Los murmullos a mi alrededor estaban colmando mi paciencia. Cada susurro que escuchaba solo provocaba que la furia se abriera paso en mi ser. Nunca fui una chica calmada, es mas, era demasiado impulsiva.
– Lárgate – murmure sin cortesía alguna al chico sentado a mi lado.
La melodiosa risa de Allan inundó mis oídos al tenerlo tan cerca. Las gemelas nos veían extrañados, las chicas del instituto me miraban con tanta furia que si pudiera matarme con la mirada, era más que seguro que estaría muerta desde hace unos segundos atrás. Todos los chicos de la cafetería tenían su mirada puesta en nosotros y eso era algo que yo odiaba con demasía. Ser el centro de atención nunca había sido lo mío.
– ¿Qué no escuchaste? Largo – dije entre dientes recibiendo- nuevamente- una risa en respuesta.
– ¿Es así como tratas a tus amigos tan temprano en la mañana?
No era novedad que Allan Pemberton se divertía con todo este asunto, lo que si era novedad, era el hecho de que estaba sentado a mi lado en la cafetería de la escuela, cuando él ni siquiera osaba en sentarse a comer en este lugar.
– Es así como te trato a ti, así que largo – volví a insistir, pero era más que obvio que Allan no se apartaría, era más necio que una mula.
Yo solo quería tener de vuelta aquel primer y cotidiano día de universidad, donde nada interesante ni cliché sucedía. Quería seguir en mi mundo donde era la chica promedio a la que nadie le tomaba demasiada relevancia.
– No lo haré Madison. ¿Qué es lo que me pedirás ahora para confiar en mis buenas intenciones? – dijo con coquetería. Sonriendo como modelo de revista mientras mantenía sus ojos fijos en los míos.
– No pediré nada, solo vete. No me gusta llamar la atención – confesé.
Era más que obvio que mis días tranquilos nunca regresarían. Me había quedado muy claro al ver que las chicas que siempre rodeaban a Allan; me miraban con furia retenida. Esos ojos enfurecidos solo decían: problemas, y yo quería evitarlos a toda costa.
– ¿Es la luna lo que quieres ahora? – inquirió burlón, apartando su mirada de la mía para regresar su vista a la hamburguesa que tenía en su charola de comida.
Allan le restó importancia a las miradas de casi todo el instituto - que estaban puestas en nosotros- para comer tranquilamente su hamburguesa sin vergüenza alguna.
– No quiero la luna, quiero que te vayas.
Segundos después de insistencia, simplemente me rendí. Allan nunca se iría y al ver como su amigo llegaba a sentarse a la mesa con nosotros y se ponía a hablar con las gemelas, deduje que jamás lo haría. No podría quitarme la goma de mascar llamado: Allan Pemberton con tanta facilidad.
Suspiré rendida para comenzar a comer tímidamente el sándwich que había comprado en la cafetería, las miradas de todos aún seguían fijas en nosotros, aunque intentaran disimularla. El sentir sus miradas me hacía sentir cohibida así que no podía degustar mi sándwich como quería y culpaba a Allan por ello.
Dejé el sándwich a medio comer devuelta a la charola, el hambre se me había ido y quizá eso debía a las mil maldiciones que las chicas de la mesa de enfrente habían lanzado hacia mi.
– ¿Porque dejaste de comer? – preguntó Allan esta vez bebiendo del refresco en la mesa y un cuestionamiento surgió en mi mente después de ello. Los pocos días que había pasado con Allan, había caído en cuenta que la comida chatarra era parte de su día a día, él comía como todo un troglodita y aún así su cuerpo poco musculoso se mantenía intacto. Vaya suerte la que tienen algunos, yo suelo salir a correr en las mañanas para desquitar toda la chatarra que había comido el día anterior.
– Porque se me quito el hambre.
– Toma – dijo arrastrando la bolsa de papas que tenía en su charola, para ponerla frente a mí. ¿Acaso este era un sueño? ¿El glotón de Allan me estaba dando de su preciada comida?
Reí para mis adentros por los cuestionamientos sin sentidos y la situación cómica que había ideado en mi cabeza con respecto a Allan Pemberton y su obsesión por la comida chatarra.
Tome la pequeña bolsa de papas y me dispuse a comer mientras lo veía devorar dos hamburguesa y una botella de refresco. Quizá él tenía un problema serio y yo tomaba todo esto con humor, pero era imposible no reír ante la situación. El playboy mas deseado del instituto, realmente era un glotón sin medida. Los libros de romance me mintieron al respecto.
....
Después de la escena de Allan en la cafetería, por suerte, el día transcurrió con normalidad. Tuve clases que afortunadamente, habían logrado distraer mis pensamientos. Entregue mis trabajos correspondientes y por primera vez en años, había logrado obtener una buena calificación en álgebra, hecho que me enorgullecía. Me había prometido el devolverle a mi tía todo lo que había hecho por mí y mi manera de demostrarlo, era lograr obtener buenas calificaciones para poder tener un título universitario. Sería maestra de infantes y mi único objetivo, era que mi tía se sintiera orgullosa de mí.
Salí del campus con total soledad, pues las gemelas habían ido a practicar ya que el día de san valentin estaba cerca, a lo que la escuela organizaría un evento debido a ello y ellas debían participar en la obra de teatro que se realizaría.
¿Cuál será la obra de teatro?
– Romeo y Julieta – contesté sin prestar atención a la persona que había preguntado.
Me detuve a medio camino cuando finalmente, mi lento cerebro, logro procesar que había sido una persona real la que me había hecho una pregunta y no mi conciencia. A veces la mente es tu peor enemiga.
– Es tan cliché que la presenten cada año.
Al parecer, Allan Pemberton no tenía ni la más mínima atención de alejarse de mí y eso de estar diciéndole que se alejara, ya me tenía cansada.