|Desacuerdos|
†
Aquel lunes por la mañana, el clima no estaba en su mejor momento. Los vientos huracanados golpeaban sin ningún tipo de consideración los arboles del bosque y la nieve caía como si quisiera enterrarnos bajo ella. Arriba, las nubes blancas y cargadas lo dominaban todo. En los pasillos, jóvenes abrigados de pies a cabezas creaban un mar negro entre tanto blanco. Bufandas negras, suéteres y abrigos negros, guantes negros. El único punto de color que veía venia de sus rostros y la G dorada en el pecho de todos.
Decir que Phin y yo estábamos diferentes al resto sería mentir. El frío de febrero se volvió despiadado aquel día, y ni siquiera yo fui ignorante a él. Dentro de la cafetería, cuando ingresamos, el ambiente no cambió demasiado. Se seguía oyendo el rugir del viento y se seguía sintiendo el frío calándonos a todos en los huesos. En nuestra mesa, solo estaba Ángel. El menor de los hermanos estaba rodeado de hojas y un libro de, vi al acercarme, matemática. Apenas levantó la mirada hacia nosotras cuando nos sentamos.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Phin, sentándose frente a él.
—No de ti, Josephine —masculló en respuesta Ángel, de mala gana, haciendo que yo frunciera el ceño.
A través de los años he visto más de una riña entre ambos, pero normalmente terminaban antes de las veinticuatro horas. A esta la descubrí la tarde en la biblioteca el sábado, así que el hecho de que aún no se hubiera acabado me dio mala espina.
—Pues que te jodan, porque a Ada le va mal en matemáticas y tus hermanos no están aquí para ayudarte antes de tu clase —contratacó la pequeña castaña, haciendo que ahora mis cejas se elevaran al cielo sorprendidas.
—Okey… ¿van a decirme qué sucede? Porque llevan así desde el sábado —intervine sin poder evitarlo.
Un par de ojos azules y helados se posaron en mí. Habia olvidado que Ángel también tenía aquella miradita, aquella que dejaba de lado la mirada amable y cálida y se convertía en una despiadada y congelada. No rehuí de ella porque, era obvio, me habia enfrentado a fríos peores, sino que enarqué una ceja, desafiándolo a continuar con aquel intento de intimidación inútil. Al final, gané y él suspiró.
—No voy a ser yo —fue todo lo que dijo y, sin darme tiempo, recogió sus cosas para prácticamente huir de nosotras.
La mala espina se hundió aún más en la herida y me giré para ver a mi compañera de cuarto. Los ojos marrones de Phin eran demasiados trasparentes para su propio bien, y dejaron ver el dolor que la golpeó mientras veía a su mejor amigo alejarse. Cuando se percató de que la observaba, trató de ocultarlo bajo un falso enojo.
—Phin…
—No, Ada —me cortó, levantándose también —. Así como tú tienes tus secretos y momentos, también nosotros —dijo, dejándome sin aire de un solo golpe.
Siguió los pasos de Ángel y me dejó sola en la mesa. Yo miré un punto vacío en los asientos vacíos y me removí, incomoda.
«Hipócrita» me dije.
Estaba siendo completamente hipócrita. Pidiéndole a Phin aquello que yo no le di en todos estos años. Agobiada, hundí mi rostro entre mis manos y conté hasta que una voz me interrumpió.
—Soy yo o Phin y Ángel acaban de huir hacia polos opuestos —cuando descubrí mi rostro, me encontré con Andrew y Leandro.
El primero habia sido el que habia hablado.
Asentí con una mueca sin tener idea de la verdadera razón que habia ocasionado aquella pelea.
—Siguen peleados, acaban de echarme en cara que no debo meterme y se han ido como si ni siquiera fuesen capaces de soportar respirar el mismo aire —suelto sin anestesia, mirando la taza que Ángel habia estado usando hace unos minutos.
No sale ningún tipo de vaho de ella y no me faltan pruebas para saber que el poco líquido que queda dentro ya se encuentra completamente frio. Frente a mí, los dos recién llegados se miran entre sí, comparten palabras con solo un par de miradas y parpadeos y yo, sinceramente, llego a envidiarlos. Siempre he sido yo la que entiende los gestos de los demás, pero nunca nadie, hasta hace poco, ha sido capaz de entender los míos. Para ellos, para mis amigos, mis mentiras me han convertido en algo difícil de leer. Evidente, por momentos, pero imposibles por otros.
—Ya se les pasara —intentó consolarme Leandro, aunque lo vi dudar.
—Ángel ha estado irritable estos últimos días, tal vez también sea irritable con Phin y ella no quiera soportar sus rabietas —lo secunda su hermano con un poco más de convicción en su tono de voz.
Yo quisiera decir que he notado a Phin distinta, pero la verdad es que he estado tan metida en mí misma estos últimos días que ni siquiera sabría la fecha de no ser por ellos. Y me siento mal, culpable, egoísta hasta cierta parte. Si tan solo hubiera dejado todo aquello que me llamaba de Alessandro, ahora mismo podría apoyar a mis amigos mejor. Yo misma estaría mejor. Sin la necesidad de lidiar con la aparición repentina de un fantasma que apenas recordaba.
—Sí… tal vez —murmuro más para mí que para ellos.
Nos quedamos en silencio, cada uno metidos en lo suyo, hasta que Andrew suelta un suspiro pesado y se levanta.
—Podemos empezar por Ángel —noto que me dice y yo levanto una ceja. Él sonríe cálidamente —. Quiere hacerse el duro, pero al final es el siempre que habla. Sería un mal espía —añadió a son de broma.
—Están a punto de meterse en terreno pantanoso —advirtió Leandro, mirándonos a ambos con un claro reproche.
Yo terminé sonriendo y levantándome de mi asiento.
—Lo sabemos —le aseguré —, pero prefiero lidiar con el enojo compartido que tendrán hacía mí que con sus silencios.
Leandro levantó una ceja, divertido. Mientras tanto, Andrew se colocó a mi lado y puso su mano en mi hombro en señal de apoyo.
—Lo que ella dijo —secundó —, no me gustan los desayunos y cenas cargados de tensión.