Después de la desaparición de gula, en lo que hubiera sido su última batalla, todo fue silencio por unos instantes antes de ser interrumpido por los gruñidos y el correr de los susurradores, los padres de Sara no sabían el estado de su hija, ni lo que había pasado con los demás incluido los ángeles que los acompañaban se habían separado por muchos metros durante la pelea.
La madre siguió el débil rastro de la esencia de su hija, al igual que la presencia inconfundible de los dos ángeles, sus aptitudes de cazadora no se habían debilitado luego de mucho tiempo, aunque hubo algunas cosas que ya no se sentían como antes, su instinto de cazadora de pecados seguía vivo en su interior, el padre la resguardaba sujetando las espadas con ambas manos, su debilidad era la fortaleza de su esposo y ahora debía recordar los tiempos de peleas y protegerla, hasta encontrar a su hija en medio de la negrura de la noche.
‒Por aquí‒ señalo la madre al encontrar un rastro de sangre, sus ojos brillaban como los de un gato, una de las habilidades esenciales para un cazador rastreador, poder encontrar a su presa aun con una gota de sangre, aunque poco a poco la runa junto a la comisura de sus ojos se apagaba hasta desaparecer, devolviendo sus ojos a la normalidad.
Los pasos de ambos eran al unísono al igual que la cadencia de los mismos, no existía descoordinación alguna en su andar, si uno levantaba el pie el otro también lo hacía, y así hasta en los momentos donde debían quedarse quietos ante la presencia de los susurradores que corrían entre los árboles. Ellos no tenían problemas en pasar frente a un susurrador, sus años de entrenamiento y los miles de batallas contra ellos, le enseñaron a calmar su mente y en especial su corazón, en mantener la paz y pasar desapercibidos.
‒Estamos cerca‒ dijo la madre estirando su brazo cerca de su marido, el cual le entregaba su Terciado una espada corta curvada en su último tercio, perfecta para ataques directos, movimientos que solo su cuerpo ágil podría manejar.
‒Espera‒ corto el padre rompiendo la sincronización ‒Mira, en ese…‒ señalo al tronco de un árbol grande, fuerte y robusto ‒ ¿Ese no es?‒ los dos se acercaron al cuerpo sin vida de Andrés que colgaba clavado por una espada curva que le atravesaba torso.
La madre examinó el cuerpo, tratando de entender que había ocurrido, su respiración se agitó al tocar los brazos, el torso y en especial el pecho, a pesar de que su vida había extinguido hace poco, la magia y el poder de las runas que marcaban su piel seguían vivas desvaneciéndose lentamente, muy pronto su cuerpo atraería a cientos de susurradores que lo devorarían por completo.
‒Ira, Lujuria, Gula…‒ dijo en voz baja reconociendo las runas una a una ‒Avaricia y…‒ la madre se sorprendió, jamás había visto a un ser humano con las runas de no uno sino algunos pecados capitales ‒Codicia‒ Un total de 5 runas diferentes, esto debía ser inhumano si solo las runas de un solo pecado capital significaban un esfuerzo sobre humano capaz de consumir el cuerpo de cualquier ser.
Recordó la advertencia que su madre le hizo en sus años de entrenamiento como cazadora desde muy pequeña, jamás y por nada del mundo, a menos que sea la última opción se debería de usar las runas de los pecados, su poder es tan grande que si te consume te volverías peor que un susurrador, dependiendo del pecado llegarías a ser sirviente de gula, tu hambre sería insaciable siendo capaz de provocar que te comieras a ti mismo hasta saciar un hambre que jamás acaba.
‒Vamos debemos encontrarla‒ dijo el padre tocando el hombro de su esposa, quien se había perdido en la conmoción ‒Por aquí‒ hizo un ademán señalando el camino por donde se abría un camino de ramas rotas y maleza aplastada.
La destrucción de los alrededores se hacía evidente, varios árboles caídos, destruidos o arrancados, mostraban la ante sala de una guerra campal. El padre se colocó al frente, sujetaba su Cimitarra firmemente, cualquier movimiento, sería cortado en dos sin pensarlo dos veces.
‒Sara‒ dijo la madre asustada.
El padre regresó la mirada hacia ella encontrado lo que la había alterado. Su expresión también cambio a la de miedo que se convertía en temor. El ala arrancada de un ángel, estaba tirada frente a su esposa.
Las ideas que lo peor les hubiera pasado inundaron sus corazones.
‒¡Sara!‒ grito el padre ‒¡Sara!‒ él sintió en su corazón que su hija no había muerto, en su interior ella seguía viva ‒Vamos‒ dijo levantando a su esposa.
Llegaron al centro de la batalla, los árboles y la destrucción los rodeaban, en ese lugar se desató la pelea principal de ahí habían sido lanzados por Gula alejándolos del resto, pero no había nadie solo la sangre que manchaba varias partes a su alrededor.
‒Aquí‒ dijo la madre señalando corriendo presurosa, encontró varias runas trazadas en la tierra junto a la silueta con un calor casi imperceptible de alguien que se había recostado cerca de ellas. Las runas eran difíciles de identificar, no eran de los pecados, no eran las de un cazador ni las de un ángel, no sabía a quién las pertenecía, jamás había visto uniones tan complejas en algunas y en otros trazos simples, pero concretas.
‒Sara‒ dijo la madre tocando el trazo fino de una de las runas, era la esencia de su hija.
El padre la interrumpió, señalo un par de pisadas que se alejaban de aquel lugar ‒Se dirigen a la casa‒ afirmó.
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Editado: 05.12.2021