Esa tarde hacía frío aunque el sol calentaba la calle con el denuedo propio de los últimos días del verano, cuando el brillo y la luz eran poco más que la antítesis profética de la oscuridad que se comía a la región cuando el frío se deslizaba desde los páramos como un fantasma vengativo que vuelve periódicamente a perturbar la paz.
Kelsen sabía que el frío no estaba en el clima, pero que aún así, de cierto extraño modo también estaba ahí. Estaba presente en las risas de los muchachos que se tiraban de cabeza al canal desde los puentes, en las flores que se alzaban a la vera del camino de piedra, en las piedras recalentadas por el sol. Estaba en todo aquello que miraba y en todo terreno sobre el que ponía los pies y en la ráfaga de aire caliente que atravesaba torrentosa, haciendo vibrar unos techos helados y ondear unos estandartes congelados que habían mandado a colgar por toda la vía Diagonal.
Estaba en el saludo de Risatorrente, que era como llamaban al joven con el que se encontró en la plaza, y que lo abrazó como se abraza a un padre, a un hermano o a un buen amigo, sólo que un poco más frío.
-¡Cha' Kelsen! ¡Ashé!
El chico prácticamente se había criado en la casa de Ngo "la anciana", una mujer de contextura finísima y piel dorada, a la que nunca le faltaba una sonrisa cálida y un oportuno consejo envuelto en un plato de comida que le servía a la mesa lo mismo a Kelsen, su "marido", que a cualquier otro chico al que le hiciera falta comer.
La madre de Risatorrente había muerto hacía años y el padre, empobrecido hasta más no poder, trabajaba las Tierras de las Rosas para un hombre al que le había pedido prestado dinero y al que parecía haberle vendido hasta el alma sin conseguir saldar el interés. Así que el muchacho comía, dormía y vivía como hijo de Ngo, sin que hubiera nada que Kelsen pudiera hacer para deshacerse de él. Aunque tampoco es que le echara mucho empeño.
-Asé, pequeño, buena suerte.
-¿Pequeño? -el muchacho rió su risatorrente-. Si a usté y a Cha' Ehogan les saco varias varas de altura, ¿qué no ve?
-No está todo en la altura, Tsurí, no está todo en la fuerza...
-Está también en la cabeza -completó la frase el muchacho, mirando cansinamente al cielo desde dónde los dioses mandaban la paciencia-. Y estoy aprendiendo a darle vuelo a la testa, ví cómo le servía a Cha' Ehogan el otro día contra ese hombre loco. Fue de otro mar ¿no? Digo, digo, de un mar dorado ¡o así!
Kelsen rio por lo bajo. De un mar dorado... Las cosas que se les quedaba a los muchachos para decir que algo estaba bien. Muchos no habían visto el mar nunca, y aún así, parecían añorarlo más que los más viejos, que hacía un siglo habían crecido sacándose la sal del cabello antes de ir a dormir. La forma en la que el pasado se quedaba en el lenguaje, como sepultado en un infinito sepulcro de hielo sobre el que seguía cayendo la nieve.
Kelsen rodeó al muchacho y continuó caminando sin contestarle. Risatorrente lo siguió como si le hubiera invitado y a él no le quedó otra que aguantar otra descripción detallada de la victoria de su hermano, adornada con la colorida jerga de la juventud isleña crecida en el Continente. Completamente lamentable, Kelsen pensó, tanto mar en bocas que no lo han probado.
-Ir a la arena no es precisamente usar la cabeza, Tsurí, no para alguien de tu edad -comentó Kelsen, distraído en el frío brillo del sol sobre el agua del canal.
-¡Ah, que lo es si quiero ser como Cha' Ehogan!
-Y usar la cabeza es abandonar todo intento por parecértele.
Caminaron un rato en silencio, con Kelsen tratando de que la expectación no le hiciera temblar la mano que llevaba escondida bajo el largo chaquetón, en torno a un puñal largo y recto. Se preguntó por cuánto más le seguiría el muchacho. Viéndole el rostro, se notaba a leguas que no había dado la conversación por terminada y ya dejaban el Barrio Gascón en dirección a la amplia explanada que marcaba el mismo centro de la ciudad. Ahí le esperaba la emboscada a la que caminaba con sangre fría como agua de páramo.
-Habla usté de la cabeza como de cualquier otra herramienta -dijo el chico luego de un instante.
Kelsen asintió dubitativo.
-Puede decirse que es así, aunque sólo en parte -pensó un momento-. Presumiblemente, de las herramientas vendría a ser la madre.
-Pero al final herramienta, como mamá o hija -Tsurí insistió.
Kelsen lo miró con desconfianza.
-En términos simples. Hasta simplistas.
-"A veces la simpleza es la verdad en su estado más puro", o al menos así lo recuerdo de uno de sus libros.
Kelsen sonrió. Sorprendido.
-Ah, así que entonces me has leído.
Risatorrente se carcajeó con fuerza.
-Nada de eso -negó con fuerza el muchacho-. Cha' Ehogan quiso enseñarme un día y tuve que aprenderme la condenada oración por palabra para que me dejara salir a salvajear ¡Que los muchachos querían ir al canal y el hombre se paró ahí, como trancapuertas!