El club de los raros

Capitulo III — La lluvia

 

 

La noche se he hizo muy, me levanto temprano para que mi padre firme el reporte. Tomo una ducha fugaz, me coloco un pantalón claro y mi buzo vino tinto favorito, espero que me de algo de suerte. Bajo a la sala y allí esta desayunando, con la mirada fija en el periódico.

 

—Buenos días... Déjame decirte que hoy te ves mejor que nunca. —Medio sonrío.

 

—¿Qué quieres Amelia? —Baja el periódico y me voltea a ver.

 

—¿Por qué piensas que me acerco a ti para pedirte algo?, que mala perspectiva tienes de mí... ¿Ya no puedo alagar a mi fantástico progenitor? —Permanece implacable.

 

Deja el periódico sobre la mes. —Ok... Quieres algo, lo sé... No te levantaré el castigo, no insistas...

 

—No es eso... Me das tú autógrafo. —Digo mostrando el reporte. —Debe ser firmado por la persona que más admiremos... Y yo te admiro, a veces eres muy gruñón pero aún así te quiero... No necesitas leer, ya es muy tarde y no quiero molestarte...

 

Me lo arrebata de la nada y lo lee con atención, en este momento quiero desaparecer.  —Nunca puedes dejar de hacer desastres... ¿Cierto? —Habla con evidente decepción.

 

—Fue un accidente, yo no quería pero ellos me obligaron. —Miento sobre lo sucedido.

 

—¿Así como cuando te peleaste o cuando le tiraste gusanos a tus compañeros? —Su sarcasmo me hace retroceder.

 

—Así, justamente, no entiendo porque me obligan... Yo no deseo buscar problemas, pero cuando toca, toca. —Me dirijo a la cocina y preparo un sándwich.

 

—¿Así como cuando te subiste al tejado a bajar un gato y te caíste "Por accidente"? —Hace comillas aéreas. Me sorprende su memoria.

 

—En mi defensa era un gato araña... Y subir fue más fácil que bajar. Además, no entiendo por qué te molestas si yo debería estarlo. —Le doy un mordisco a esas deliciosas tajadas de pan, que en el medio tiene mucho jamón y queso.

 

—Le gritaste... —Recalca algo que no recuerdo.

 

—No, no lo hice... Ella sí, nunca alcé la voz... Ustedes si me gritaron y no sólo eso, me castigaste, me siento ofendida, deberías pedirme disculpas... Y las aceptaré únicamente si me levantas el castigo. —Intento convencerlo.

 

—En ocasiones creo que eres mi punto débil. —Firma el reporte tras un largo suspiro.

 

—Te aseguro que no sólo el tuyo... Tengo habilidades especiales... No sé cuáles, pero las tengo y te lo aseguro. —Reviso la hora. —Debo irme. —Me apresuro a salir de casa.

 

¿No se te ha olvidado algo?...

No, nada…

No sé, ¿tal vez un reporte?...

¡Si, el reporte!...

 

Me devuelvo y mi padre está recargado en el marco de la puerta con el café en la mano. —Me sorprende que te hayas dado cuenta en la esquina... —Me entrega la hoja.

 

—Y a mí... ¿Te acuerdas cuando dejé mi mochila en el colegio? Perdí todo, lo malo fue que la recuperé meses después...

 

—Vas tarde. —Me recuerda.

 

—No me siento mal. —Me alejo lentamente. —Tú también.

 

Los pasillos del colegio están llenos de personas, parece un mar. En la dirección, entran mis queridos compañeros, cada uno con el reporte firmado. —¿Los castigaron...? —Cuestiono tomando asiento.

 

—No, no les pareció algo muy grave. —Contesta con simpleza Lauren.

 

—A mí sí, no me creyeron cuando les dije que estaba en medio de la pelea... —Se queja Felipe.

 

—A mí también, pero no se alteraron tanto... —Manuel no se ve intimidado como los demás.

 

—A mí me castigaron, pero no por eso... Tomo muy malas decisiones, propongo que me callen cuando sea necesario...

 

—¡Si! —Dicen al unísono.

 

—Sus reportes, jóvenes. —La directora va inmediatamente al punto. Los examina y nos manda a clase.

 

Golpeo suavemente la puerta del salón de matemáticas. Tardan, pero finalmente abren. —¿Qué son estás horas de llegar? —Es una forma hostil de recibir a alguien.

 

—Estaba en la dirección, porque ayer ocurrió un accidente. —Asiento. —¿Puedo pasar? —Sonrió con convencimiento.

 

—Adelante. —Se hace a un lado y me deja pasar. Tomo asiento en la única silla vacía.

 

¿Qué haces?...

Miro por la ventana…

Pon atención...

Lo estoy haciendo…

Pero no se nota...

¿Conciencia?

¿Qué?...

¿Tú puedes caminar? O sea, te puedes mover por mi cerebro...

¿Te estás escuchando?...

Pues es obvio que no, estoy pensando…

 

—¡Señorita! —El maestro me mira directamente.

 

—¿Sí? —Hablo intentando averiguar qué hacen.

 

—¿Cuál es la respuesta? —Miro al tablero.

 

—Tres y cuatro... Es una terna pitagórica... Y para el área es más fácil usar el teorema de Herón, que hallar la altura, o eso me parece, aunque por ambos métodos funciona. —Todos me voltean a mirar. Deberías no alardear... Y tú deberías callarte, pero así no funciona el mundo...

 

—¿Y puede demostrarlo? —Tocan el timbre, ahora entiendo cuando dicen: “Salvado por la campana". Resolver eso no contribuiría para mi “Perfil bajo”. Lo único que me interesa en estos momentos es pasar, no destacar, eso será más adelante.

 

En el pasillo hay una montonera de estudiantes, me abro paso como puedo entre todos ellos y veo como están golpeando a Lauren. No es tú problema, déja que se las arregle… —¡Deja de molestarla! —Exclamo iracunda.

 

—Pero, miren quién es, la rarita. —Es la chica que no me permitió sentarme el primer día.

 

—No entiendes que tú eres la ratita... El hedor de las cloacas te está derritiendo el cerebro. —La miro directamente a los ojos, retándola.

 

—¡OH! —Exclaman todos a nuestro alrededor. Ella me toma rápidamente del cabello.

 

—Suéltame. —Sujeto su mano, para evitar que jale.



#7336 en Joven Adulto
#20349 en Otros
#3045 en Humor

En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.