Cuando los tres niños entran a la aldea, Siptah logra ver a lo lejos a sus cabras bebiendo agua de la fuente que se encuentra en medio del acantilado, y se siente algo preocupado, ya que sabe que lo regañarán porque las dejó solas en el desierto. Por lo que se baja del caballo estrepitosamente y corre hacia ellas para guardarlas en la cueva que utilizan como establo. Anatis montada en su yegua se acerca a la fuente y cuando ve que Siptah no puede con todas las cabras y que los aldeanos se han comenzado a asomar desde sus cuevas para reclamarle a Siptah por dejar a las cabras solas en el desierto ya que lo deducen porque las cabras están bebiendo agua de la fuente, Anatis decide ayudar a su nuevo amigo, y le explica a los aldeanos que Siptah tuvo que dejar a las cabras solas ya que se porto muy valiente al salvarle la vida, todo esto mientras ayuda a guardar a las cabras, aunque en realidad tiene problemas con ellas, y trata de empujarlas o de arrastrarlas de las patas delanteras, pero las cabras no se dejan y la tumban varias veces al suelo, al ver Anubis a su amiga sufrir con las cabras, no se aguanta la risa que le ocasiona la acción, hasta que decide por fin ayudar a su amiga, aunque el también tiene problemas con las cabras, ya que no saben como darle ordenes, pero en ese momento se les acerca Siptah y les explica que al hablarles de manera como si hablaran con un amigo o hermano las cabras entienden, ya que entre mas les ordenen o las fuercen, menos lo harán, debido a que ellas también tienen sentimientos y entienden perfectamente a los humanos y quieren su propio respeto. A Anubis le parece ridículo lo que Siptah acaba de comentar, ya que considera a las cabras como animales que producen leche y nada mas, pero para Anatis la explicación tiene sentido, ya que el vivir por tanto tiempo con Bahamut la ha ayudado a entender a los animales y hace el mismo intento con las cabras. Ante la acción de la niña, Anubis queda sorprendido en como las cabras comienzan a obedecer a Siptah y a Anatis, pero no quiere aceptar que unas simples cabras al ser tratadas como humanos, puedan entender perfectamente lo que se les pide, todo ello a cambio de respeto.
En ese momento se acerca a los chicos un señor de edad ya madura, su rostro representa una gran sabiduría y tranquilidad, vestido con una túnica blanca hasta los talones, apoyado en un bastón de madera, y cabe agregar que es algo corto de estatura, barrigón de tez bronceada, de largas barbas blancas que cuelgan hasta su cintura, y calvo en la parte superior de la cabeza, y dicha persona se trata del sabio de la aldea: Bes, quien parece escuchar los pensamientos de Anubis, y le explica que no por ser un Agharti tiene que hacer menos a los demás seres vivos, ya que como el, todos conviven en este mundo, y todo esta conectado entre si. Siptah escucha al anciano hablar, y corre a saludarlo tras guardar a la última cabra. El anciano lo saluda y también a Anatis, a quien la llama por su nombre. Anatis le pregunta sobre como la conoce, y el le comenta que un viejo amigo le ha hablado mucho sobre ella. Anatis no sabe a quien se refiere, pero en el momento que le iba a preguntar quien le ha contado sobre ella, el anciano saca de su bata una vieja pipa de madera, y la enciende concentrándose en su mano derecha para crear una pequeña flama azul como el brillo de los cristales del acantilado, y con ello logra prender su pipa. Anubis le pregunta inmediatamente como logro dicha flama, pero el anciano le pide que en lugar de buscar la respuesta indicada, comprenda de qué forma lo realizo. Anubis no sabe a lo que se refiere, y piensa que lo esta tomando como tonto, así que sujeta al anciano del cuello de su túnica, y lo jala hacia su cuerpo, para que le de una mejor respuesta en comparación de la que le dio anteriormente. Anatis trata de detener a Anubis, pero el anciano le pide que lo deje, porque al fin y al cabo, el quiere respuestas, y por ello le pide a Anubis que lo suelte para mostrarle algo que puede ser del interés tanto para Anatis como para Anubis. Anubis accede, y el anciano se dirige a su cueva, en donde también vive Siptah, a quien le pide que les traiga un poco de leche de cabra y algo para comer. El niño obedece la petición, mientras el anciano invita a los chicos para que se sientan cómodos en la modesta cueva, que cuenta con un único cuarto que no abarcaría más de cinco metros cuadrados, con adornos en las paredes, algunos pergaminos antiguos con jeroglíficos provenientes de Shambala, a los cuales los chicos no le prestan mucha atención, ya que la cueva también cuenta con una especie de muebles de roca talladas a mano que representan dos camas grandes en una esquina y junto a ellas, una gran piedra cuadrada rectangular sostenida por unas pequeñas rocas de sus orillas, las cuales en conjunto representan una mesa muy cerca de la altura del piso, y para sentarse la cueva cuenta con unos tapetes bordados con diferentes colores, en donde a continuación los tres toman asiento. Anubis sigue preguntando