Abrumado por el peso de esta revelación, el príncipe Kendrick cayó de rodillas ante las puertas del santuario. Para asombro y consternación de todos los presentes, comenzó a emanar de él un torrente de energía mágica multicolor, la magia robada que ahora era devuelta a sus legítimos dueños. El emperador, con una mezcla de preocupación y determinación en su rostro, corrió a colocarse frente a su primogénito, cayendo también de rodillas ante el santuario que continuaba extrayendo la magia de Kendrick, ahora a través del viejo monarca.
En ese momento crítico, para sorpresa de todos, el joven príncipe Erick corrió hacia adelante, colocándose delante de su padre y su abuelo. Abrió sus pequeñas alas, para terror de Zelda, e interrumpió el rayo de energía con su propio cuerpo.
—¡Alto! —ordenó con una voz que, aunque infantil, resonó con la autoridad de mil emperadores. Los ancestros, para asombro de todos, se detuvieron en seco y, más aún, se inclinaron ante el pequeño príncipe. Zelda, con el corazón en un puño, levantó a su hijo, que ahora estaba rodeado de una intensa energía roja, pulsante y poderosa.
—¡Dejad a papá y al abuelo! —exclamó Erick, su voz cargada de una compasión y sabiduría que trascendían su corta edad.
En ese instante, el destino del imperio de los dragones pendía de un hilo, sostenido por las pequeñas manos de un dragoncito que, en su inocencia, había descubierto el verdadero poder: el de la misericordia y el perdón.
La princesa plateada, con una gracia etérea, se inclinó ante los ancestros y el guardián del rubí imperial, quien sonreía de forma enigmática al pequeño príncipe. Su voz, melodiosa como el tintineo de campanas de plata, resonó en el santuario:
—Ancestros del clan imperial, les ruego que por favor perdonen la osadía de mi pequeño hijo. Cualquier castigo que deseen imponerle, estoy dispuesta a recibirlo en su lugar —y bajó su cabeza hasta que su frente tocó el suelo cristalino.
Un poderoso rayo de luz, tan brillante como mil soles, iluminó a la princesa plateada. Ella resistió estoicamente, su piel escamosa reflejando destellos iridiscentes, hasta que de debajo de su ala surgió otro rayo igualmente poderoso. Era el pequeño príncipe Erick, quien se colocó delante de su madre con determinación.
—Abuelo Rui, cesa esto de inmediato o ya sabes lo que haré —declaró Erick, su voz infantil cargada de una autoridad ancestral que heló la sangre de todos los presentes.
El guardián imperial se detuvo al instante, como si hubiera sido tocado por un rayo. Dirigió una última mirada penetrante al príncipe Kendrick, quien recibía energía vital de su padre, luego sonrió a Erick con una mezcla de orgullo y resignación antes de desvanecerse junto con todos los ancestros en una nube de luz dorada.
—¿Qué ha sido eso? —murmuraban los presentes, atónitos—. ¿Significa esto que los ancestros han elegido al pequeño príncipe como el próximo emperador?
Los rumores se extendieron por el palacio imperial como fuego en un bosque seco. Mientras tanto, Erick corrió hacia su padre, extendiendo sus pequeñas alas para que lo cargara. Kendrick lo hizo, su mente un torbellino de emociones contradictorias. ¿Sería capaz de renunciar a sus sueños de poder? ¿O la oscuridad que había cultivado en su corazón durante tanto tiempo lo llevaría a cometer actos impensables? Cerró los ojos, luchando por controlar la ira que amenazaba con consumirlo. En su interior, juró que jamás cedería el trono a su hijo, sin importar lo que tuviera que hacer. No sería ahora, pero un día...
Una gran exclamación colectiva hizo que Kendrick abriera los ojos de golpe. Todos los presentes estaban sin aliento ante la nueva aparición etérea del gran guardián del Rubí del clan imperial. Su forma colosal, translúcida y resplandeciente, se materializó ante la multitud asombrada, irradiando un aura de poder ancestral que hizo que incluso los dragones más antiguos se inclinaran con reverencia.
Con un movimiento grácil de su garra espectral, el guardián lanzó un rayo de luz pura hacia el príncipe azul Adán Ludovil. El joven dragón quedó envuelto en una amalgama de energías: la magia del santuario del clan del agua azul se entrelazó con la energía sanadora del guardián, creando un espectáculo de luces que danzaban entre tonos azules y dorados. La escena era de una belleza indescriptible, como si las estrellas mismas hubieran descendido para bailar alrededor del príncipe Adán.
El aire se llenó de una melodía celestial, y todos los presentes sintieron una profunda sensación de paz y renovación. Era como si el guardián, a través de este acto, estuviera sellando un nuevo pacto entre los clanes, con Erick y Adán como símbolos vivientes de esta unión.
Kendrick, aún sosteniendo a su hijo, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Comprendió que el destino del imperio estaba cambiando ante sus ojos, y que su papel en esta nueva era podría ser muy diferente de lo que había planeado. ¿Y ahora qué podía hacer?
Pero lo más asombroso estaba aún por suceder. Ante los ojos atónitos de todos los presentes, el guardián extrajo el poder de la princesa rosa Mayra del corazón del pequeño príncipe Adán Ludovil. Como hilos de seda rosada tejidos por las manos del destino, la energía de Mayra se entrelazó con la del príncipe azul Adán, quedando atrapada en la perla del poder que el joven llevaba en su frente. El color de la perla fluctuaba entre azul y rosa, creando destellos iridiscentes que iluminaban todo el santuario con una luz etérea, como si el amanecer y el atardecer danzaran juntos en un baile celestial.
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Editado: 12.12.2024