En la penumbra de la inconsciencia, Nicolás Gálvez emergió como un náufrago en un océano de desconcierto. Este joven abogado, conocido por su mirada firme y cabello castaño claro, comenzó a recuperar la lucidez lentamente, como las sombras que se disipan al amanecer. Su alta estatura y complexión atlética siempre le habían hecho destacar. Su melena, cuidadosamente peinada hacia atrás, acentuaba la forma de su rostro. Sus rasgos marcados, desde la mandíbula hasta la intensidad de sus ojos color oliva, le conferían una presencia de seriedad y determinación. A pesar de tener solo 24 años, Nicolás se había ganado una reputación por su agudo análisis y su habilidad para tomar decisiones rápidas en situaciones de alta presión. Sin embargo, en ese momento de confusión, las líneas de certeza en su semblante se difuminaban, revelando una vulnerabilidad que él mismo desconocía.
Se encontró preso en un avión silencioso, donde solo el susurro de su propia respiración perturbaba la quietud. La blancura fuera de la ventanilla no solo desafiaba sus sentidos, sino que también provocaba un torbellino de emociones en su interior. La perplejidad se mezclaba con la incertidumbre. A medida que la realidad se desdibujaba en el lienzo blanco que se extendía ante él. Se hallaba en un cruce entre la solidez de su racionalidad y la intriga de lo inexplicable, forjando así su viaje hacia lo desconocido. En esa extraña aeronave, percibió una atmósfera peculiar que iba más allá del reflejo blanquecino que lo rodeaba. La cabina, aunque silenciosa, vibraba con una energía etérea, como si estuviera suspendida en un estado entre lo terrenal y lo celestial. La ausencia de ventanas adicionales o detalles discernibles agravaba la sensación de aislamiento. Aquel color que inicialmente desconcertaba, comenzó a generar paz en él. La pureza del mismo se filtraba en su conciencia, y aunque aún se aferraba a la confusión, una extraña calma lo envolvía. Nicolás se encontraba para su sorpresa, de alguna manera, aceptando la falta de respuestas inmediatas. Mientras intentaba asimilar su entorno, se percató de la presencia de otros pasajeros. Una variada mezcla de individuos, desde niños pequeños hasta personas mayores, ocupaban los asientos circundantes. La diversidad de edades, razas y expresiones faciales pintaba un cuadro heterogéneo de la humanidad, todos compartiendo esta peculiar travesía hacia lo desconocido.
Cada pasajero parecía encapsulado en su propia esfera mental, ajeno al desconcierto colectivo que rodeaba la cabina. La atmósfera se llenaba con la intriga de quienes, al igual que él, se encontraban en una encrucijada entre mundos. Cada uno llevaba consigo su propia historia, pero compartían la incertidumbre de este desconcertante viaje. Nicolás se incorporó con cautela mientras sus dedos se aferraban al frío metal que lo rodeaba. La necesidad de respuestas lo impulsó a levantarse y dirigirse hacia una mujer de mediana edad que se encontraba en un asiento cercano.
—Disculpe, ¿tiene alguna noción de cómo llegamos aquí? —preguntó esperando encontrar alguna pista en la expresión de la pasajera. Ella lo miró con desconcierto—. No tengo ni la menor idea. Me desperté aquí como todos los demás. —Respondió encogiéndose de hombros.
Encontró contestaciones similares en las demás personas. Nadie parecía tener conocimiento de cómo habían llegado a esa extraña situación. Incluso al dirigirse a los más pequeños, solo obtuvo miradas inocentes, pero ningún indicio. La incertidumbre persistía y, Nicolás, con una mezcla de frustración y resignación regresó a su asiento consciente de que, el enigma que envolvía a todos los pasajeros era tan impenetrable como la blancura que se extendía más allá de sus ventanillas. Entonces, en un parpadeo efímero, el destello infinito cedió su reinado a una revelación impactante. La aeronave descendió desvelando un paisaje asombroso. El joven, aún desconcertado, se encontró ante la majestuosidad del cielo, un reino que resonaba con la eternidad. El blanco que antes lo envolvía todo, ahora se transformaba en una sinfonía de tonalidades. A lo lejos podía divisar como viviendas suntuosas surgían de las nubes, creando una arquitectura que desafiaba cualquier comparación terrenal. Las casas, en lugar de estar construidas con materiales tradicionales, parecían esculpidas en nubes compactas que adquirían formas caprichosas. Los contornos y las texturas suaves daban a las edificaciones una apariencia eternamente efímera. Cada rincón estaba impregnado de una luz suave y cálida, que emanaba de alguna fuente invisible y confería al paisaje una serenidad trascendental. Aquel espectáculo divino hizo que Nicolás se percatara de la posibilidad de su propia muerte, pero ¿cómo podía ser eso posible? ¿Podría ser simplemente un sueño? Incapaz de dejar de cuestionarse, su mente se encontraba abrumada por la mezcla de asombro y desconcierto. La línea entre la realidad y la fantasía se volvía difusa, mientras se sumía en la incertidumbre de su existencia en ese reino, preguntándose si acaso estaba atrapado en un sueño profundo o si realmente había cruzado el umbral entre la vida y la muerte.
Hasta que, un ruido ensordecedor interrumpió sus pensamientos, y la voz de una amable azafata resonó por los altavoces del avión. "Estimados pasajeros, hemos llegado a nuestro destino. Les solicitamos que, con calma y orden, se vayan levantando de sus asientos para comenzar el proceso de desembarco. Gracias por elegir nuestra aerolínea, esperamos que tengan un buen día." La aparente normalidad de sus palabras chocó con la extraordinaria realidad que Nicolás acababa de presenciar. Mientras otros pasajeros se movían obedeciendo las indicaciones, él se quedó atónito, contemplando el paisaje más allá de la ventanilla. La contradicción entre el comunicado de la azafata y el asombroso entorno que lo rodeaba intensificaba su confusión, dejándolo cuestionarse si este nuevo destino era, de hecho, el verdadero final de su viaje o simplemente el umbral hacia una travesía aún más asombrosa. Descendió del avión, su mirada aún cargada de asombro por el panorama que se extendía ante él se mezclaba con la corriente de ocupantes que se dirigían hacia la salida. Conforme avanzaba algo inusual captó su atención, un grupo de seres etéreos, se materializó cerca de la escalera de desembarque. Aquellas entidades poseían una belleza indescriptible. Su forma luminosa irradiaba una luz suave que no deslumbraba, sino que acariciaba con gentileza los contornos de sus figuras. Su apariencia parecía disolverse suavemente en el resplandor que los envolvía. No eran fantasmas ni tampoco ángeles, pero su presencia inspiraba una sensación de paz y conexión. Aunque carecían de rasgos faciales discernibles, sus formas parecían vibrar con una sabiduría antigua. Se movían con gracia, como si estuvieran en armonía con las corrientes invisibles que componían su entorno. Nicolás, al observarlos, sintió que estos trascendían las limitaciones de lo humano, portando consigo una esencia que resonaba con el equilibrio del universo. La interacción con ellos dejó en él una impresión de acogida como si fueran guardianes de un reino más allá de la comprensión terrenal.
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Editado: 14.07.2024