Dejándose ver por la lejanía, junto al cantar del gallo, el sol se manifiesta, radiante y luminoso como todas las mañanas. Las vacas, cerdos, caballos, las aves de corral y otros animales, pedian su desayuno con insesantes ruidos y quejidos, pero como siempre, la única que se hacia responsable de aquellas criaturas era una joven de cabellos rubios. La cual era la primera en levantarse antes del canto del gallo.
Llenaba los bebederos de los animales mientras los acariciaba y admiraba. Sus ojos azules no paraban de brillar cada vez que sentia la satisfacción de estar protegiendo a sus amados seres. Su vestido marrón, enlodado y lleno de plumas de las gallinas y patos ya no permitian mostrar lo que alguna vez fue un lujoso y hermoso vestido de baile, sus zapatos diseñados por los mejores zapateros de la ciudad, ahora son solo zapatos de una campesina ordinaria.
Pero sin darle importancia a su aspecto, ella permanecia feliz antes las eventualidades que presentaba su familia.
—¿¡Solied!? —se escucha una voz retumbante por toda la granja en señal de desesperación y enojo —,Solied niña ven aquí ahora mismo.
La joven deja de atender a sus caballos para salir corriendo de las caballerisas en dirección al llamado. Trota hacia una pequeña casa de madera en donde una mujer se encontraba ubicada frente a la puerta, con los cabellos un poco canosos pero recogidos en una peineta y engalanada con un vestido fino de gala y zapatos de tacón. Una mujer muy bella a pesar de su edad, sin embargo, esa belleza estaba siendo arruinada por un rostro desformado, justificado por el enojo que poseía y las manos en la sintura. Solied se estremece al ver la cara de su madre, respira profundo para mantenerse calmada antes los próximos regaños y quejas.
—¿Se puede saber dónde te encontrabas? —pregunta la señora con voz sonora y retumbante.
—Con los animales, dándoles de comer. —dice la pequeña con la mirada baja.
—Le dabas de comer a esas bestias,¿ y a tu familia ni siquiera le preparas el desayuno?
—El desayuno esta preparado, solo hay que llevarlo a la mesa. —susurra.
—Esa es tu responsabilidad, —le brama la mujer señalandola con el dedo —todos en esta casa tenemos obligaciones más importantes, y tu tienes que acatar las tuyas —se aleja de la puerta sin dejar de mirar a la joven —, asi que entra y sirve la mesa como se corresponde.
Solied asiente, y con rápidos movimiento se adentra en la casa de madera,en dirección a la cocina toda mohosa y con goteras en el techo, las tablas del suelo estaban rotas y algunas levantadas por la ausencia de clavos, las ventanas chirriaban y sus cristales se encontraban destrozados por completo, lo único que las sostenían eran las tablas clavadas que las ayudaban a que no se cayeran. Las cortinas viejas y razgadas permitian el paso de luz del Sol, brindándole a la casa algo de iluminación. Los muebles de la cocina, comedor, sala, baño y cuartos estaban en plena decadencia. Apenas lograban mantenerse en pie.
—Ya era hora. —dice una chica de cabellos castaños.
—¿Por qué la demora? —pregunta otra chica arreglándose sus cabellos negros.
Estas mujeres se encontraban sentadas en la mesa muy bien arregladas, perfectamente maquilladas y peinadas. Estas mujeres eran las hermanas mayores de Solied. La primera hermana era Stella Beaumont, una chica de 25 años, de cabellos castaños y ojos cafés undidos, hermosa de cara y de cuerpo, muy presumida y arrogante. La segunda llamada Vanesa Beaumont de 23 años, con cabellos negros y largos hasta la mitad de espalda, con ojos claros y grandes, poseía la misma belleza que Stella, malcriada y avariciosa. Estas dos mujeres antes eran la envidia de muchas chicas de la ciudad, pero por su decadencia económica se convirtieron en la burla de las amigas, estás mujeres no tienen nada que ver con su pequeña hermana Solied, quien era una chica humilde, sencilla, de cabellos rubios, ondulados y largos hasta final de espalda, ojos azules resplandecientes y mirada de angel.
—Date prisa que tenemos hambre —reprocha Stella —¿dónde estabas qué no nos serviste el desayuno?
—Estaba con sus bestias. —le responde la madre sentándose en la cabeza de la mesa.
Esa mujer de gran poder era la antigua Condesa Jennifer Beaumont, mujer del llamado Conde Mariano Beaumont, antiguo hombre de negocios y uno de los principales accionstas de la antigua empresa textil. Ahora todo eso son solo recuerdos de lo que alguna vez fueron títulos de gran prestigio, lo que hace dos años fue una familia poderosa de la ciudad, solamente queda una familia campesiana común y corriente viviendo de manera muy lejana de lo que era antes, por malos manejos de los propietarios de la industria y por firmar negocios ilegales calleron en una ruina total, perdiendo todas sus propiedades y adquisiciones valiosas.
Lo singular que tenían para poder sobrevivir ante el mundo era una vieja granja, propiedad de su abuelo ya fallecido, que en su último aliento de su vida les dejó la granja en compadecencia de la familia, todo gracias a su nieta Solied, quien fue la única que en todo el tiempo de agonía estuvo a su lado.
—Rapido que no tenemos todo el día —apresura la madre.
—¿Y a dónde van? —pregunta Solied colocando los platos, cubiertos y vasos sobre la mesa.
—Iremos a la ciudad —dice Vanesa —, nos invitaron los Condes de Valesca a una cena especial.
—¿Puedo ir? —pregunta la chica con ingenuidad.
La hermanas rien a carcajadas, dejando a Solied con un rostro de confucion, ya que no le encontraba gracia a una simple pregunta.
—¿Tu? —señala a Stella a su hermana pequeña —pero si solo sirves de criada, no tienes clase, elegancia, ni mucho menos belleza en todo tu ser. Se imaginan, tú solo sirves para ser nuestra sirvienta. —rie a carcajada.
—Ya tenemos suficientes con la humillación de ser pobres como para tener que llevar a nuestra hermana pequeña y con aspecto de una vulgar campesina en un restaurante de total elegancia y belleza —dice Vanesa tomándose el té.