BELLA
Como odiaba que los días felices se escapasen como agua entre los dedos.
Esos eran lo más efímeros.
Los que no podia simplemente elegir, porque sencillamente hasta el momento no le pertenecían, tornándose prestados en la medida de lo posible.
Suspiró mientras salía de la cama con una lentitud pasmosa, observando la espalda desnuda del único que lograba que hiciera locuras, de las cuales no se arrepentía.
Como, por ejemplo, matar a la francesa.
Porque lo deseaba pese al momento de descontrol.
La envidia la carcomió, el que tuviese lo que ella no podia aspirar la hizo caer en un agujero oscuro que luchaba para que no se la tragase por entero.
Ese mismo agujero del que contradictoriamente tenía que dejarse llevar porque el momento estaba llegando, y al parecer el pelinegro lo percibió porque se removió en el lecho y volteando la cabeza en su dirección pestañeó enfocándola.
Sus ojos verdes singulares expidieron un brillo que le formó un nudo en la garganta.
No habían hablado desde que discutieron, por lo menos no con palabras cuando sus cuerpos se ansiaban de manera voraz.
Se decían cuanto se extrañarían, y la noche anterior en cada arremetida sufrían la inminente separación, porque Sebastien sabía que tenía que partir.
Se metieron a la bañera juntos lavándose mutuamente.
Apreciando mientras se relamía los labios como una pregunta bailaba en su mente y ya no quería frenarle.
O más bien una aseveración.
—No hay motivo para seguirle ocultando su paradero —frenó el proceso de enjabonarla —. El tiempo se ha agotado, y lo único que queda es vivir la realidad, amo —este no respondió, solo la colocó en su regazo sin importar regar el agua y le dio un beso urgido y arrebatador, dejándola sonrojada y sin aliento —. Sabe que le pertenezco, pero la vida sigue su curso, y no podemos detenernos a añorar cuando aún hay mucho por exterminar —tampoco le respondió, pero siendo esta vez la que iniciara el beso en donde sus cavidades fueron exploradas de manera lenta y agonizante cuando acabó el intercambio por falta de oxígeno salió sin pudor alguno buscando algo con lo que secarse ante la mirada atenta de Sebastien, que seguía reticente a dirigirle la palabra.
Se puso ropa de viaje, sacándole lo mismo para él, que con una ceja arqueada le interrogó saliendo del agua mostrándole ese cuerpo que la hacía bloquear cada una de las ideas.
Era tan perfecto que dolía.
Se obligó a enfocarse mientras se terminaba de trenzar el cabello, y colocarse las ultimas horquillas.
» Le pedí el favor a Lord Bristol que le informara al resto, menos a Lord Somerset que ya sabe dónde se encuentra su cuñada —trató de replicar, pero la queja murió en sus labios al entender que era lo mejor.
Alguien tenía que hacer el trabajo sucio por los dos.
Cuando estuvo conforme con lo que veía en su reflejo se dispuso a salir al no querer que tuviera oportunidad de que cambiase de idea, pero solo toco la manija cuando escuchó su voz determinada a la par de ronca que le estremeció hasta el alma.
—En esto nunca tendrás la última palabra —recostó la frente en la madera antes de abrir.
—Le espero afuera, amo —no tenía caso.
La decisión estaba tomada, y aunque él no sabía porque se sentía como una despedida, pese a que conocía el retorno próximo de Edmund se enteraría ni bien de despareciera de su vista.
Inhaló con fuerza para armarse de valor, estrujando el papel que tenía en una de sus manos siendo escondido a duras penas por los guantes que portaba.
—Solo será por un tiempo —se dijo para no comenzar a llorar —. Tendrás lo que tanto deseas, acabaré con Edmund, y seremos libres para elegir —asi ella no estuviera entre sus planes.
Rio por lo bajo negando.
Ella no era tan conformista.
Su alma no era tan comprensiva, y asi como haría cualquier cosa por el para mantenerlo a salvo lleno de dicha, también realizaría cualquier cosa que la dejase como su única opción, no por nada se había sacrificado.
Lo necesitaba a su lado.
Lo quería para ella, porque entre muchos prospectos fue el único que le nubló las entendederas.
Pues, la mayoría, solo exponiéndoles su caso, sin importar morir harían lo que fuera por ella, pero el único que logró que hiciese lo mismo, ese es el que se merecía y no se conformaba con menos.
Por el rabillo del ojo captó una sombra que la puso rígida, pero antes de siquiera seguirla por lo menos con la mirada la puerta de su costado cedió, dejando a la vista al pelinegro, que terminándose de acomodar el pañuelo arqueó una ceja curioso por saber que le ocurría cuando no era de esperar en un pasillo desolado.
Era más de adelantarse y aguardarlo casi llegando a donde se dirigían, por eso no se había demorado. Sin embargo, no le dio tiempo de si quiera sospechar porque dándole la espalda emprendió rumbo a donde seguramente hallarían a Lord Somerset reprendiendo a los ineptos que tenía a su cargo.
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Editado: 24.12.2023