No podré asistir a nuestra cita – James. Vaya forma de terminar el día.
Había estado esperando esta cita por años y cuando al fin tenía la oportunidad de salir de la zona de amigos, la oportunidad se había escapado de mis manos.
No culpaba a James por eso, debía estar muy ocupado con los asuntos de su escuela como para tener que cancelar esa cita que daría un paso más allá de nuestra amistad.
– ¿Porque esa cara de desilusión? –
Alcé mi mirada que tenía puesta en mi teléfono, para encontrarme con Allan Pemberton comiendo una bolsa de frituras. Me removí en mi lugar al ver que él había tomado asiento a mi lado, no tenía porque reclamarme el porque se había sentado ya que la parada de autobús era un lugar libre.
– Solo recibí un mensaje no deseado – dije sin pensar.
Allan se paró de su lugar para depositar la envoltura vacía de frituras en el bote frente a nosotros para después volver a sentarse a mi lado.
– Entonces te llevaré a un lugar – afirmó como si lo que hubiera dicho no necesitaba mi consentimiento.
– ¿Qué te hace pensar que quiero ir contigo? Me iré a casa y tú iras a la tuya –
– Vamos Madi, somos amigos, ¿no es así? –
Deje salir una risa sarcástica ante sus palabras, sabía muy bien que Allan Pemberton jamás tenía amistades con una mujer, al menos no del tipo de amistad habitual.
– Dije que lo pensaría, y ya lo pensé.
– ¿Y cuál es la respuesta? – preguntó con una sonrisa divertida formándose en sus rosáceos labios.
– Mi respuesta es un no.
Allan rió melodiosamente para después tomarme de la muñeca y hacerme subir al autobús que se había estacionado frente a nosotros.
– ¿Qué haces? Dije que no iría contigo –
Traté de no entrar al autobús pero ante la molestia de los pasajeros por nuestra pequeña rabieta, me subí a regañadientes.
– Eres como un conejito enojado – dijo tocando mi nariz con la punta de su dedo índice. Lo aparte furiosa de un manotazo para girarme hacia la ventana, Allan se había sentado junto a mí y mi molestia era notoria. Dije que no quería ir con él, pero aún así me había arrastrado al autobús que iría a quien sabe donde.
– ¿A donde iremos? – pregunté al desconocer el camino por el que íbamos.
– Es un secreto.
En serio quería golpearlo. Nunca imagine que a penas entrara a la universidad mi vida sería aún más complicada al tener un playboy pegado a mí como una goma de mascar. No entendía que es lo que Allan buscaba al estar conmigo, según los rumores, Allan nunca se había fijado en una chica, no salía a citas, no tenía novias y aborrecía las fiestas. La única manera de acercarte a él, era el ser nominada a candidata de las apuestas que se realizaban cada semestre por los amigos de Allan, apuestas ridículas pero que ya eran costumbre en el campus desde generaciones antes que Allan Pemberton.
Juegos estúpidos que solo servían para incrementar el ego de los chicos guapos del colegio, lo que me hacía preguntarme el porqué a las chicas les gustaba tanto el ser nominadas para apuestas tan bizzaras.
Mis divagues terminaron cuando el autobús frenó en otra de las paradas de la ciudad y Allan tomó nuevamente mi muñeca para arrastrarme hacia la salida. Creo que Allan había descubierto algo más entretenido que las apuestas, y eso era el arrastrarme a todos lados.
– ¿Qué estamos haciendo aquí? – pregunté al ver que habíamos llegado a la plaza de la ciudad, a la que no había venido desde que tenía cinco años.
– ¿Sabías que esa fuente es muy famosa por conceder deseos?.
Sin poder retenerlo, una ligera risa había brotado de mis labios.
¿El playboy más rudo de la universidad me había traído a una fuente de los deseos? Bien, ya podían despertarme de este absurdo sueño.
– La fuente de los deseos solo es un invento para que las personas tiren su dinero y alguien mas lo recoja.
– Debes dejar de ser menos pesimista Brooks. Toma –
Allan me entregó una moneda del bolsillo de su pantalón, y la acepte sin rechistar. El Allan Pemberton de quien todos hablaban en la universidad era muy diferente al Allan que estaba frente a mí. Sus lacios cabellos se revolvían por el viento y sus ojos color aceituna brillaban de ternura que me era casi imposible apartar mi mirada de la suya, eran tan embriagantes que te hacían querer perderte en esa laguna de colores que era su mirada.
Quizá los demás estaban equivocados en su manera de juzgarlo.
– Bien, si mi deseo no se cumple, tú serás el responsable – dije con seguridad mientras agarraba fuertemente la moneda en mi mano. Allan sonrió.
– Entonces yo me encargare que tu deseo se haga realidad.
Sentí un calor en mis mejillas y daba gracias al cielo que él no podía ver mis rojas orejas porque éstas estaban ocultas tras mi cabello. Sus palabras me habían descolocado pero me asegure de mantener la compostura.
Carraspeo para después juntar mis manos en posición de rezo aún sosteniendo la moneda. Abro mis ojos cuando el deseo termino de ser formulado en mi mente, me giró a ver con una sonrisa tímida a Allan quien sonreía de la misma forma. Me encogí en mi lugar ante su imponente mirada y le resto importancia al primer golpeteo de mi corazón.
Lancé la moneda aún avergonzada de haber pedido un deseo a una fuente como una niña pequeña.
– ¿Ahora si puedo ir a casa? – pregunté después de que la moneda se sumergió en el agua para perderse entre las demás monedas.
– Ahora si podemos irnos– dijo para caminar hacia nuevamente hacia la parada de autobús. Quizá estaba comenzando a acostumbrarme a tenerlo a mi alrededor. Solo quizás, podía ser amiga del playboy más deseado de la universidad.
Aunque no sabía que ese hecho no iba a ser más que el principio de todos nuestros problemas.