El color de tu Recuerdo

Capitulo 14

Asher

Aura y yo pasamos todo el sábado juntos.

No recuerdo haberme reído tanto en mucho tiempo. Me contaba historias tan divertidas del orfanato que, por un instante, olvidé todo lo demás: mis problemas, mi vida, mis cargas. Solo existíamos ella y yo.

Era la primera vez que escuchaba hablar tanto a Aura. Siempre había sido tan callada, tan reservada, como si tuviera miedo de que su voz fuera demasiado para el mundo. Pero esa tarde era diferente. Sus ojos brillaban con una chispa que no le conocía, y su risa... su risa se convirtió, sin previo aviso, en mi sonido favorito. Era como una melodía suave que se colaba entre los rincones oscuros de mi mente y traía luz. Paz.

De repente, la voz de una de las monjas rompió el momento. La llamaba por su nombre desde el pasillo. Aura bajó la mirada con una leve sonrisa resignada.
—Bueno, me tengo que ir —dijo—. Las monjas necesitan de mí.

No lo pensé dos veces.
—¿Puedo ayudar si quieres?

Ella alzó la vista, sorprendida.
—¿Oh? ¿En serio?
—Claro, ¿por qué no? Ya estoy aquí —respondí, poniéndome de pie.

Aura soltó una risita medio tímida que me gustó más de lo que debería.
—Pues vamos —dijo, llevándome por uno de los pasillos hasta donde estaba la monja esperándonos.

Nos explicó que querían terminar de pintar un cuarto que, más adelante, sería utilizado para las clases de arte y música. El anterior espacio había sido convertido en un depósito improvisado, y los niños se sentían incómodos ahí.

Aceptamos de inmediato. El cuarto era amplio, con paredes ya medio pintadas de un tono azul turquesa que recordaba el mar. En el techo, alguien había dibujado signos musicales, aún sin terminar, flotando como notas en el aire.

—Mira —me dijo Aura mientras me entregaba una lata de pintura—, tú puedes encargarte de esa pared de allá, y yo terminaré los detalles de los dibujos.

—Ah, también puedes usar este delantal para que no te manches —añadió, tendiéndome uno color beige con manchas de pintura seca.

—Gracias —dije mientras lo tomaba. La observé ponerse el suyo, un poco más pequeño, lleno de salpicaduras de colores como si ya fuera parte del cuarto.

Comencé a pintar. Para ser mi primera vez, no lo hacía mal. Nunca me imaginé haciendo algo así. Y sin embargo, ahí estaba, pincel en mano, como si formara parte de algo más grande.

En un momento me giré, con la intención de preguntarle a Aura qué opinaba de mi pared. La vi alzarse las mangas largas de su abrigo con algo de torpeza, tratando de no mancharlo mientras dibujaba las claves musicales. Fue entonces cuando lo noté.

Su piel blanca no podía ocultarlo.
Moretones.
Marcados. Profundos. Algunos aún morados, otros verdosos, como si estuvieran sanando. Eran de distintos tamaños y formas. Algunos parecían el resultado de un golpe directo, otros como si la hubieran azotado con algo.

Sentí un nudo en el estómago. Me giré de inmediato, como si no lo hubiera visto. Pero era demasiado tarde. Aura se dio cuenta. Bajó rápidamente las mangas, sus movimientos se volvieron torpes, como si de pronto cargara con el peso del mundo.

—Me caí el otro día —dijo, con voz forzada, sin mirarme—. Soy muy tonta a veces.

Quise decirle que no le creía. Que nadie se hacía esos moretones por una simple caída. Pero no dije nada.
—Deberías tener más cuidado —comenté simplemente, aunque sabía que el problema era mucho más profundo que una caída.

Aura no era tonta. De hecho, era una de las personas más inteligentes y fuertes que había conocido. Pero algo en su silencio, en su intento desesperado de ocultar la verdad, me hizo prometerme que iba a averiguar qué le pasaba.

Y que esta vez, no me quedaría de brazos cruzados.




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