Después de unos minutos esperando, la mujer que había visto en la habitación de su madre volvió. Se veía cansada y alterada, pero decidió no decir nada, no tenía cabeza para activar su “modo acosador”. Prestó más atención en sus detalles, sus ojos eran redondos y llamativos, de un color marrón claro, su piel era como el café con leche y tenía un rostro muy bello.
No importaba que tan bonita pudiera verse, “policía era policía” y la estaban buscando, estaba preocupada. Era de conocimiento público lo peligrosa que se había vuelto la policía después de la guerra, temerle no era una exageración, incluso si tenías un historial limpio. Desde que se falló a favor de los mandatorios, declarandolos inocentes por sus delitos de lesa humanidad, después de aislar, trasladar de contra de su voluntad y secuestrar a los nuevos profesionales, niños desde los 12 o 13 hasta los 18. Además de torturar a familiares para que los adolescentes cedan ante las instrucciones que les daban.
Así que si un policía decía tu nombre, lo mejor que podías hacer era huir, aunque no hubiera hecho nada. La justicia estaba podrida y temía que la consumiera también.
La muchacha se paró frente a ella, acomodó su buzo rosa viejo y unos jeans, parecía tener menos edad de la que su voz proyectaba. Traía un sobre de papel madera debajo de su brazo, le indicó con una seña que la siguiera.
Caminaron unos pasos hasta la sala de espera, estaba completamente vacía, se sentaron juntas.
—Supongo que te estarás preguntando quién soy —comentó cruzándose de piernas.
—Sería raro que no lo hiciera. ¿No crees?
—Soy tu novia.
Se formó un silencio incómodo, Ariadna abrió los ojos y su corazón desbordó. Incógnitas aparecieron por toda su cabeza, pero no tenía tiempo para pensar, necesitaba responder algo. Comenzó a balbucear incoherencias, nunca se enteró de alguien que se sintiera atraído por ella, así que no tenía mucha idea de cómo reaccionar.
La contraria comenzó a reírse a carcajadas, sus mejillas se tiñeron de un leve color carmesí. Una vez que se calmó la miró con algo más de seriedad.
—Perdón, perdón, tuviste que ver tu cara —rió—. Realmente perdiste la memoria, porque nunca caerías en algo como eso.
Se notaba lo confundida de su rostro, la muchacha aclaró su garganta y sacó del sobre una foto.
En ella, podía apreciarse una Ariadna mucho más joven, con el pelo corto, blanco con reflejos violeta y alborotado, parada firmemente, con un uniforme de gala junto a la chica. Tomó la foto dudosa, ambas sonreían, era tan extraño verse de esa forma en una situación que era incapaz de recordar. Sentía que, a pesar de ser su imagen, no era realmente ella.
Era una desconocida utilizando su cuerpo, había hecho uso de este durante muchos años y ahora lo había recuperado, o quizás ella era la cosa que ocupaba un cuerpo que nunca le había pertenecido.
—Mi nombre es Mayte, fuimos compañeras y amigas hace un par de años —comentó serena—. Una buena chica, aunque con mucho carácter… Te entrené y te vi crecer, trabajamos juntas, me alegra haberte encontrado.
Ariadna tenía náuseas, era demasiada información para un solo día. Comenzó a toser hasta que los ojos le lloraron. Cuando pudo parar la tos, aclaró su garganta y miró a la muchacha. Una pregunta sesgada por el dolor rondaba por su cabeza, por el sentimiento de abandono que la invadía, se sentía pequeña e inutil. Creía que era tan irrelevante que no merecía que nadie vuelva a buscarla.
Hace tiempo no experimentaba esos sentimientos, después de que salió del hospital la victoria la embriagó tanto que se sintió invencible, incluso en los peores momentos. Esa fortaleza había desaparecido por completo.
—Disculpe, no quiero sonar escéptica o grosera… pero si realmente era mi amiga, ¿por qué nunca vino a buscarme? No he perdido la memoria desde hace una semana, llevo mucho tiempo así. —No quería guardarse ninguna pregunta, por muy tonta que le apareciera a su lado más racional. Su lado más sensible estaba sufriendo y no sabía cómo protegerlo.
—Pasaron muchas cosas… —rascó su cabeza y miró en otra dirección.
—Bugiardo —murmuró por lo bajo.
— ¿Aún hablas italiano? —preguntó sorprendida.
—Claro que lo hago, mi mamá lo hace todo el tiem…. —se quedó estática.
Nunca había escuchado a su mamá hablar en ese idioma, ni siquiera sabía por qué estaba a punto de decir eso. Aunque no recordaba cómo hablar con fluidez, muchas veces no podía pensar en español, olvidaba cómo hablarlo y comenzaba a hablar en esa lengua. Pensó que lo había aprendido en la escuela de pequeña, pero ahora comenzaba a dudar.
Le dolía la cabeza, sus recuerdos eran inconsistentes, volvió a toser. Algo no tenía sentido, el estar pensando en ello hacía que le doliera la cabeza. Esa vez se sentía más ahogada que la anterior.
La tos no mermaba, se pegó en el pecho, tratando de liberar sus vías respiratorias, pero no pudo. Se estaba ahogando, Mayte le hablaba, pero la pelirroja se encontraba incapaz de responder. Al notar que se estaba poniendo cada vez más roja, la detective comenzó a gritar en busca de un médico, la desesperación se había plasmado en el rostro de la escritora, las lágrimas comenzaban a caerle.
La ayuda no llegaba, no debió de escapar del doctor, posiblemente la había retenido porque creía que algo como eso pasaría. Cerró sus ojos, su vida era una constante toma de malas decisiones.
Estaba semi consciente, sabía que dormía, pero no podía despertar. Una sucesión de recuerdos muy intensos le llegaron a la cabeza. Una voz femenina, suave y amorosa, cantando una canción en otro idioma, el cual no entendía de manera literal, pero sí entendía el conjunto.
“Din don Din don,
la campana di fra’ Simon,
eran due che la sonavan,
pane vin i’ domandavan.
Din don campanon.
La campana di fra’ Simon la sonava nott’e dì:
che il giorno l’è finì ed è ora di dormir.”