El Devorador de Lágrimas

4

     Mathew Patton abrió ampliamente la puerta, dejando pasar a ambos detectives a su sala, sin quitar aquella furiosa mirada de sus espaldas. Michael se sentó en una silla que arrastró desde el comedor, hasta en frente del sillón donde los oficiales se habían acomodado, mientras que Mathew solo atinó a apoyar el hombro derecho en el filo de la pared que separaba ambos sectores de la casa.  

     El oficial Mondy estaba acostumbrado a ese tipo de tratos, despectivos en su mayoría. Siendo uno de los pocos y primeros oficiales negros en convertirse en detective dentro de toda la plantilla y la historia de Dells, siempre esperaba que la peor clase de canallas con los que se topara se comportaran de una manera muy similar. El detective se decidió en ignorar por completo al padre, y concentrarse en lo que el hijo tuviera por decir.  

     —Muy bien, Michael —empezó Mondy con el interrogatorio, sacando una grabadora de sonido, y presionando el botón rojo que la hacía vibrar—. Explícanos, por favor, qué quisiste decir con que fuiste la última persona con la que habló Ariana Torres.

     —Bueno, es que Corie lo dijo así —respondió Michael—. Ariana se molestó conmigo mientras comíamos en mi jardín, salió como loca hacia su casa, fue entonces cuando llamé a Corie y le pregunté si había llegado a salvo, pero me dijo que no sabía nada de ella. Me pidió que esperara, que la iba a llamar y me avisaría, si ella la dejaba, pero no volvió a llamarme, por lo que asumí que Ariana no la dejaba hablar conmigo sobre cómo estaba o con quién...

     —Ok, no es necesario que aclares esa parte —interrumpió Herrera, arreglándose el frondoso y corto cabello, a pesar que todo el tiempo, daba la impresión que lo llevaba bien peinado—. ¿Recuerdas por qué se enojó Ariana?

     —No lo sé... ¿Por qué se enojaría una mujer, verdad? —dijo Michael, socarronamente.

     —Hijo, no nos hagas perder el tiempo —Le advirtió Herrera, sin poder contener una sonrisa estúpida en el rostro por el comentario.

     —¿Qué más les puedo decir? —Michael estiró ligeramente ambos brazos y los extendió hacia adelante, con las manos apuntando las palmas hacia arriba—. Tal vez dije algo que la hizo enojar, pero no estoy seguro...

     —¿Sobre qué conversaban cuando se enojó? —intervino Mondy.

     —Religión —soltó Michael, cambiando la dirección de su mirada hacia el detective que le habló—. Ariana tenía una familia muy creyente. Demasiado, a mi parecer. Ella me dio a entender que estaba en desacuerdo con las ideas arcaicas que tienen, y yo le apoyé, dije que la biblia debería ir en la sección de mitología de las librerías, y que Jesús debería ser considerado un semidiós, pero luego noté en su rostro que la estaba ofendiendo. —Michael suspiró e hizo una pausa antes de continuar. Su mirada saltaba de un detective hacia el otro, observando cualquier atisbo de incomodidad al escuchar su versión de los hechos—. Verán, Ariana creía que la religión y la ciencia van de la mano, que una es la representación metafórica de la otra, muy al contrario me encuentro yo, al pensar que todo aspecto de la religión no son más que patrañas cuyo fin es atemorizar y...

     —¿Por qué hablas de ella en pasado, hijo? —acotó Mondy, cortándole el habla al muchacho—. Ariana no está muerta, solo desaparecida.

     —Bueno... —la vista de Michael se apartó en dirección al polvoriento suelo de madera—. solo soy realista, detectives. Ariana se perdió regresando a casa. Ella no escapó, ni se está quedando con alguien más, por lo que es muy probable que, pues...

     —¿A qué hora abandonó tu jardín? —preguntó Herrera, arrugando las cejas. Michael se agazapó cuarenta y cinco grados hacia adelante, apoyando sus codos encima de sus muslos, y entrelazado los dedos de sus manos.

     —Creo que casi a las once —respondió, luego de cavilar unos segundos—. La discusión no duró mucho, pero la charla previa y la comida; sí. Se suponía que iría directo a donde Corie, pero bueno, es obvio que no.

     —¿Desde hace cuánto conoces a Ariana? —continuó Mondy.

     —La conocí un día antes de que desapareciera.

     —¿Nos estás diciendo, que jamás la habías visto antes de ese día? —Ahora era Mondy el de la posición felina.

     —Para nada, detectives. Pensé que la pregunta era precisar el día que la conocí, de manera personal. Es más que obvio que en esta ciudad, la mayoría sabe quién es quién y con quién o quiénes se junta.

     —Exacto... Pero tú aún no te has ganado ese grado de confianza —apuntó Herrera—. Conocemos a tu padre gracias a su temperamento, y de no ser por esto, no tendríamos idea de quién eres tú.

     —No encuentro ninguna pregunta en su comentario poco amistoso —dijo Michael, cruzándose de brazos y apoyando su espalda en la sonora silla de madera donde reposaba.

     —Es porque no la hay. —Herrera frunció el ceño y respiró fuerte, dejando escapar un bufido—. ¿Desde cuándo la conoces?

     —La había visto antes por la escuela católica. Paso por allí en coche para ir a la mía, la de Dells. Jamás le había hablado en mi vida, ni mucho menos me interesaba hacerlo.

     —¿Y por qué hacerlo luego entonces? ¿Por qué hablarle de pronto?

     —Estaba cambiada. Ya no usaba faldones largos ni coleta en la cabeza. ¿Han visto alguna foto de cómo vestía de recepcionista?

     Ambos detectives cruzaron miradas, y ambas miradas se susurraban lo mismo: "De tal palo, tal astilla." El hijo era tan idiota como el padre, y mucho más superficial a la hora de escoger mujeres, seguramente.

     —¿Usted estuvo presente? ¿Vio a la chica salir de su hogar? —esta vez, Mondy se dirigió al padre del chico, que seguí observando todo de pie, y recostado en el límite de la pared.

     —Estaba en mi cuarto —contestó despectivamente Mathew haciendo un gesto con la mano, como arrojando algo invisible en dirección al pasillo—. No me interesa con quién se meta este idiota, mientras se mantenga al margen de mis cosas.




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