Era una tarde tranquila, el cielo estaba despejado y todo se encontraba calmado. Aquí yo, Alex Daven, me encontraba en la mismísima cima del monte Oswald, el más alto de toda baja Suecia. Observaba el cielo y sus alrededores como también a mi ciudad que yacía en la lejanía del horizonte, junto con los colores anaranjados y amarillentos que bañaban el cielo ante mis ojos, pues vería un gran atardecer y lo disfrutaría sin dudas.
Pasaron las horas y finalmente el sol se ocultó detrás de las montañas, el cielo se tornó de colores morados y diferentes tonos de azules, dejando entrever pequeñas esferas muy lejanas que me provocaban una curiosidad muy grande al observarlas, ¿realmente eran estrellas? Era lo único que resonaba en mi cabeza. Luego de observar por un rato la planicie me deslicé por detrás de la colina mientras bajaba de forma brusca, el viento soplaba en todo su esplendor, era una helada ventisca que sacudía cada parte de mi esqueleto, ya me estaba empezando a enfriar, por lo que debía irme pronto, pues… para nada quiero un resfriado, ¿no?.