Bella
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(Philadelphia – Estados unidos)
Octubre de 1801...
Miedo y alivio.
Esas fueron precisamente las sensaciones encontradas que experimentó los días que estuvo inmersa en aquel barco que jornadas atrás había dejado, mientras meditaba en los posibles escenarios que se pudieron dar a causa su huida.
¿Se habrán percatado de mi ausencia ni bien se terminó el evento?
Les gustaba pensar que sí, pese a que en su interior comprendía que el único ser que pudo estar al pendiente, fue el mismo que la obligó a huir en busca de paz.
Con la intensión de encontrar la manera de arrancarse los miedos, evaporando los recuerdos dolorosos, formándolos en escudos para que no viese lo que por su culpa era.
Necesitaba replantear su vida.
Que por fin dejase de girar en base a lo que aquel estuviese fraguando, aumentando a sus actos el grado de aberración.
Tiritó llamando la atención de su doncella.
La cual era la única que estaba al pendiente del camino, esa que sin decir nada comprendiendo lo que por su mente estaba pasando le tomó la mano apretándosela con confianza, mientras le obsequiaba una sonrisa sincera de boca cerrada, que, si bien no era de mucha ayuda, le servía de bálsamo para las heridas internas que no sanaban.
Antes de que alguna pudiese pronunciar algo, el mobiliario frenó intempestivamente causando que sus cuerpos se zarandearan, para acto seguido escuchar como un peso bajaba sin delicadeza de la parte delantera del carruaje, asomándose por la ventanilla. Sacándoles un susto de muerte cuando de forma brusca les habló de manera directa.
—Llegamos a su destino— gruñó dando a entender que no le complació hacer un recorrido tan extenuante—. Así que bajad rápido, que lo que me pagaron no compensa las molestias— les echó prácticamente del artefacto sin darles cabida a rechistar, o si quiera sacar a relucir su abolengo cuando vestía las ropas de Susan, y estaba lejos de parecer una Lady.
Con un suspiro de fastidio, mirándole de forma asesina, jaló a su doncella fuera del carruaje tomando en el proceso la maleta de viaje, encontrándose en medio de la madrugada y sin mirar atrás continuar caminando a zancadas sin saber hacia a donde.
Solo siguiendo sin mirar atrás, escuchando como los cascos de los caballos y las ruedas del carruaje se perdían por las calles.
Dejándolas al parecer en un sitio céntrico.
Nada que ver a lo que imaginó en primera estancia, puesto que parecía un club de caballeros en toda regla el lugar que tena frente a sus ojos, del cual apenas se percataba de su existencia.
La ostentosidad reinando en cada ladrillo puesto para ser fraguado.
El nombre predominando en letras doradas, dejando claro que era un sitio hecho para las más oscuras perversidades. Aunque solo se apreciase a primera vista como algo semejante al Brooks, resplandeciendo en pleno corazón de la ciudad.
La diferencia, es que ella nunca pretendió ingresar a un sitio meramente para caballeros, como lo iba a hacer ahora, ni mucho menos para lo que su mente en primera estancia contempló y ahora dudaba.
Intentó retroceder, perdiendo el valor con cada paso que daba, ahora siendo jalada por Susan, a la cual le hizo prometer que no le permitiría que diese marcha atrás así pusiera lidia.
Dejaron de avanzar, esperando a que la entrada se despejara.
Habiendo una fila considerable de hombres con buenas fachas, pero con semblantes de tiranos, haciéndola encogerse en su puesto para no ser notada, mientras a duras penas escuchaba las conversaciones que se fraguaban entre ellos, que tenían como resultado las estridentes risotadas.
Intentando parecer serena cuando llegó su turno, y se toparon con aquella columna humana hecha de músculos que se percató de su presencia denotándolo al principio con una mirada de soslayo, que después de un carraspeó de su doncella, consiguió que las mirase de frente con una ceja arqueada.
Repasando la mirada de forma descarada, aunque no lasciva por sus cuerpos.
Deteniéndose en el pecho de Susan más de los debido, haciéndola bufar a la admirada de forma irritada.
—Deje de observarnos, asqueroso, y permítanos pasar— se atragantó con su propia saliva al notar lo lengua floja que se ponía a veces la muchacha que se había criado con ella.
El hombre en vez de enojarse soltó una estruendosa carcajada que le erizó la piel.
—No— espetó sin siquiera dudar por un segundo, dejándoles de prestar atención, regresando a un montículo de papeles que portaba en sus manos.
Revisándolos como si se hubiera olvidado de su presencia.
En respuesta Susan abrió la boca airada intentando ofenderle de nuevo, haciendo que viese de esa manera que, si dejaba que su doncella continuase interactuando con el hombre, definitivamente no conseguirían ni la primera parte de lo que se proponían.
Le apretó la mano que no había soltado con fuerza, logrando que se refrenase y que la mirase con gesto alterado.
—Yo me encargo— sentenció sin darle poder a objetar.
—Pero mi...— aun así, insistió.
—Señor— le llamó ignorando su réplica, tras carraspear para que no le falseara la voz, porque lo cierto es que le temblaba cada extremidad.
Estas gritándole en coro, que era mejor irse antes de que no pudiese dar marcha atrás, pero ella no era una cobarde.
Necesitaba vivir en paz y con Edmond respirando no podría ni siquiera dormitar con tranquilidad.
» Señor— insistió una octava más arriba cuando este literal le ignoró, aprovechando que eran las únicas que se hallaban aguantando frio en la entrada.
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Editado: 24.12.2023