– Allan.
La voz áspera a nuestras espaldas hizo que nos separáramos lentamente. Frente a nosotros, estaba un hombre al que yo nunca había visto, pero conforme a sus características parecidas a Allan, pude intuir de quien se trataba.
En el campus corría el rumor de que el señor Pemberton era un magnate de los negocios, que dirigía empresas Pemberton que en un futuro ésta también pertenecería a Allan, ya que la familia Pemberton siempre había dirigido esa empresa que lleva su mismo apellido. Los cuchicheos en la universidad nunca se detenían, menos cuando se trataba de un tema tan interesante como lo eran los Pemberton. Los rumores decían que Benjamín Pemberton era un tipo frío, que era demasiado apuesto como para ser considerado un hombre de mayor edad, que era casi tan atractivo como lo era su hijo y ahora debo de decir que ellos tenían toda la razón. Benjamín Pemberton era un hombre apuesto, para nada carismático y gozaba de buena estatura y proporcionados músculos que se hacían notar por debajo de su saco azul marino que traía puesto. Sus ojos eran dos grandes océanos que te miraban con altanería, el señor Pemberton parecía un hombre recto, pulcro y sobre una persona de sangre fría. Me miraba como si yo fuera un simple insecto que se había parado justo debajo de sus pies el cual puedes pisar cuando desees e inconscientemente, trate de ocultarme detrás de la ancha espalda de Allan, él noto mi acción y la mirada dura que me dirigía su padre, a lo que se apresuro a cubrirme con su cuerpo.
– ¿Viniste a ver a Betty? – inquirió Allan tratando de desviar la mirada de su padre hacia él.
– Vine a verla.
Allan rió con sarcasmo.
– ¿Viniste para que no tengas remordimiento después de su partida?
El señor Pemberton chasqueo la lengua disgustado por las palabras de su hijo. Negó levemente con su cabeza para posteriormente acomodarse el costoso reloj que traía en su muñeca derecha.
– No vine para escuchar tus reclamos Allan. Tu hermana y tú son lo mas importante para mi, así que me veo con el derecho de preguntar quien es la chica que te acompaña.
Benjamín Pemberton volvió a dirigir su penetrante mirada hacia mi. Mirándome con recelo mientras que me observaba de pies a cabeza, buscando algo que yo desconocía.
Allan tensó su mandibula, pude notarlo desde donde yo estaba, así que antes de que todo el ambiente se tornara mas pesado, me apresuré a contestar el cuestionamiento del señor Pemberton.
– Madison Brooks, soy.. – busqué entre mi disfuncional cerebro, una respuesta que darle a la extraña relación entre Allan y yo. – soy una compañera de la universidad.
El señor Pemberton no parecía tan convencido con mi respuesta debido a la mueca de disgusto que surcaba sus labios.
– Ya tienes tu respuesta. Ven, te llevare a casa – dijo lo último hacia mi. Hizo un ademan para tomarme de la cintura pero sin llegar hacerlo, simplemente me indico que siguiéramos nuestro camino hacia la salida. Con pasos torpes camine delante de Allan, aún sintiéndome algo atemorizada por la imponente presencia del mayor de los Pemberton.
– Espera – el señor Pemberton lo detuvo del brazo a medio camino.
Allan se giró a verlo con molestia y de alguna forma yo me sentía inquieta, estaba pérdida, pero inquieta. No entendía para nada la guerra entre miradas que ambos, padre e hijo, tenían. Era como si estuvieran discutiendo entre ellos pero sin decir ni una sola palabra, solo se miraban desafiantes entre ellos y ninguno quería perder ese duelo de miradas que tenían.
– ¿Madison?
La ofuscada voz de la tía Margarett fue como música para mis oídos. Cuando ella se iba acercando hacia mi, era como si estuviera devolviéndome el aire que yo estaba reteniendo hace unos segundos. El aire pesado a mi alrededor estaba comenzado a disiparse.
– ¿Qué haces aquí? – cuestiono con confusión.
– Te lo explicaré en casa – susurré solo para que ella lo escuchara. Afortunadamente mi tía no hizo mas preguntas que las necesarias, miró minuciosamente a los dos hombre frente a ella y luego volvió su vista hacia mi.
– Me iré a casa, no te preocupes por mi – musite hacia Allan, éste asintió con una ligera sonrisa en sus labios. Hice un asentimiento de despedida hacia el señor Pemberton para después darme media vuelta e irme de ese pesado ambiente como tanto había deseado.
– ¿Ese no era Benjamín Pemberton? – preguntó mi tía una vez que ya estábamos lo suficientemente lejos de aquella peculiar familia.
– El mismo – afirme.
– ¿Qué hacías con ellos?
– Conozco a su hijo, solo eso – dije con nerviosismo. Solo quería llegar a casa y que esa incomoda situación se borrara de mi mente, o quizá me tomaría el tiempo de analizarla minuciosamente mas tarde. No comprendía la guerrilla entre ellos y el como yo estaba en medio de todo ello.
– ¿Solo eso? Madi – mi tía me detuvo a medio camino, una vez que estuvimos fuera del hospital.
– Siempre has sido sincera conmigo, entonces ¿porque evades esta situación tan repentinamente?
– No estoy evadiendo la situación – bufé. – Yo.. solo, solo no se que quieres que te responda.
– Quizá no he pasado mucho tiempo con ustedes en estos últimos días, pero te conozco perfectamente, tal y como conozco a mis hijas y se que algo esta pasando.
Negué repetidas veces. ¿Como le explicaba esta situación si yo aún no tenía claro mis sentimientos?
– Tenme paciencia tía. Tal vez después tenga una respuesta para tu pregunta – conteste para seguir mi camino. Sintiendo el frío invernal calar mis huesos, sin saber, que el tal vez nunca es una buena respuesta.