Los dos príncipes, cruzaron miradas cargadas de significado, buscando en los ojos del otro una explicación plausible para su exaltada reacción al escuchar el nombre de la joven. Sus mentes, acostumbradas a los vastos cielos y las escarpadas montañas del reino dragón, luchaban por adaptarse a este nuevo entorno humano, tan diferente y a la vez tan familiar.
El príncipe Adám, cuyas escamas azules solían brillar como diamantes bajo el sol, ahora sentía su piel humana extrañamente vulnerable. Abrió la boca, intentando articular palabras que pudieran sonar naturales en este mundo ajeno. Sin embargo, solo logró emitir un balbuceo entrecortado, como si su garganta, acostumbrada a rugir con la fuerza de mil tormentas, se hubiera olvidado de cómo producir sonidos más suaves.
Mientras tanto, el aire a su alrededor parecía vibrar con una energía sutil, casi imperceptible para los humanos, pero claramente sentida por los príncipes dragón. Era como si el velo entre los dos mundos se hubiera adelgazado momentáneamente, permitiendo que fragmentos de magia dracónica se filtraran en este reino mortal.
Mayra y sus amigas, ajenas a la verdadera naturaleza de los recién llegados, observaban la escena con curiosidad y diversión. Los globos que sostenían se mecían suavemente en la brisa nocturna, sus luces titilantes reflejándose en los ojos de todos los presentes, creando un ambiente casi mágico que parecía resonar con la esencia misma de los dragones disfrazados.
Adám, reuniendo todo su coraje —el mismo que le permitía enfrentar a feroces enemigos en su forma de dragón—, intentó nuevamente hablar. Esta vez, su voz salió con más firmeza, cargado de emociones contenidas y secretos ancestrales:
—Disculpa nuestra sorpresa —logró articular finalmente Adám, mirando a Mayra fijamente, buscando en ella algún destello de reconocimiento. Sus pupilas, aunque ahora humanas, parecían reflejar por un instante el brillo de dragón—. Es que... tu nombre nos recuerda a alguien muy especial.
—Yo creo que debe ser el nombre de su esposa o novia —se adelantó Saray, extendiendo su mano con gracia—. Ella es Mayra, la bailarina más famosa de todo el mundo. Yo soy Saray, ella es Elenita, y Elena la de al lado...
—Saray, deja que nos presentemos todas —la interrumpió Elizabeth, en lo que se presentaba con ellos.
Los príncipes, aunque no dejaban de observar a Mayra, fueron estrechando la mano de cada una. Todas eran de una belleza que los había dejado anonadados, como si cada una portara una chispa de la magia de su mundo. Thalia, la más joven, parecía juguetona como un dragoncito recién nacido. Nancy los miró como si los investigara, su mirada aguda los recorría queriendo saber quienes eran en verdad. Liliana, seria, les recordaba a los sabios dragones ancianos. María les sonrió y estrechó con efusividad su mano, percatándose de cómo ellos no dejaban de mirar a Mayra.
—Oh, no se asombren de su cabello —dijo María, pensando que lo hacían porque el pelo de Mayra era rosa y azul, como las dragonas rosas que se casaban con los dragones azules—. Se lo pintó así para un baile. Y ahora, sean honestos. ¿Quién es Mayra? —preguntó, notando cómo los jóvenes volvían a mirarse entre ellos, como compartiendo un secreto.
—Es..., es mi... —tartamudeó de nuevo Adám, mirando a su cuñado en busca de ayuda. —Es mi..
Andrés, con la agilidad mental de un dragón estratega, tomó la mano de María con una gran sonrisa y contestó:
—Mayra es nuestra querida hermana. Nos sorprendió la coincidencia, es un nombre que amamos mucho —y extendió la mano para estrechar la de Mayra, que le sonrió—. Y es tan bella como tú, como una joya especial en un tesoro.
—Oh, muchas gracias —respondió Mayra, su mirada brillando con un fulgor que parecía evocar las estrellas que solían contemplar—. Pero ahora podemos concentrarnos en los globos. Ya los comenzaron a lanzar y todavía no he escrito mi deseo —y le entregó por completo el suyo a Adám, haciéndolo girar para escribir en su espalda, como si estuviera trazando runas mágicas en las escamas de un dragón.
Adám podía sentir cómo las manos de Mayra alisaban su camisa, comenzando a trazar en el papel palabras que él podía leer en su piel sin necesidad de verlas, como si fueran runas mágicas grabadas en sus antiguas escamas. El lenguaje de los humanos no le era desconocido, y sonrió al descifrar lo que ella había escrito:
"Deseo que el amor verdadero aparezca en mi vida y que sea uno solo para la eternidad". Por un instante, sintió cómo los labios de ella besaban el papel, y sin que Mayra se percatara, movió una de sus manos y escribió con letras invisibles de dragón, brillantes como el fuego etéreo: "Deseo que mi verdadero amor me reconozca y regrese a mí sin importar la forma en que lo haga, la amaré por siempre, más allá de los ciclos de la luna y el sol".
Luego giró despacio y la ayudó a amarrarlo en el globo. Subieron con pasos ligeros hasta una colina cerca de la orilla del lago esmeralda, cuyas aguas eran patrulladas por los dragones invisibles de la guardia imperial, sus escamas reflejando la luz de las estrellas en destellos imperceptibles para los ojos humanos. Frente a frente, con el globo entre los dos, lo elevaron hasta dejarlo ir, quedando allí con los corazones latiendo al mismo tiempo, como el palpitar de las alas de dos dragones en pleno vuelo sincronizado.
Este fenómeno hizo que Adám volviera a mirarla interrogante. ¿Cómo el corazón de esta humana podía latir a la par del suyo, como si compartieran la misma sangre de dragón o fuera su amada May? Miró a Andrés, que reía con las demás jóvenes a las que se les habían unido otros tres chicos humanos, sus risas mezclándose con el suave murmullo del viento, que para los oídos de Adám sonaba como el antiguo canto de los dragones.
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Editado: 12.12.2024