Lo primero que llama la atención de la transformación radical de aquel nuevo y mejorado cuaderno es su color púrpura predominante y el diseño peculiar. ¡Al creador no se le pudo ocurrir una idea mejor que escoger el púrpura entre una gama infinita de colores! Pensó Liliane, quien tenía al púrpura como su color favorito.
El diseño también era impresionante. Aquel diamante blanco del centro que antes parecía una cosa inanimada ahora cobró vida. Empezó a emitir destellos púrpuras y a mostrar imágenes borrosas que Liliane supuso estaban contenidas en su interior, pero que no logró comprender de que se trataban. También notó que se había formado una especie de rombo dorado que encerraba el diamante principal y otros cuatro que aparecieron mágicamente en los ángulos del cuaderno, considerando que éstos últimos sí eran blancos. Las correas de nylon se transformaron en correas compuestas por finísimas capas de oro puro, aunque con terminaciones doradas en forma de co-razón para sus seguros. El borde frontal del fajo de páginas dejó de lucir amarillento por la suciedad y la vejez y pasó a constituirse una lámina protectora dorada para las hojas internas.
— ¡Impresionante! —susurró Liliane anonadada mientras observaba la transformación del bolígrafo sobre su mano—.
— ¡Y eso es solo el principio! —respondió el tipo orgulloso por haber logrado su cometido: captar la atención de la muchacha—.
Liliane no pudo evitar esbozar una sonrisa malvada, porque sentía que el comienzo de su venganza estaba al alcance de unas letras. Todo aquello que había deseado desde la adolescencia al parecer se podía cumplir utilizando únicamente aquel objeto novedoso. De tan solo pensarlo las manos le temblaron, le sudó la frente a borbotones y su corazón palpitó a mil revoluciones por segundo. ¿Será este el comienzo de una etapa dorada en mi vida? Se preguntó Liliane.
— ¡Averigüémoslo! —interrumpió el tipo como si hubiese leído los pensamientos de la joven—. ¡Abre el cuaderno, con confianza!
A pesar de la intensidad de la lluvia, que ahora caía violentamen-te como si quisiera replicar el diluvio universal bíblico, el cuaderno ni siquiera se inmutaba. Al igual que sucedía con el traje del sujeto, que también era impermeable, las gotas de agua que impactaban en su superficie salían disparadas hacia cualquier parte, vaporizándose o desapareciendo algunas incluso. El bolígrafo en su mano derecha replicó una especie de campo magnético protector que se extendía unos pocos milímetros alrededor, aislándolo de los flujos de lluvia que se derramaban cerca. Liliane se percató que su nombre aún continuaba estampado en el clip sujetador, pero esta vez en letras cursivas y con púrpura brillante. El cuaderno también lo tenía, aunque una en cada correa. ¿Cómo no iba a enamorarse Liliane de aquella majestuosa obra de arte, si allí estaba reflejado su nombre, su color preferido y hasta quizás su nueva existencia?
— Hagamos una prueba... —sugirió el tipo—. Abre el cuaderno y escribe que la lluvia cese.
Liliane se limita a callar y hacer lo que se le ordena. Separa unos pocos centímetros el cuaderno de su rostro (imaginaba una lucecita cegadora acompañada de un vientecito mágico y un sonido glorioso escapándose del interior la primera vez) y desabrocha los seguros...
Cinco segundos.
Diez.
Quince.
Treinta.
Nada. Absolutamente nada. Ni lucecitas cegadoras, ni vientecitos o canciones sublimes. Solo el estrepitoso sonido de la lluvia impactando contra el pavimento y el crujir de las ramas de los árboles.
— ¡Que esperabas! —exclamó desconcertado el tipo de traje negro—. Es un cuaderno real, no lo que pintan las películas de ficción.
— Hubiese sido emocionante, sabes...
— Me estoy arrepintiendo de haberte escogido, sabes...
— ¡No, no, espera! ¡Espera! Lo siento.
Liliane acercó el cuaderno y paseó sus dedos sobre las hojas. És-tas eran tan delicadas y esponjosas que provocaba arrancarlas y comerlas, o hacer una almohada muy cómoda o un cojín para traseros irritados. Si bien no eran brillantes y de color dorado como el caparazón, irradiaban un tono blanco tan perfecto que ni los ojos podían resistirse a semejante fulgor.
La joven pulsó inmediatamente el mecanismo de activación del puntero (que a diferencia del cuerpo era totalmente plateado) y se dispuso a escribir, aunque en el transcurso de dicha acción surgiera una duda existencial de carácter imperativo: ¿debía conocer alguna regla en específico antes de proceder con la escritura?
Editado: 04.12.2019