Su nacimiento fue recibido con un júbilo que sacudió los cimientos mismos del reino. En estos cuatro jóvenes dragones residían las esperanzas y sueños de todo el clan. El príncipe primogénito Ariam fue de inmediato designado como heredero al trono, su porte ya reflejando la nobleza y el liderazgo que se esperaba de él. Sin embargo, fue la pequeña princesa Mayra quien se convirtió instantáneamente en el corazón palpitante del reino, cautivando incluso a sus hermanos con su gracia innata.
La princesa Mayrita, como todos la llamaban con cariño, era la belleza personificada en forma de dragón. A su paso, los pétalos rosados parecían caer con más gracia, y el aire mismo vibraba con una magia más intensa. Su risa, melodiosa como el tintineo de cristales, llenaba el palacio de alegría, y sus ojos, del color del rosa más puro, parecían contener toda la bondad del mundo.
El crecimiento y desarrollo de los cuatro príncipes se convirtió en el foco de atención no solo de sus padres, sino de cada miembro del clan. Cada hito en su desarrollo era celebrado con festivales que duraban días, y sus logros eran cantados por bardos dragones en todo el imperio. En ellos, el clan veía no solo el futuro de su pueblo, sino la continuación y evolución de su legado mágico milenario.
Esta tradición de unión única y nacimiento precioso no sólo aseguraba la pureza de las líneas reales, sino que también fortalecía los lazos familiares y comunitarios en todo el imperio. Cada dragón, desde el más humilde hasta el más poderoso, entendía el valor sagrado de estas uniones y la importancia de cada nueva vida en el gran tapiz de su sociedad.
Sin embargo, el destino tenía planes inesperados para los jóvenes príncipes. El nacimiento de los herederos rosa coincidió con un decreto imperial sin precedentes: todos los dragones debían adoptar forma humana periódicamente y vivir entre los mortales. Esta orden, emanada del mismísimo Emperador, respondía a la creciente amenaza de las armas humanas, cada vez más capaces de penetrar los velos mágicos que ocultaban el imperio draconiano. El decreto buscaba fomentar la comprensión entre las dos razas y, quizás, preparar el camino para un futuro de coexistencia pacífica.
Así, los recién nacidos príncipes rosa fueron transformados en unos hermosos bebés humanos, con ojos que brillaban como gemas y cabellos del color de los pétalos de rosa más delicados. Sus padres, ahora con apariencia humana, se establecieron en el mundo de los mortales, ocultando su verdadera naturaleza bajo un velo de normalidad.
Durante sus primeros años, los príncipes dragones rosa: Ariam, Mayra, Max e Ixac crecieron como cualquier niño humano, ajenos a su herencia draconiana. Jugaban en parques, reían en escuelas y aprendían las costumbres humanas, sin saber que en su interior dormía el poder de dragones rosa milenarios. Sus padres los observaban con una mezcla de orgullo y preocupación, sabiendo que algún día tendrían que revelarles su verdadera naturaleza y prepararlos para el destino que les aguardaba.
El rey del clan rosado, en su forma humana, cultivó una estrecha amistad con el rey del clan azul del agua, ambos ahora viviendo como mortales en el mundo humano. El destino había bendecido al clan azul con dos princesas y un príncipe, todos ellos transformados en niños humanos al igual que los herederos rosados. Así, los pequeños crecieron juntos, compartiendo juegos, risas y primeras experiencias, forjando lazos que trascendían su apariencia humana.
Entre todos ellos, era evidente que el príncipe azul Adán Ludovic Drag y la pequeña princesa Mayrita habían desarrollado una conexión especial. Adán Ludovic Drag, con una devoción que sorprendía a todos, cumplía cada deseo de la pequeña princesa. Pasaban horas paseando por los jardines, sus risas mezclándose con el susurro de las hojas y el canto de los pájaros. Esta amistad entre los niños no solo reflejaba la alianza entre sus clanes, sino que también parecía augurar un futuro entrelazado para ambos.
Mientras los adultos navegaban las complejidades de vivir en el mundo humano, ocultando su verdadera naturaleza y añorando su hogar draconiano, los pequeños formaban un vínculo inocente y puro, ajenos a las responsabilidades y secretos que algún día heredarían. Sus juegos infantiles, vistos por ojos conocedores, a menudo reflejaban instintos draconianos: la princesa Mayrita adoraba los jardines floridos como los cerezos, mientras que Adán Ludovic Drag siempre buscaba estar cerca del agua.
A medida que pasaba el tiempo, la princesa rosa y el príncipe azul se volvieron inseparables. Sus padres observaban con una mezcla de alegría y preocupación, conscientes de que algún día tendrían que revelar la verdad sobre su herencia draconiana y las responsabilidades que conllevaba. La magia que dormía en su interior comenzaba a manifestarse en pequeños detalles: la princesa Mayrita parecía cambiar de color con sus emociones, mientras que Adán Ludovic Drag podía calmar cualquier tormenta con su presencia.
Una tarde, mientras los niños jugaban en el jardín, los reyes Luis Ignacio Drag y Maximiliano Drag Paredes conversaban, sus ojos nunca apartándose de sus herederos.
—Oye, Maximiliano —lo llamó el rey Luis Ignacio , su voz cargada de significado. —¿No te parece que nuestros hijos pudieran un día unirse? Tenemos a los príncipes herederos que nos reemplazarán. Ariam y Adán Ludovic, son muy serios. Pero me preocupa que tengamos que intercambiar de príncipes.
—¿Qué quieres decir con eso Luis Ignacio ? —preguntó preocupado el rey Maximiliano, aunque en su corazón ya conocía la respuesta.
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Editado: 12.12.2024