La vieja. El cliente del espejo
La vieja. El cliente del espejo
Unos clientes normales, me traen un espejo que puede reflejar hechos pasados, o eso parece. -
La pareja que trajo el espejo, eran unos ancianos bastante adorables, pero en sus semblantes se olía el hedor del tiempo que se había consumido. Apenas podían hablar Henry y Anne Stewart. No parecían de este tiempo por sus atuendos, o solo eran una imagen vaga de aquellos momentos. Solo lo percibí.
- Por favor, ¿Usted es el coleccionista no? ¡Qué joven es! Parece un niño
- Así es, pero soy un adulto aunque no lo parezca, ¿Qué se le ofrece?
- Mi nombre es Henry, y ella es mi esposa Anne
- Un gusto conocerlos – Los miré con una radiografía a ambos. –No quiero dejar de ser hospitalario. –
- No queremos interrumpirlo. –
- No lo és. Y veo que están en problemas. –
- No, no es eso, solo queremos dejar esta reliquia aquí.
- Por favor ingresen. – Les abrí la puerta de mi casa. La pareja de ancianos apenas podía moverse. Ambos, cada uno con un bastón que sostenía sus huesos que sobresalían de la piel arrugada.
- ¿Será, que ha pasado mucho tiempo?-Le pregunte. –
- Lo suficiente – responde Anne para creer que es suficiente. Dígame, usted coleccionista.
- Por favor, señora, llámeme William, William Parker, también soy anticuario.-
- William. Conocí a alguien con ese nombre – Comenta Henry. –
- Debe haber muchos. –
- En efecto. Pocos son los coleccionistas de estos objetos. –
- Perdón, William. Dígame – retoma la pregunta Anne – Usted puede guardar este objeto. –
- Depende de lo que estemos tratando. –
- William, ¿Debe conocer de su oficio supongo? – Pregunta Henry. –
- Lo suficiente, para entender que no se pueden manipular con facilidad algunos elementos. –
- Sin embargo, usted, puede tenerlo. – Expresa con una leve sonrisa, que apenas dejaba ver algún diente carcomido de la Sra. Anne.-
- Veamos que tienen para mí – Les digo - ¿Por cierto, les puedo ofrecer algo de beber, un té, o café?
- Un té estará bien. – Expresa Henry, lo mismo Anne. Mientras el viento sopla desde la ventana, puede verse la entrada de luz del sol, en el living, en la cual las tres personas toman asiento para pactar la historia que encierra aquella pieza. –
La tarde de verano parecía soleada, y los ancianos habían llegado por recomendación de otro personaje voluble que conocía al coleccionista William Parker ¿Quién era aquel hombre?
Su afición por lo misterioso lo llevó a montar una empresa de este tipo. Incluso, siempre tuvo vinculaciones en el proceso de los anticuarios que guardan reliquias del pasado que no suelen ser conocidas para la humanidad que vive en un mundo normal. –
- Aquí tienen – llegaba a tiempo con la bandeja, y en cada una de ellas una taza de té, estilo inglés. Luego la deposité en la mesa baja de luz cerca de ellos, a fin de que estuviera a su alcance. En la bandeja, un jarrón de leche, y otro de azúcar. Suponiendo que no tuvieran problemas de diabetes o glucosa alta. Anne tenía aferrado en sus manos aquel paquete, que parecía no querer soltar. Al observarla, pude determinar que era muy valioso, no obstante Henry en cuanto tomaba la taza de té, con el primer sorbo, suspiró al ver el vapor del calor del té que se esparcía hacia el cielo del techo. –
- William, ¿Se puede obtener algo tan efímero como ese fluido que desaparece?
- ¿Por qué me pregunta ello?
- No lo sé – y se miran con Anne. –
- Algo así como el tiempo en las manos, para que ese vapor nunca se vaya. –
- Todas las cosas de esta vida deben irse. De una u otra forma. – Les dije – Es así como está mandado el orden en las ciencias o las sagradas escrituras. –
- ¡Ah! Ellas sí que saben decirlo todo ¿Conoce la historia de matusalén?
- ¿Qué si la conozco? Claro que conozco la historia del hijo de Enoc – respondí con un sorbo de té humeante. Son novecientos sesenta y nueve años, según el calendario de la biblia.
- En efecto. – Sabe bastante usted. – Fue un gran hombre.
- Y muy considerado también. – Comenta Anne. -
- ¿Qué quiere decir?
Inmediatamente Anne abre la caja que llevaba, allí un espejo, común y corriente, un tanto opaca por el tiempo, cubierto por un listón dorado, y en su contorno rajaduras. -
- Es un espejo – Les digo al verlo. –
- Si, es un espejo, llego a nuestras manos hace ya mucho años
- ¿Y quieren dejarlo aquí? - le pregunto
- Es un anticuario, no hay mejor lugar. –
- Ese espejo parece interesante
- Así es, aún tiene el reflejo de nuestros rostros de juventud
“Adrec, tomo el espejo, amaba a Ebec, y perduraría su amor por los siglos de los siglos”
- ¿Qué haces Adrec?¿Dónde has ido?
- Ebec, he estado en las montañas. Recolectando hierbas.
- ¿Y ese espejo?
- Un hombre con una túnica oscura en harapos me lo obsequió. Solo me ha dicho para ti joven que eres. –
- Parece bonito, déjame verlo.
- Cuidado Ebec, si bien me lo ha dado, no confió mucho en las imágenes que se reflejan
Al verse ella, se sintió hermosa.
- Nunca me había visto en un reflejo.
- Eres bella Ebec
Luego Adrec se acercó a ella y ambos se reflejaron. Que tierno momento el estar allí se dijo Ebec.
- ¿Podremos estar así por siempre?
- No podría decírtelo, pero podemos atesorar el ahora.
Luego la pareja continúo sus actividades. Adrec debía ir al mercado a intercambiar frutas y verduras, mientras Ebec mantendría la casa en condiciones. En una pared plana en forma horizontal colocaron el espejo cuya luminiscencia se iba desarrollando cada día. Al regresar por la tarde, el sol ingresaba en una ventana, y reflejaba el espejo que con un círculo de luz señalaba a la pareja que con un beso y abrazo se reencontraba.