Me siento extremadamente mareado, mi visión aún sigue nublada tras ese ataque de Anuket, no sé en donde me encuentro, tengo todo el cuerpo adolorido. ¿Acaso me encontraré aún en las costas de Shambala encima de mis enemigos, o será que ya me hallo muerto y esta es la sensación que se siente antes de ser trasladado al mundo de los muertos? No lo creo, ya que siento una gran corriente de aire golpeando contra mí, pero con más fuerza en comparación de cuando suelo volar, y no me queda otro remedio que intentar abrir los ojos para ver que es lo que esta sucediendo. Nunca creí estar tan adolorido como para que la sencilla acción de abrir los ojos me cueste tanto trabajo realizarla. Todo esta muy obscuro, parece ser que al fin anocheció, y estoy atado al parecer en la parte superior de una nave, y mover el cuello aunque sea un poco, es sumamente doloroso. Tengo que saber en donde estoy y porque voy a tal velocidad volando por los cielos.
En cuanto comienzo a mover un poco el cuello, escucho la voz de Anatis a mi lado, la pequeña se preocupa por mí, y al parecer ha permanecido a mi lado protegida gracias a un campo de energía que genera gravedad independiente que la mantiene a salvo. La pequeña me pide que intente moverme, porque tras la batalla contra Leviatan quede muy herido, y en eso tiene toda la razón. También me explica que me encuentro en la parte superior de la nave de Amon, y que nos dirigimos a la ciudad de Uaset, que tiempo después los griegos la bautizarían como la antigua ciudad de Tebas. Uaset es la ciudad en donde habitan Osiris, Isis, Anubis y su madre Neftis, y es ahí a donde nos dirigimos los antes citados, más Amon, junto a la reina Mauth, y unos cuantos sirvientes del Reino.
Anatis agrega que después de que quede inconsciente tras mi caída, Anuket logro huir con la Piedra Ben Ben, y justamente cuando los guardias se disponían a alcanzarla en sus vehículos, repentinamente se comenzó a ir la energía de la ciudad, y a dejar de funcionar todos los vehículos, y desafortunadamente los guardias caían de sus aparatos voladores y se precipitaban al vacio. Mientras que algunos Nommo aprovechaban para atacar a los ciudadanos indefensos otros se internaban en la ciudad disparando con sus armas de energía a las casas, las cuales se incendiaban inmediatamente gracias a las cortinas que servían como adornos de las mismas, o directamente a los tapetes bordados con telas y sedas finas provenientes del continente africano. Además los muy malditos disparaban a los techos cubiertos con paja para que se incendiaran las casas de los poblados bajos en donde vivían los esclavos y los habitantes de pocos recursos.
Los mercaderes y pescadores defendían sus chozas con las armas improvisadas que tenían a su alcance, como arpones, palos, piedras, escobas, y demás cosas con que pelear pues como les había contado antes, los ciudadanos de Shambala eran pacíficos. Todos lucharon cuanto pudieron, teniendo como estrategia esperar cautelosamente para lanzar redes desde los techos para capturar a los invasores que caían en la trampa, y abalanzarse contra ellos, quitarles sus armas y utilizarlas contra quienes amenazaban a sus familias y hogares. Todos hicieron lo que pudieron, hasta que entraron a la ciudad los soldados más fuertes de los Nommo, una especie de gigantes parecidos a centinelas metálicos, con grandes armaduras pesadas que son difícil de penetrar con las armas rudimentarias de los pobladores de Shambala, y aún con ayuda de las armas de los Nommo, no lograban detener a estos centinelas bien protegidos, quienes comenzaron de repente a disparar grandes rayos de energía provenientes de sus brazos contra todo lo que estuviera a su paso, destruyendo así casas, murallas, matando gente inocente, sin importar que fueran mujeres, niños, hombres o ancianos; todo se convirtió en una verdadera masacre, hasta que llego el Rey Lobsang volando en su propia maquina voladora interponiéndose ante ellos y la vida de los habitantes de Shambala con ayuda de un enorme escudo hecho de energía, justo en el momento cuando estos colosos metálicos intentaban eliminar a un gran grupo de personas con sus rayos. Al percatarse el Rey de que se aproximaban alrededor de veinte de estos enormes centinelas robóticos de cinco metros de altura, les pidió a sus soldados y a los hombres que se encontraban en las calles, que ayudaran a los mas débiles y los llevaran al centro de la ciudad, mientras que el detenía el ataques de los centinelas, les ordenó que no tardaran, ya que el tiempo se terminaba.
Anatis me contó que mientras el detenía a los centinelas, los demás Agharti apresuraban su paso para subir en la nave de Amon, para lograr escapar y dirigirse hacia la playa en donde me encontraba yo, y que de la nave emergió una especie de rayo tractor que me colocó en la parte superior de la nave, justamente cuando la tierra comenzó a temblar y a abrirse para después tragarse consigo a varios soldados Nommo en el transcurso. Mientras se alejaba la nave conmigo encima, cuando Anatis me recibía en el techo de la nave; Pudo ver como la isla comenzaba a hundirse en el mar, se derrumbaban murallas, árboles, con volcanes haciendo erupción, al igual que animales terrestres y aves huyendo para no ser tragados o alcanzados por la lava ardiente. Los Nommo por lo tanto corrían a sus bestias marinas para salvarse de la destrucción masiva. Toda era una verdadera catástrofe, y lo último que vio a lo lejos fue como el Rey Lobsang extendía su campo de energía en el centro de la ciudad mientras se hundía, y eso fue lo último que observo del Rey y la isla que se perdían en las profundidades del mar.
En la huida algunos Nommo, trataron de dar alcance a la nave de Amon montados en sus vehículos voladores, pero de una de las escotillas de nuestra nave Anatis pudo ver como se asomaba una mano delicada con un báculo que contenía en su punta una Piedra Ben Ben, de la cual salió un enorme rayo azul que choco contra el mar que provoco una enorme ola de proporciones inimaginables, que se trago a los vehículos de los Nommo que sobrevolaban el mar y que jamás nos dieron alcance. Anatis añade que trato de seguir con su vista el seguimiento de la ola gigante, pero por la velocidad con la que escapábamos en la nave, sólo alcanzó a ver como la ola choco por completo contra la isla como si la engullera totalmente.