Jude sintió como un vuelco al corazón lo invadía con fuerza.
-¿Cómo usted?
-Sí, un chico especial. Un restaurador.
-Estoy confundido.
-No hay tiempo. Mira chico...
-Me llamo Jude- decía él con rapidez porque no creyó poder soportar el hecho de aquel hombre le dijera "Niño o chico" en toda la conversación.
-Bueno Jules.
-Jude- corrigió con los dientes apretados.
-Como sea, es peligroso que estés en ese pueblo. Si tú ves estas cosas no estás a salvo- pateó una piedra- Las personas que viven en ese pueblo odian a los que pueden ver espíritus y cosas muy extrañas.
-Pero...
-No Jude- negó con la cabeza- Tienes que venir conmigo.
-No iré con usted si no me explica.
-No hay tiempo para explicaciones.
-Claro que sí, no entiendo nada. Todo el pueblo parece odiarme.
-Porque saben que eres un restaurador. No te han hecho nada porque no quieren creerlo pero se pondrán en contra tuya. Por más que quieras estar a salvo no podrás. Te perseguirán.
Jude pudo notar como uno de los ojos del hombre estaba inyectado de sangre y le dio escalofríos.
-Pero no puedo ir con usted.
-Entonces ve a que te mate tu propia gente.
-Pero quiero ayudar a los niños.
-Pero... Mira, empaca tus cosas y ven conmigo. Prometo explicarte todo pero no debes levantar sospechas o me obligaran ir por ti.
-¿Qué?
-Anda, prometo decirte todo pero corre- lo tomó del hombro con fuerza y le pateó para obligarlo a correr y así lo hizo.
Corrió directo al pueblo en donde había gente en sus labores habituales pero a medida que avanzaba los demás lo miraban de forma hostil y Jude sintió como una gota de sudor recorría su sien y llegó a casa donde estaba su madre recogiendo los huevos de las gallinas. Deseaba con todo su corazón en advertirle a su madre lo que probablemente estaba a punto de ocurrir con ellos pero le tembló el labio inferior mientras se metía a su cuarto y empezó a empacar.
Tomó una bolsa y metió su pantalón, zapatos nuevos y calcetines limpios. Tenía la tentación en dejarle una carta a su madre para que no se preocupara pero mejor lo dejó así. Parecía como si le dejara una carta de despedida y no quería hacerlo porque tenía la tentación de llorar.
Pero cuando se llevó la bolsa al hombro, los pueblerinos lo rodearon.
-Mi madre no está.
-No queremos hablar con tu madre, Jude- decía una mujer que sonreía de una manera forzada. La mujer tenía el cabello entrecano y el vestido más sucio, los hombres tenían la barba perlada de sudor pero más tétrico eran sus rostros.
-¿A dónde vas Jude?
-A la escuela...
-La escuela está a las afueras del pueblo y es muy peligroso...
-¡Niño maldito!
-¡Por tu culpa mis bebés murieron!
-No hice nada, déjenme ir...- el viejo Nicolás lo tomó de los hombros con fuerza y Jude pataleó para tratar de liberarse mientras que la mujer del viejo le quitaba sus cosas.
-¡Suéltenme!
-Mejor déjate matar niño o tu madre sufrirá por engendrar a un extraño como tú.
-Con ella no se metan...
-Yo sabía que ella escondía algo- habló la señora chismosa de hace semanas y Jude la miró con furia pero al pisar el pie malo del viejo tomó la bolsa y corrió como pudo.
-Suelten a los perros.
Se escuchó un ladrido y después otro y otro hasta que una jauría de perros perseguía a Jude mientras los pueblerinos reían y exigían el cadáver de Jude que, deseaba con todo su corazón tomar velocidad.
Los perros le pisaban los talones y el bosque quedaba más lejos o eso lo imaginaba.
-¡Vayan con el cazador!
Se oyeron gritos mientras él seguía sin mirar atrás y ahora contaba con poco tiempo para perder a sus perseguidores.
Al ver un arbusto se tiró para esconderse tras ella mientras esperaba el momento para que los demás diesen con él y su corazón latía con violencia y cuando sintió una mano dio un respingo, vio a aquél hombre que le había revelado que era como él y suspiró aliviado.