El príncipe heredero Kendrick se esforzaba en proyectar la imagen de un dragón reformado desde su matrimonio con la princesa plateada. Cumplía diligentemente con las órdenes de su padre y las directrices del consejo de ancianos, quienes observaban complacidos su aparente transformación en un príncipe digno y responsable.
—Por supuesto que os acompañaré en la búsqueda, mi querida Zelda —respondió Kendrick con voz melosa, sus escamas negras brillando con un fulgor siniestro—. Es mi deber como futuro emperador velar por la seguridad de todas las princesas del reino.
Mientras iniciaban el vuelo, Kendrick lanzó una mirada furtiva hacia la cámara del santuario imperial, donde sabía que se encontraba su mayor desafío: el poderoso guardián del Rubí Imperial. Sus pensamientos oscilaban entre la búsqueda de las princesas desaparecidas y sus propios planes para acceder a ese poder supremo que tanto anhelaba.
El cielo se tiñó de tonos púrpura y dorado mientras los dragones se elevaban sobre las torres de cristal del palacio, sus siluetas recortadas contra el atardecer eterno del reino draconiano. La búsqueda comenzaba, pero las verdaderas intenciones de cada uno permanecían ocultas tras el velo de la diplomacia y el deber real.
De repente, el cielo se oscureció y un rugido ensordecedor anunció el regreso del emperador y su séquito. Las escamas rojas y negras del anciano dragón refulgían con un brillo sombrío, presagiando noticias funestas. Todos dieron la vuelta y lo siguieron. El silencio se apoderó del palacio cuando el emperador reveló la terrible noticia: las princesas, al parecer, habían sido eliminadas.
La conmoción se extendió como una onda de choque entre los presentes. La princesa plateada Zelda, instintivamente, envolvió a su pequeño y poderoso príncipe Erick con sus alas plateadas, como si pudiera protegerlo de la oscuridad que se cernía sobre el reino.
—¿Por qué dice eso, Majestad? —preguntó la princesa Zelda, casi en un susurro en el aire cargado de tensión.
El emperador, con ojos cansados que reflejaban el peso de milenios, se adelantó mirando con cariño y preocupación a su bisnieto, y luego respondió:
—Todos fuimos testigos del retorno del zafiro del poder de la princesa Rosa Mayra a su pequeño esposo el príncipe del agua Adán Ludovil. —Se interrumpió un momento mirando a su nieto al tiempo que lo rodeaba de una burbuja para que no escuchara lo que iba a anunciar. —Es una tragedia sin precedentes. Me temo que también perderemos al príncipe heredero del clan del agua azul, pues sus esencias primordiales estaban unidas.
Un murmullo de pesar recorrió la asamblea. El emperador, con paso decidido, se dirigió hacia el Gran Santuario, el corazón místico del imperio draconiano. Su intención era invocar al guardián del Rubí Imperial, esperando que la antigua entidad pudiera intervenir en favor del joven príncipe azul.
La comitiva siguió al viejo emperador en solemne procesión. Al llegar a las puertas del santuario, una familiar barrera de energía escarlata impidió el paso del príncipe Kendrick, como siempre ocurría. Sin embargo, la princesa plateada Zelda y el pequeño príncipe Erick pudieron atravesarla sin dificultad.
La princesa Zelda se detuvo y permaneció en el umbral al lado del Kendrick, observando con asombro cómo su hijo corría alegremente tras su abuelo. El santuario parecía cobrar vida ante la presencia del pequeño príncipe, las antiguas piedras resonando con un cántico silencioso de bienvenida a Erick.
Este fenómeno inexplicable era motivo de perplejidad en la corte: ¿por qué el guardián del santuario imperial negaba la entrada a los príncipes herederos Kendrick y Baduf, pero acogía con júbilo al pequeño príncipe Erik? Era como si las mismas piedras reconocieran en el niño una conexión profunda con el legado ancestral del clan imperial. Los ancestros y el propio guardián del Rubí hubieran elegido al pequeño como el futuro emperador.
Mientras el emperador y Erik desaparecían en las profundidades del santuario, Zelda y Kendrick intercambiaron miradas cargadas de significado. El misterio que rodeaba a su hijo y su relación con el poder ancestral del imperio añadía una nueva capa de complejidad a la ya tensa situación.
—¡Esto tiene que acabar! —gruñó Kendrick por lo bajo. —¡Soy el príncipe heredero, no mi hijo!
—Erick no tiene la culpa de nada Kendrick —rugió a su lado la princesa plateada iluminándose con todo su poder. —Así que arregla tus cosas con el guardián y deja a mi hijo afuera o sabes que no me detendré ante nada si te atreves a tocarlo.
—¡No he dicho que le vaya a hacer nada a mi hijo! Deja de estar iluminada, todos nos miran —trató de calmarla Kendrick alejándose de Zelda que lo siguió con la mirada y sin más se adentró en el santuario detrás de su pequeño.
Al llegar a donde estaba su hijo en el corazón del santuario, rodeado por el resplandor carmesí del Rubí Imperial, vio al emperador que se preparaba para invocar al guardián, esperando encontrar respuestas y, quizás, una esperanza para el futuro incierto que se cernía sobre el reino de los dragones y la vida del pequeño príncipe azul.
Una vez más, el príncipe Kendrick se sintió humillado al ser rechazado por los ancestros que deberían recibirlo como su legítimo heredero y futuro emperador. Los murmullos de los presentes solo avivaron su ira. Con un gesto brusco, dio la espalda a todos y se alejó, determinado a obtener el poder necesario para obligar a los ancestros a reconocerlo como el verdadero príncipe heredero que era.
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Editado: 12.12.2024