BELLA
Al llegar a su destino podia decirse que estaba relativamente tranquila, sin tomar en cuenta que permanecería en ese estado, si no se topaba apenas ingresase a la residencia de los Duques de Beaumont con la dichosa princesita alemana hija de perra.
Es que no sabía cómo en el camino le habia regresado la pose regia altanera que la caracterizaba.
Lo único que comprendía es que Susan tenía mucho que ver, corroborándolo cuando ni bien descendió del carruaje, con la mente en una sola personita que parecía su yo de pequeña, y que le decía tía con un amor que no sabía que podia existir, consiguiendo que lo sintiera, y la cual no se apartaba de su cabeza.
Alicia era su mayor preocupación en esos momentos, estando al punto de regresar sus pasos y salir corriendo a su encuentro, pero un apretón en el hombro fue más que suficiente para regresarla a la realidad combinado con una negación de su amiga, al comprender el camino de sus pensamientos.
No podia ir a la guerra sin armas con las que luchar, era una manera de entregarse a sus deseos, y eso no libraría a su pequeña lucecita de pureza de todo lo que ella habia vivido.
La estaría entregando en bandeja de plata, y sin quererlo hasta siendo cómplice de ese asqueroso ser, que, por mas fuerte que se estuviese convirtiendo tenía que hacer caer.
Habia esperado por demasiado tiempo el momento indicado, y no pensaba echar el tiempo transitado a la basura por precipitarse a actuar en caliente, entregándosele cuando por fin habia dejado de ser su divertimiento particular, y de paso, obsequiarle uno nuevo.
Por eso, tras una breve pausa, tomando la mano de su amiga para darle un fuerte apretón, y sonreírle con la boca cerrada continuó con su camino, entregándole el gaban que ocultaba el maravilloso vestido que cubría su espectacular figura al mayordomo, para acto continuo mezclarse con el resto de los mortales influyentes que habían desistido de su idea de descansar en el campo para poder estar en primera fila apreciando a la oculta Duquesa de Beaumont, y sus vástagos, que aparte de ser mellizos, tenían poco más de diez años.
Todo un acontecimiento que hasta tenía trabajando horas extras a la dueña de la gaceta de chismes, nombrada Lady Chatty.
Pasó de todo el que quiso acercarse, solo enfocando a una persona al otro lado de la sala que se merecía todas sus atenciones, sin embargo, por mas de que quisiese y el mundo especulara de su relación para nada discreta, no podia simplemente acercarse porque perdería por completo el enfoque, aparte de que le exigiría respuestas, pues a esas alturas seguramente habia notado que no estaba bien, y no le ocultaría nada, solo tenia que primero saber que era a lo que verdaderamente se atenía, para después apropiarse como se debía de la situación.
Respiró hondo al percatarse que la anfitriona no habia hecho acto de presencia, solo sus hijos, a los cuales se encontró en la entrada saludando, pululando a los alrededores, por eso, decidió buscar un grupo al cual unirse.
Desechando a casi todo el salón al instante, hasta que encontró un pequeño conjunto de personas en específico, con el que de alguna manera compartía intereses, y con una sonrisa burlona en los labios fue a su encuentro sin importar si era bien recibida.
Empezando por un par de infiltradas que no es que le molestaran del todo, teniendo en cuenta que Evelyn, la hermana del duque de Beaufort era amiga, y sabia parte de su historia, y la otra, era nada menos que Lady Margaret Edevane, Condesa de Spencer, y también la suegra del vizconde de Portman, la cual, le aborrecía por aparentemente dañar el matrimonio de su pequeña, Lady Betsabé Hasting, Vizcondesa de Portman, convirtiéndola en una esposa florero, ignorando el hecho de que ella solo habia tenido un encuentro con este, y su relación se acabó de la misma manera en la que empezó, aunque aquel continuó en su promiscuidad con la mas puesta sin importar su estatus en la sociedad, cosa de la que no la podían culpar, pero no es que le interesara del todo, cuando el grupo también era compuesto por el mismísimo duque de Beaufort, la esposa de este, el Duque de Rothesay, y su mujer, y un poco mas alejados estaban los calaveras mas codiciados, observando todo con ojo analítico, en especial, Lincoln, que no le quitaba la mirada de encima alguien en particular, que le crispó los vellos de la nuca, pero lo dejaría para después.
También en ese selecto grupo se ubicaba la Duquesa viuda de Portland, que fue la primera en reconocer que iba hacia ellos, y con una ceja enarcada le dio el visto bueno para que se uniera esperando lo que su presencia causaría.
Abriéndole un espacio y saludándole como si fuesen las amigas mas intimas, haciendo que Evelyn la notase imitándola, recibiendo de la misma manera a Susan, cargándose el ambiente de un aire denso que en cualquier momento explotaría, pese a que no era por ella, aunque se estaba convirtiendo en uno de los detonantes.
Aunque el mas determinante resultó ser la entrada del mismísimo Rey, que se abrió un campo en sus múltiples tareas que no le daban descanso para asistir a la celebración, no siendo precisamente bien recibido, cuando el heredero al Ducado de Beaumont, Lord Thierry Alexandre Allard Borja, solo desechó la idea de saludar y mostrar sus respetos a Jorge III.
—Es un halago la presencia de su eminencia, y el chiquillo lo único que hace es despreciar su acto de gentileza —volteó a mirar a la dama escandalizada que hizo ese comentario, sin entender que hacia con ellos, cuando no tenía ningun interés en común.
Si tramaba algo, no lo sabía, o si solo era amiga de la condesa, que al estar tan desubicada porque la parejita que unió la esquivaban, decidió brindarle su mano amiga para que no estuviese tan desplazada.
En caso tal, si solo abriese la boca para decir esos ingeniosos comentarios dentro de poco se la cerrarían con las ganas intensas de arrancarse la lengua.
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Editado: 24.12.2023