El día de San Valentín había llegado.
La decoración escolar era un tanto empalagosa. Habían corazones por todos lados y todo era color de rosa, inclusive el uniforme de las animadoras había sido remodelado a ese color.
Adentrarme en los pasillos de la escuela había sido un verdadero fastidio, habían cientos de chicos deseando un feliz San Valentín mientras entregaban rosas de papel, toda esa emoción por tal festividad era un poco excesivo. Pero por algo el colegio se llamaba: Fish Love, su nombre era suficiente para honrar San Valentín, aunque en verdad se llamaba así por los dos apellidos del fundador.
Por suerte hoy no tendríamos clases. Nos darían el día libre para que pudiéramos disfrutar de la festividad y ver los esfuerzos que el comité estudiantil había realizado para entretenernos. Solo con ver la escuela infestada de corazones rojo, era suficiente para que ellos lograran dejarnos en claro que hoy era San Valentín. El colegio Fish se caracterizaba por sus grandes festividades, el director honraba el dicho: Si vas a hacer algo, entonces hazlo en grande. Y es por eso que el colegio Fish siempre tenía las festividades mas extravagantes y el pino mas grande en todo el planeta en épocas nadiveñas. Éramos como villa quién, pero eso de algún modo era gratificante, los tortuosos días de clases no eran tan pesados si mantenías la esperanza de ver una gran festejo en un día importante.
Seguí mi camino entre los pasillos del colegio hasta llegar frente a la gran sala de teatro. Las gemelas se habían esforzado tanto para este día, y yo por fin iba a presenciar sus esfuerzos. Antes de que pudiera abrir la puerta, la persona a mi lado había abierto la puerta antes de que yo lo hiciera.
– Las damas primero.
Esa sonrisa burlona había vuelto.
Sus aceitunados ojos habían vuelto a tener ese brillo humorístico en ellos, su actitud relajada estaba de nuevo en él. Ni siquiera había rastros de sus lágrimas del día de ayer. Parecía estar bien, pero ese fue el primer indicio de todo.
Allan no estaba bien.
Aparentaba estarlo y las gemelas tenían razón. Allan era una persona rota que no dudaría en destruir todo a su alrededor, y no era porque él así lo quisiera, si no, porque estaba siendo cegado por el dolor que lo albergaba. Pero eso a mi no me importo, me deje embriagar por ese par de lagunas profundas que escondían el dolor dentro de ellas. No me importo el hecho de que mi corazón le perteneciera a alguien mas, porque Allan se estaba llevando todo consigo.
Entré a la sala de teatro sin molestarme en responderle. Juntos caminamos a los asientos frente al gran escenario. Todo estaba a oscuras, la luz reinaba solo en el escenario en la espera de sus actores. Tome asiento en una de las butacas aterciopeladas de en medio y Allan tomo lugar a mi lado. No dije nada. No iba hacer nada mas que gastar mi aliento en decirle que se fuera, porque era mas que obvio que él no se iría, y mi insensato corazón tampoco quería que lo hiciera.
La obra comenzó cuando el maestro de teatro termino la presentación, las cortinas rojas cayeron dando inicio a la obra.
– ¿No crees que es demasiado aburrido estar aquí? – inquirió como un niño pequeño al que obligaban a asistir a una junta aburrida.
– Si no quieres estar aquí, solo vete.
– Pero que hostilidad. Creí que ya seríamos los mejores amigos después de lo de ayer.
Me giré a verlo y Allan había formado un tierno puchero con sus voluminosos labios. No contesté. Pero aunque no lo hice Allan continuo.
– Sabes, repiten esta obra cada año que hasta ya me la se de memoria. Ahora él dirá: ¡En la fiesta de esta noche debemos bailar sin derroche, mi gran amigo Mercurio!
Una carcajada brotó de mis labios al escucharlo decir aquello con una voz graciosa, provocando que la señora a mi lado chistara hacia mi dirección. Al parecer su hijo estaba actuando, ya que traía una cámara en sus manos mientras grababa la obra, como si su hijo fuera un niño de preescolar.
– Allan, basta. No dejas que los demás disfruten la obra.
– ¿Y qué quieres que haga? Es demasiado cliché y aburrida.
– Entonces puedes irte, nadie te esta reteniendo.
– Tú lo estas haciendo.
Sus aceitunados ojos destellaron mientras me miraba fijamente. Con el pasar de los días, me daba cuenta que no podía simplemente ignorar su mirada, ni siquiera podía apartarlo de mi lado.
Allan Pemberton era mas atrayente de lo que había imaginado. Ahora entendía porque las chicas se aferraban a alguien como él, era mas que obvio que a pesar de que era un patán, nadie quería perder la oportunidad de acercarse a él. Su coqueta sonrisa y sus encantadores orbes verdes eran el dúo perfecto para que cualquiera cayera a sus pies.
Yo dije que no lo haría.
Que él no podría contra mí.
Que nadie se metía con una Brooks ni mucho menos jugaría con ella.
Pero estaba cayendo.
Estaba perdiéndome en él y no había nada que yo pudiera hacer para evitar mi caída. Porque caería, estaba segura. Algo dentro de mí me decía que Allan no podía amarme y no era porque él no quisiera, si no porque él no sabía como hacerlo. No había aprendido a como amar y habían tantas cosas en su cabeza que incluso si eso que sentía era amor, él se encargaría de que no fuera así.
Estar con él era correr un riesgo. Allan Pemberton era un peligro. Pero yo quería estar junto a él, sin importar lo que pasara después.
– Yo no estoy diciendo que te quedes, así que puedes irte – dije apartando mi mirada de la suya y mirando nuevamente hacia el escenario, Julieta (Chelse) había aparecido.
– No puedo hacerlo. Si tú estas aquí, entonces yo también lo estaré.
– ¿Entonces quieres decir que me seguirás a todos lados? – inquirí cruzando mis brazos sobre mi pecho. Volví mi mirada hacia la suya y alcé la ceja derecha tratando de lucir intimidante. Él solo sonrío con coquetería.