El Club de las Ánimas

Capítulo 11. Los Niños Perdidos del Panteón de Belén

El Club de las Ánimas

Por
Eliacim Dávila

Capítulo 11
Los Niños Perdidos del Panteón de Belén

En cuanto cruzaron la verja del panteón, el escenario ante ellas cambió por completo. Aquello era un cementerio, sin duda; con sus tumbas, obeliscos y ángeles. Sin embargo, la oscuridad que las envolvía hasta hace unos momentos afuera, se había desvanecido. En su lugar, todo aquel sitio estaba iluminado por completo, y sobre sus cabezas se extendía un cielo azul y despejado.

En otras palabras, en cuestión de segundos la noche había desaparecido por completo de aquel lugar.

—¿Qué…? —Musitó Lloro, asombrada por aquel extraño cambio—. ¿Es de día? Pero hace un momento…

—No, esto debe ser a causa de Nachito —indicó Eulalia, igualmente sorprendida pero al parecer más calmada—. Ésta es la forma en la que él visualiza este sitio.

—¿Así como Roja visualiza su hotel como un lugar hermoso? —Cuestionó Lloro, a lo que Eulalia asintió como respuesta.

—Sí, exactamente. Pero debo admitir que tampoco me esperaba que fuera así.

Lloro miró pensativa alrededor, pero también miró sus propias manos y cuerpo. La sensación que un no-vivo tenía durante el día, era muy distinta a la de la noche. Y definitivamente en esos momentos no se sentía como si fuera de día, como cuando estuvieron caminando por la calle de la ciudad el otro día. A todas luces, a pesar de lo que sus ojos le indicaban, aún debía de ser de noche.

Las tres comenzaron a andar lentamente por aquel amplio lugar, que de hecho además también se veía más grande de lo que su apariencia externa hacía parecer, pero aquello también podría ser efecto del territorio de Nachito.

Era de hecho un lugar bonito, con césped y árboles verdes, algunas flores, y tumbas bien cuidadas y limpias. Era inevitable preguntarse cómo sería ese sitio en la realidad de los vivos.

—Me resulta un poco extraño que ese niño haya convertido justamente un panteón en su territorio —indicó Eulalia mientras seguían avanzando, cautelosas—. Oí que los no-vivos suelen convertir en sus territorios el sitio en el que murieron, o lugares que fueron importantes para ellos en vida. No había oído antes de alguien que lo hiciera con un cementerio. ¿Tú sabes algo al respecto, Sigua?

Eulalia se viró hacia su amiga cabeza de caballo en busca de alguna respuesta, pero ésta sólo siguió mirando al frente sin decir nada. Y luego de unos minutos fue evidente que se quedaría así.

—Supongo que no —suspiró la enfermera.

Siguieron caminando, sin tener claro si se estaban alejando de la entrada o no. Por un rato no detectaron ningún movimiento o sonido, más allá de una fría brisa.

De pronto, el silencio fue roto por un sonido lejano, armonioso y melancólico, que cruzaba el aire como hojas arrastradas por el viento. Era algún tipo de música, al parecer.

—¿Oyen eso? —cuestionó Lloro, un poco preocupada.

—Es un violín —respondió Eulalia, mientras miraba alrededor intentando descubrir la dirección exacta de la que aquella melodía venía. Pero todo era muy confuso, y en un momento le parecía que venía de la derecha, al siguiente de detrás de ella, luego al frente, y a la derecha de nuevo…

—Alguien nos está observando —escucharon que Sigua pronunció de pronto, poniendo en alerta tanto a Lloro como a Eulalia.

—¿Dónde? —Preguntó La Planchada con aprensión.

Sigua miraba atenta hacia unos arbustos cercanos que se agitaban un poco, pero al parecer no por el efecto del viento. Algo estaba detrás de ellos. Y cuando dieron un paso hacia ellos, notaron como ese algo (o algos pues al parecer eran dos) se movieron ágilmente hacia un lado detrás de más arbustos, y luego se movieron entre las tumbas, andando alrededor de ellas.

No lograron verlos bien, pero fuera lo que fueran eran pequeños. A Lloro y a Eulalia se le asemejaron como pequeños conejos, o algo más grande como perros o lobos. Ambas se pusieron algo nerviosas, e inconscientemente se abrazaron entre sí. Los no-vivos solían sentirse más inseguros a la luz del día, aunque en ese caso dicha luz fuera falsa. Sigua, sin embargo, se veía bastante calmada.

De la nada, la mujer cara de caballo comenzó a correr con sus pies descalzos pisando firme la hierba debajo de ellos. Sin titubear, y con una notable agilidad, comenzó a andar detrás de las desconocidas criaturas.

—¡Sigua!, ¡cuidado! —Le gritó Eulalia con preocupación, pero no parecía que la no-viva ocupara dicha advertencia. En su lugar, fueron las dos criaturas las que parecieron ponerse nerviosas por su rápida cercanía.

Comenzaron a correr en otra dirección, para luego escalar rápidamente por un árbol cercano hasta esconderse en el follaje. Sigua se paró en seco justo delante del tronco de aquel árbol, y alzó sus grandes y oscuros ojos. No podía verlos, pero veía las ramas y las hojas moviéndose. Adicionalmente, se percibían un par de pequeños susurros que parecían discutir entre ellos.

Sigua se agachó un poco, flexionando sus rodillas, y entonces se impulsó con fuerza dando un largo salto en la misma dirección, y su figura desapareció también entre las ramas. El árbol comenzó a agitarse aún más, y se comenzaron a escuchar gritos y zarandeos provenientes de él.



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En el texto hay: humor, fantasmas, mexico

Editado: 06.10.2022

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