El mundo de las reliquias es una de las vertientes en que se revela la hierofanía, es decir, en que se evidencia el sentido de lo trascendente y lo sagrado, y lo real se desvela1. En su sentido literal, como objetos de veneración o poseedores de un valor sentimental, han sido percibidas como objetos sagrados y formado parte de ese mundo trascendente consustancial al ser humano, nutriendo nuestra cultura no solo en el ámbito de lo religioso sino también de lo civil. Lejos de ser meros restos o contenedores, las reliquias y sus relicarios por sus funciones y significado han trascendido lo puramente religioso para convertirse en elementos de gran trascendencia y repercusión a lo largo de los siglos y hasta la actualidad, con implicaciones en los distintos ámbitos geográfico, religioso, político, económico o cultural. Ahora bien, es cierto que este afán de satisfacer una sed de lo sagrado y una nostalgia del ser inherente a nuestra cultura ha adquirido en el ámbito cristiano unas características muy particulares y específicas. Desde los mismos orígenes la devoción hacia los cuerpos santos y el culto a sus reliquias ha sido una constante, y éstas han desempeñado un importante papel en la espiritualidad cristiana al ser percibidas como elementos de unión entre la dimensión de lo físico-tangible con lo sobrenatural, lo que está Más Allá. Esta circunstancia unida a la necesidad de ‘dar perpetua memoria’, ha sido un factor esencial en el desarrollo del rito sacro y el culto hacia estos objetos sagrados. Además, éstas han sido utilizadas como insignia y baluarte de una unidad político – religiosa, y como elemento de cohesión cultural. De todo este universo ontológico se desprende que las reliquias han sido clave en la sacralización de lugares, en la consagración de santuarios y en la configuración de itinerarios sagrados para expandir el culto por todo el Orbe. A lo largo de siglos de historia se han erigido arquitecturas, complicado los espacios y buscado soluciones arquitectónicas; se han transformado morfologías y acondicionado lugares seguros y ámbitos accesibles.
El valor atribuido a las reliquias ha constituido un elemento protagonista en la conformación y sentido de los espacios sagrados, y ha contextualizado a su vez la experiencia estética, espiritual y trascendente. A través de estos espacios nace una geografía sagrada de Tierra Santa, Roma, a Santiago: una topografía sacra. De hecho, la relación entre la veneración de las reliquias y otras cuestiones de tipo cultual y litúrgico con el desarrollo arquitectónico de los lugares de culto ha sido señalada por numerosos autores, hasta el punto de considerarse uno de los elementos protagonistas en la conformación y el sentido de los templos, y en la percepción de esos espacios. La práctica de utilizar reliquias para la consagración de altares se generalizó a finales del siglo VI d.C., llegando a considerarse imprescindibles para que la iglesia fuese habilitada para el culto. Fue posteriormente, tras darse a conocer el canon del III Concilio de Braga (675 d.C.), cuando comenzaron a ser expuestas en relicarios y en cortejos procesionales para su veneración, y este papel relevante hizo que con el tiempo se multiplicasen extraordinariamente, siendo su posesión objeto de disputas.
A partir del Concilio de Trento, las reliquias adquirieron mayor protagonismo y tuvo lugar un renacimiento del coleccionismo devoto, destacando las colecciones reunidas por algunas órdenes religiosas, nobleza y alto clero; pero también las colecciones de príncipes y reyes, que se valieron de agentes que recorrieron Europa comisionados para la adquisición de reliquias insignes.
Este trabajo se centra en Galicia, donde la importancia y repercusiones de las reliquias hace necesarios estudios detenidos del papel histórico que han tenido, y concretamente pretende abordar una aproximación a las tipologías de relicarios existentes y sus características, en la medida en que el conjunto que ha llegado hasta nuestros días forma parte de un importante patrimonio histórico-artístico, evidencia de múltiples intercambios e influencias artísticas a lo largo del tiempo.
Recibe el nombre de “relicario” cualquier objeto caracterizado por poseer una función específica que le define como tal, la de albergar o haber albergado reliquias sagradas. Partimos de tal obviedad para hacer notar que tomando simplemente esta premisa, y aludiendo tanto aquellos continentes que fueron ideados específicamente para tal fin como aquellos cuya función les sobrevino a posteriori, nos encontramos con un conjunto extraordinario de piezas ubicables cronológicamente en un dilatado marco temporal que en nuestro caso nos lleva desde la Edad Media hasta la actualidad, pasando por diferentes estilos artísticos, materiales, formas y hechuras; desde la caja más toscamente elaborada concebida para atesorar reliquias en lugar ajeno a la mirada del espectador, hasta alhajas históricamente muy apreciadas y relicarios elaborados con gran maestría y dedicación; desde ejemplos hechos de forma seriada en los cuales con suerte se adivina el contenido, hasta aquellos elaborados con criterios más artísticos. Por otra parte, a esto cabe añadir la variedad que puede ofrecer la reliquia en sí misma, desde restos humanos (huesos, cenizas, cabellos o partes del cuerpo), a objetos o trozos de la indumentaria que estuvieron en contacto directo con lo sagrado, extendiéndose también a estos objetos esta cualidad.
En los relicarios, a las funciones de envoltura, protección, conservación de la reliquia y defensa ante posibles hurtos y pillajes, se une la finalidad de dignificar y enaltecer el culto, y hacer visible su presencia, bien mostrando la reliquia directamente (el tipo de las custodias), o bien a través de símbolos, iconografía o evocando su forma. Sin embargo, es una representación ciertamente idealizada, en la que la imagen se encuentra más cerca de la idea que de la realidad, y el medio se utiliza en su expresión simbólica. Además, estas imágenes con el tiempo buscarán intensificar la emoción espiritual y estética, y el relicario como objeto sagrado formará parte de toda una escena ideada para provocar todo tipo de sensaciones y sentimientos en el espectador, transmitir idea de permanencia, trascendencia, corruptibilidad, y para hacer comprender la existencia de una realidad superior. Según las formas que adopten han recibido diferentes denominaciones, así por ejemplo se denomina parlantes, a aquellos cuya forma es reflejo de la reliquia que alberga, tal es el caso de los relicarios de tipo antropomorfo. También existen relicarios en forma de arca o urna, ostensorio, etc. Cabría añadir los relicarios de pared – que pueden albergar diversas reliquias ordenadas a modo de pequeños retablos – y los broches, medallones y otro tipo de joyas. Siendo numerosos, los relicarios se dispusieron en armarios y retablos, a la vez que en capillas para colocarlos adecuadamente y ofrecerlos como testimonio de mayor prestigio. En este sentido cabe la expresión de relicario utilizada por extensión para este tipo de espacios destinados a albergar estos objetos sagrados bien fuese un oratorio, una capilla, o incluso un templo, convertido en sí mismo en un relicario, siendo a este respecto la Sainte Chapelle de París uno de los casos más paradigmáticos.