sobre la hazaña de la flama al igual que Anatis, pero el anciano les pide un poco de paciencia ya que para obtener una gran revelación no hay nada como tener el estomago lleno para mantener al cuerpo contento, ya que si el cuerpo no lo esta, menos podrá la mente y el alma. Anubis se vuelve a desesperar y quiere irse del lugar, pero Anatis lo convence de que se quéde al agarrarlo de la mano, pero el anciano solo frunce el entrecejo y el labio, por la risa que le da el joven Agharti y su impaciencia. Después de un rato de esperar y de un silencio abrumador, aparece Siptah con una gran bandeja llena de pescados, acompañado de una joven llamada Kara, que lo ayuda a llevar los recipientes con leche de cabra. El anciano les agradece a ambos por la comida y los invita a cenar también. Siptah como es característico de su personalidad impaciente e hiperactiva, le comenta al anciano durante la cena sobre su aventura en el acantilado, de cómo descendieron lentamente hasta el fondo, al igual sobre el lugar de procedencia de Anatis y Anubis. Pero el Anciano no presta mucha atención a las palabras del niño, y termina por fin su ración de comida mientras comienza a hablarles a los niños sobre la conexión que existe entre las piedras Ben Ben y la aldea en donde se encuentran. Ya que hace mucho tiempo el Rey Lobsang llego al acantilado a caballo, el se encontraba bastante cansado y mal herido, ya que la fuente de poder de su vehículo había fallado y se había estrellado no muy lejos de ahí, en donde encontró al caballo que lo condujo hasta el poblado. El anciano que en ese entonces era un joven como Siptah, con ayuda de otros aldeanos más lo curaron, lo alimentaron y le dieron ropas nuevas. Tras haberse recuperado el Rey Lobsang quedo fascinado con el brillo que producían los minerales del acantilado, y sin pensarlo dos veces investigo entre los túneles de algunas cuevas dichos minerales. Se dice que estuvo dentro por mas de dos años, y durante su estancia, en ocasiones las paredes del acantilado dejaban de brillar por completo y que en otras mas, el brillo que producía era tal, que cegaba por completo a los aldeanos. El rey solo se acercaba a las salidas de las cuevas para ingerir sus alimentos y dormir un rato, pero al final siempre regresaba al interior de los túneles, hasta que una noche salió por fin al aire libre con dos piedras del tamaño de una manzana, una en cada mano, para después introducirse a su vehículo, el cual había sido arrastrado al centro de la aldea tras haberlo encontrado dos años antes. Momentos después en que el rey había entrado a su vehículo, comenzó a vibrar todo el acantilado y los minerales se llenaron de un brillo como jamás se había visto antes, de tal manera que imitaron la luz del día en toda la aldea, y mientras esto sucedía, el vehículo del Rey comenzó a levitar hasta alcanzar suficiente altura para volar libremente por el cielo lleno de brillantes estrellas. Tras haber dado varios recorridos con la nave por las cercanías de la aldea, el Rey volvió a aterrizar su nave en el centro de la aldea, y volvió a aventurarse al interior de los túneles, pero momentos mas tarde apareció con una gran roca de un azul brillante intenso, del tamaño de una persona, como si no pesara nada la roca en cuestión y le pidió al anciano y a otros aldeanos más que se acercaran, y les pidió de favor que pudieran sacar de esa roca, las suficientes piedras del tamaño de la mitad de una mano abierta como les fuera posible y que trataran de esculpir tantas como les sea posible con la forma de un circulo ovalado. El encargo tardo varias semanas, y en ese tiempo, el Rey le explico al anciano de donde provenía, su posición entre los Agharti, sobre su cultura, pero principalmente le habló sobre la importancia de las piedras Ben Ben, su manejo, y la relación que tienen entre sí las piedras, el Devachan, el Gaia, las personas, el viento, el agua, todo ser vivo en el planeta, y cómo nunca debe perderse tal conexión.
Lo entrenó muy bien con el manejo de su propio Devachan por medio de las piedras Ben Ben, y a como escuchar a la energía del Gaia, pero de eso ya ha pasado demasiado tiempo y su manejo del Devachan con las piedras Ben Ben ha disminuido considerablemente, y ya sólo es capaz de realizar esa flama que pudieron ver los jóvenes horas antes.
Anatis y Anubis han prestado demasiada atención a la narración del anciano y Anatis le pide que la ayude a comprender el manejo de las piedras, el anciano acepta gustoso, pero les sugiere a todos descansar, ya que tuvieron un día muy agitado, porque que al otro día le enseñara a Anubis también a como manejar su propio Devachan para después comprender la energía de las piedras Ben Ben. Aparte agrega que harán un viaje largo al interior de los túneles del acantilado. Antes de dormir, Siptah les cuenta a Anatis y a Anubis que ya sabe a donde los llevara el anciano Bes, que se trata de un lugar increíble que les encantara, y que esta seguro de que Anubis comprenderá sin lugar a dudas a como manejar su piedra Ben Ben.