeños que ahí guardaba casos de pacientes y papeles importantes, por lo cual ellos tenían el acceso vedado a la oficina. Por alguna razón, David se había robado la llave de uno de esos cajones. ¿Que habría escondido allí?

La oficina se hallaba bastante desordenada. Su padre estaba trabajando en un proyecto importante y no se preocupaba demasiado por mantener sus archivos y libros en su lugar. Adrián se dirigió al escritorio. Uno de los cajones inferiores tenía cerradura. Adrián probó su llave y el cajón reaccionó con un click: las guías metálicas dejaron al descubierto los secretos de su padre.
Luego de revisar el cajón, Adrián se sintió decepcionado. No había allí nada más que papeles, escrituras, contratos de alquiler y de compraventa, documentos. Un tanto molesto, Adrián se sentó en el suelo frente a la pila de papeles. Una carpeta oscura llamó su atención. Sus bordes de papel parecían gastados, como las tapas blandas de un libro que ha sido leído muchas veces. La abrió y observó que contenía papeles con sellos y fotocopias. Reconoció rápidamente su propia partida de nacimiento entre otros papeles. Se extrañó al no encontrar la de David. En el fondo de la carpeta encontró un folio transparente. Hubiera pensado que se trataba de más papeles pero algo llamó su atención: era la fotocopia de un pase escolar.

Adrián se acercó a la ventana para leer mejor la tinta casi evaporada de la vieja copia. Estaba a nombre de David, pero a la vez no: este David tenía un apellido diferente. David Devenach. Adrián pestañeó, confuso. Devenach era el apellido de soltera de su madre. Tomó el folio y vació todo su contenido sobre el escritorio. Su angustia creció mientras descubría documentos imposibles. Una partida de nacimiento en donde constaba el nombre real de David. Papeles de adopción. Transferencias de bienes. Una escritura, un testamento. Un pequeño álbum de fotografías de bebé. En una de las fotografías reconoció a su madre, muy joven, cargando al bebé el día de su bautismo. Una estampita inmortalizaba el nombre de sus padres como los padrinos del niño. La cabeza de Adrián comenzó a dar vueltas. En la última foto del álbum una pareja sonriente posaba junto al pequeño de un año. Las manos de Adrián temblaron y un trozo de papel doblado y amarillento se escapó del álbum.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, bosque

Editado: 02.11.2020

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