El cuaderno mágico de Lili

Capítulo 6

Si los humanos hubiésemos nacido con la capacidad de predecir el futuro para cambiar o modificarlo a nuestro antojo, seguramente trataríamos de evitar a toda costa los momentos desagradables. Por ejemplo, a Liliane le habría gustado retocar ciertos detalles con respecto a su vida actual: el fanatismo de su madre con el maldito rollo ese de la congregación que la llevó a estar internada de emergencia en el hospital; los problemas psicológicos y de salud de Enrique derivados del punto anterior; dejar el vecindario, el colegio y empezar de cero, conociendo nuevos amigos muy lejos de allí; advertir a su yo del pasado las consecuencias de embutirse tanta comida chatarra y gaseosas en el almuerzo (así no tendría que mirarse en el espejo la cara de ciruela pasa que ahora tiene), para sustituirla por una más equilibrada y sana; además de planificar una rutina diaria de ejercicios que le permitan mantenerse en forma (no como la calavera viviente que es ahora, seca de arriba abajo). Le pediría que jamás se fijara en un tipo tan atractivo y carismático llamado Logan y que mucho menos se la pasara toditito el día pensando en él, dibujando su rostro (aunque deforme) en los cuadernos y pintando corazones atravesados por flechas y sus iniciales. Se obligaría a sentirse decidida y valiente al momento de tomar decisiones, demostrar firmeza en sus acciones y no ser el juguetito de papel de unas mocosas malcriadas.

Pero cuando el destino se ensaña contigo, te persigue hasta decir basta. Así llores, patalees o te arrastres, nunca deja de respirarte en la nuca. Quizás se asemeja aquel aserrador que gusta hacer leña del árbol caído, que se deshace de las pequeñas ramas sin tapujos, que corta su tronco sin piedad y lo divide en piezas más sencillas porque entiende que así es más fácil transportarlas. El sufrimiento del árbol no importa porque no emite gritos o suelta lágrimas.

Y en su caso, pasa exactamente lo mismo, con la diferencia que ella sí podía llenar un jarrón con lágrimas y ensordecer al vecindario entero si así lo quería. Pero nunca lo hizo, pues no valía la pena.

 

Era extraño que Scarlett y su pandilla de niñas engreídas no merodearan por los pasillos de la segunda planta ignorándola en absoluto. Al contrario, supuso que era una trampa. Sin embargo, ¿existía una forma humanamente posible de volver la tortura más atroz? Un veterano de guerra respondería con un contundente no. Por desgracia, tenía una corazonada de un posible sí. Aquella respuesta la hizo ponerse a sudar frío y que se le ponga la piel de gallina.

Cuando decidió por fin que debía correr a casa, a celebrar la victoria de hoy, recordó que Logan la había citado a la una y media en punto cerca de las escaleras. ¡Estúpida, estúpida, estúpida! Se recri-minó. Habían transcurrido ya quince minutos.

¡Logan debe haberse cansado de esperar! ¡¡¡NO!!!

Cambió de dirección en el pasillo y aceleró el paso. Notó que el patio lucía triste, vacío y solitario, y de cierta manera hasta llegó a sentir compasión por él.

 

Próxima a llegar a las escaleras se sacudió el uniforme, secó su rostro con una toallita húmeda y aspiró su propio aliento: nada mal, solo el típico olor metálico de la saliva. No podía negar que empezó a sentirse muy nerviosa: las piernas le temblaban, el corazón palpitaba a mil por hora y hasta surgió la necesidad de ir al baño. Entonces se imaginó aprisionada entre sus brazos, besándolo apasionadamente. Sus manos acariciando los cabellos de su hombre y las de él atreviéndose a pasear por lugares prohibidos.

Se sonrojó. Intentó sofocar la temperatura. Observó de reojo las escaleras y de repente contuvo la respiración. Pasó de ser un horno ardiente a un iceberg solitario en medio del océano. Fue complicado de creerlo en principio, pero nadie se lo contó, lo hubo de comprobar con sus propios ojos.

No hace falta decir que quedó paralizada, boquiabierta, momificada. Incluso derramó inconscientemente un par de lágrimas: todos sus malos presentimientos estaban materializándose en cuestión de segundos, sin darle tiempo a reaccionar, digerirlo o resignarse. Logan aparecía besuqueándose con Scarlett en medio de las escaleras, mientras las oxigenadas de sus amigas disfrutaban muy encantadas. Él no tenía problemas en sostener los glúteos de la muchacha y levantar la falda hasta exhibir sus blancos y tersos muslos, así como parte del interior amarillo. Logan lamía el cuello de Scarlett y mordía su oreja haciéndola estremecerse. Ella arañaba su espalda y gemía como una ballena, mientras sus amigas le pedían sonrientes que bajara la voz.

Cuando notaron la inoportuna presencia de Liliane, Clementine y Marcia empezaron a burlársele. Clementine se acercó a los amantes y los interrumpió, señalando con su dedo la cima de las escaleras. Entonces Scarlett esbozó una sonrisa guasona y se aferró como una sanguijuela al hombro de Logan, quien dirigió su mirada a cualquier parte, entendiéndose un tramposo y estafador, un partícipe de aquel espectáculo bochornoso.



#12425 en Thriller
#7004 en Misterio
#5068 en Suspenso

En el texto hay: juvenil, drama, suspenso

Editado: 04.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.