Les tomó más de una hora cruzar hacia el puente de piedra que se alzaba sobre el Canal y conectaba el este y el oeste de la ciudad. En el occidente, opuestas a las casas monótonas y sin gracia que se perdían entre los bares y lupanares, se alzaban unos edificios más trabajados, altos y con más clase. Las calles estaban más limpias también. No solo de basura y de ratas, sino de los ojos malévolos de los manos largas, que apuñalaban a los beodos en los callejones con picos de botella para raparles el calzado. Ehogan conocía a algunos, iban a verle en la arena cuando tenían algún suelto extra que apostar y cuando salía, le invitaban a un trago por agradecimiento.
-Eres popular entre la escoria, hermano -Kelsen se burló con acritud.
-Sólo protegen la inversión. Además, la mitad me ha visto pelear y le ha contado a la otra, no se nos molestará demasiado.
-Sí, eso -Kelsen asintió-. Y tengo comprado a más de la mitad.
-¿Qué utilidad te traen estos? No son mucho de ir a fiestas y cenas.
-Y es precisamente esa su utilidad. La ciudad vive fuera de las fiestas y las cenas. Necesito quien la vea mientras yo estoy dentro.
Ehogan no dijo nada. Tenía sentido.
-Hoy ha sido un día productivo -Kelsen declaró, mirando hacia los últimos vestigios de sol que se ocultaban tras las montañas frente a ellos.
-Dice el hombre que mira mientras otros se agrietan las manos.
Kelsen soltó una carcajada fugaz seguida de un suspiro y caminó en silencio por un momento.
-Eso acaba, hermano -declaró de repente-. Eso acaba esta misma noche.
Fue el turno de Ehogan para reír, con más amargura que diversión.
-¿Y se supone que he de celebrar por ello?
-Se supone -Kelsen asintió-. Dado que te la pasas mirando apenado tus agrietadas manos.
-El hombre que lamenta su condición no la enfrenta con menos valentía que el que no lo hace.
-Pero sí con mayor insensatez.
-No lamenta el buey el arado y uno no va por ahí llamándolo sensato.
-No se puede esperar mucho de los bueyes, ni de los hombres que se les asemejan -explicó Kelsen con ambas palmas vueltas hacia arriba-. No nota el buey el arado porque mucho lo ha cargado. Pero al necio que nota que le pesa y no hace nada para sacárselo por sobre la cabeza... uno al menos hay que mirarle extrañado.
-Dices eso porque eres joven. Buey siempre es buey, hombre siempre es hombre. Yo soy un luchador y llevo siéndolo mucho tiempo.
-No por eso estás encadenado a ello como el buey al arado.
-No, no es lo que estoy diciendo. Simplemente sé que al hombre y al buey uno le da descanso. Igual al luchador y al soldado. Ha habido lucha en mi vida desde que la conozco. Estaban primero los otros niños y los perros, luego los hombres blancos y sus armaduras de chapas, luego los hombres de la arena, piel blanca, piel oscura, todos con torsos desnudos. Entre esta y la lucha siguiente solamente queda esta pausa. Y te agradezco por ella.
-Este es el final -Kelsen sonrió, como si supiera algo que él no-. Y lo verás.
-Y lo verás -Ehogan repitió.
Estaban a punto de llegar cuando Kelsen inició una nueva conversación.
-Algo más te inquieta.
Ehogan se detuvo y volvió la vista hacia su hermano que se había quedado un poco rezagado, acomodándose la hebilla de la bota izquierda que tendía a soltarse. Asintió con un suspiro, pero le quitó importancia con un ademán.
-Vamos, dime -lo presionó Kelsen, apretando un poco el paso.
Ehogan volvió a suspirar.
-Supongo que es mejor que te lo diga ahora mismo - dijo con la vista vuelta hacia el patrón de estrellas en la joven noche.
-Y más vale que antes de llegar.
Ya se asomaba la luz de las mil linternas, el coro de cientos de voces, y el inconfundible sonido de un puñado de instrumentos que usualmente señalaban de una fiesta el lugar. Ehogan había accedido a acompañar a su hermano en parte porque la idea volver a casa en una noche como aquella le parecía sacrílego, y también porque esperaba poder ver a una mujer. Y no era que la noche fuera demasiado especial.
-Creí que los había matado a todos - se detuvo de repente, dejándose alcanzar por la realidad que llevaba evadiendo desde que se encaminó a la Caléndula luego de la arena-. Tenía un trabajo, tenía un propósito que creía haber cumplido -sacudió la cabeza-. Que estaba seguro de haber cumplido - corrigió-. Se prueba una vez más que las certezas son inútiles en este mundo artero - dijo a modo de una amarga broma.
Kelsen, que se había detenido más adelante, resopló. Ehogan tenía la cabeza gacha, e incluso mirando al suelo, por la forma en la que movía los pies y pisoteaba como caballo asustado, supo que su hermano no sabía qué responderle.
-Una advertencia habría sido bienvenida -le reprochó.
Kelsen se plantó. Tomó aire.
-Temía que te acobardaras- se sinceró, brutalmente, como tenía costumbre de hacer-. Que te largaras, que no accedieras. Y... -dudó un instante pero se reafirmó, con el respectivo taconeo de las botas que eso conllevaba-. Y necesitaba ese dinero. Era vital.