Anduvo todo el camino cabizbaja al lado de su madre. Tuvieron que cerrar la tienda antes de tiempo, después de todo, el día apuntaba a ser igual que el anterior: sin ventas o siquiera visitantes en el lugar. El miedo la hacía voltear cada segundo sobre sus hombros, buscando de alguna manera a un guardia de seguridad, la policía, un equipo armado del S.W.A.T. o a ese hombre apuesto en su perfecto traje, que estuvo con ella esos últimos minutos, siendo cómplice de su delito, aunque resultó ser la víctima del mismo.
Claramente, para ese punto, su padre y hermano mayor ya habían sido alertados por su madre, quien pidiendo refuerzos les pidió que apenas pudieran, buscaran la casa. De ser posible, lo hicieran antes, porque necesitaban un plan para solventar el accionar de esa Dorothea, que solo suspiró apesadumbrada cuando llegaron a casa.
—Dame eso, y por favor ve a bañarte —le pidió Georgina, quitándole la mochila de la espalda.
Los hermanos menores, quienes apenas estaban comenzando sus vacaciones de verano, al verlas a las dos no solo se sintieron confundidos, sino que pronto tenían los ojos bien abiertos, viendo a esa Thea cubierta en brillantina, pegamento y culpa. Si bien Chase se puso a reír, pronto fue reprendido por su madre y hermana menor.
—Thea, ve a bañarte —ordenó con más seriedad su madre, por lo que ella solo asintió.
—Está bien, solo déjame sacar mi celular y billetera de la mochila.
De la bolsa pequeña sacó la billetera, que terminó tirando algo de brillantina al piso, lo que provocó que Georgina negara con la cabeza, pero la joven no cruzó miradas con nadie. Tomando sus cosas, buscó su habitación. Para ese punto, ya no sabía qué sentía: culpa, miedo, incluso enojo. Claramente sabía que había cometido un grave error, incluso si la camioneta hubiera sido realmente de Forrest. No dejaba de ser un delito lo que ella había hecho, pero pesaba más en ese momento saber que el hombre del que se había enamorado, porque sí lo quiso y sí confió en él, no era siquiera una persona que conociera.
Forrest no solo había faltado a esa parte intrínseca de una relación, la fidelidad y honestidad, sino que también había mentido sobre su cargo, sobre lo que hacía en esa empresa, los ascensos, el estilo de vida, el vehículo. Claramente, lo que le mostró no existía, quizás nunca existió ni cuando lo conoció y comenzaron esa amistad por mensajería y llamadas. Lo que en ese punto no comprendía demasiado era: ¿por qué? ¿Por qué mentirle sobre su vida cuando realmente ella no le importaba? ¿Qué necesidad había de engañarla cuando no era ella la mujer que le gustaba o quería?
Dejó todas las prendas en un cúmulo en el baño y de inmediato se colocó bajo el chorro de agua, que fue deslizando de ella la brillantina. En la ducha sintió pena por todo; el enojo se volvió tristeza y, para cuando le tocó lavarse el cabello, ya lloraba. La traición, la mentira y la posibilidad de terminar en prisión por sus actos no le permitieron mantenerse positiva como solía hacerlo ante cualquier situación que la vida le presentara. En ese momento, Thea, de alguna manera, se percibía como jodida, y no era una sensación que le resultara agradable.
Terminó chillando, tirando patadas y dando golpecitos en la pared mientras desenredaba su cabello. No fue fácil deshacerse de los pegotes de pegamento, y perdió más hebras de lo normal, lo que terminó destruyéndola un poco más, pensando que, como mínimo, le quedaría como primer castigo algún espacio calvo en la cabeza.
Casi media hora después, y sintiendo que había lavado todo correctamente, se enfrentó al espejo del baño solo para notar cómo en la ceja le brillaba un poco de brillantina.
—Realmente es una cosa del diablo —susurró, limpiándose con delicadeza la ceja—. Imagino que el hombre de traje va a tener que comprarse otra camioneta, y te va a cobrar las dos —la idea le bajó los hombros, derrotada—. Pasarás el resto de tu vida en prisión. Ojalá no sea en una donde el uniforme sea naranja, porque parecerás calabaza de Halloween.
Con esa idea, buscó la habitación para cambiarse. Aunque apenas era mediodía, se puso una pijama y, sobre el cuerpo, se aseguró una bata mullida de corazones, que era su favorita. El cabello ya estaba suave, aunque podía verse algo de brillo aún en el cráneo; quería suponer que para la segunda o tercera lavada se iría. Conforme se secaba, se iba dando cuenta de por qué era uno de los elementos más buscados para la venganza, y es que la brillantina sí que jodía. Se la encontró en los pies, en la oreja y hasta, por alguna extraña razón, en la nalga derecha, le brillaban un par de partículas.
Estaba arreglando la habitación, poniendo la ropa usada para su venganza en una bolsa para no manchar nada más, cuando miró el celular en la cama vibrando. Su mandíbula se tensó al ver el número de quien se trataba. No pensaba responder, pero al final terminó aceptando.
—Hola —saludó, seca, como si nada.
—¿Hola? ¿Hola, Thea? —la voz de Forrest la hizo pasar saliva—. ¿Te volviste loca? ¡¿Qué demonios te sucede, Dorothea?! ¿Cómo se te ocurrió hacer eso?
—¿Cómo se te ocurrió a ti meterle la lengua en la garganta a Clari? —preguntó con una seriedad y rapidez que pudieron más que su miedo a ir a prisión.
El silencio logró que Dorothea suspirara de manera pesada.
—¿Cómo te diste cuenta?
—Porque ojo de loca no se equivoca —respondió con suavidad—. Te etiquetaron en una publicación de Facebook, que claramente ocultaste apenas notaste de qué era, pero no contaste con que yo recibiría una notificación. Busqué el nombre del club, fue en Instagram donde encontré una historia; en el video se te ve claramente, Forrest —no quería romperse—. Eres un imbécil.
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Editado: 12.12.2024