Elija Hunt regresó al interior del departamento de policía, justo después de calmar los nervios con unas cuantas pitadas a un Hamilton light, manteniendo dopados aquellos recuerdos que hasta el día de hoy arrastra en lo más profundo de su nuca.
Se acercó cautelosamente hasta la banqueta en la que la señora Sweet reposaba, con ambas piernas cruzadas y el abrigo de algodón echado en sus muslos. El oficial Garb aún mantenía a la pequeña Julie entretenida, yendo de aquí para allá, rascándole los talones a la pequeña mientras la perseguía alegremente en la casi vacía cafetería, pero Hunt tenía otros planes para él, por lo que mandó a una oficial de menor rango a que hiciera de niñera.
Eran ya casi las ocho de la noche, pero la señora Sweet no quería moverse del lugar por ningún motivo, y nadie intentaba persuadirla de más. Colocándose en sus zapatos, quién querría moverse sabiendo que tu hija puede ingresar por la puerta principal en cualquier momento, o al menos aquella fe aún brillaba en lo más profundo de su alma, ahora resquebrajada y hecha añicos.
—Garb. ¿Tienes un minuto? —Le llamó Hunt, señalándole la sala principal donde cada escritorio estaba simétricamente colocado por seguridad del personal.
—Sí, claro. —El oficial Jarred acompañó a Hunt hacia una esquina del lugar, lo suficientemente lejos de la cafetería como para que ninguna Sweet les escuche.
—Tengo un encargo especial para ti.
—Pensé que ya tenía un encargo especial.
—Necesito que vengas con nosotros. Toma tu auto del parqueo y síguenos de cerca.
—Pero detective, soy solo un oficial. No puedo andar de civil en horas de trabajo.
—Pues te asciendo no oficialmente por el momento. Necesito alguien que no pertenezca al escuadrón de detectives en esto.
—Entiendo... Creo. Pero, ¿Por qué debo ir en mi auto? ¿Por qué no simplemente los acompaño en el asiento trasero? Soy callado, y no fastidio mucho...
—Garb.
—Ok. Ok. ¿En cuánto salimos?
—En quince. Síguenos de cerca y no te retrases.
Hunt avisó a Rocha y ambos salieron juntos del recinto. Se subieron al coche que el detective Elijah había alquilado en su estadía sin fecha de retorno, en Dells. Un sombrío Mazda CX9 opacaba al Strada ocre de Garb en la cola, bajo un hermoso crepúsculo de invierno. El primero en la lista de Hunt era el director de la escuela de Rachel, Hudson Williams, pero ese nombre no le era de tanto interés como el último que tenía anotado: Michael Patton.
Su rostro era algo especial. Era como si le tratara de contar una vieja historia al alma de Hunt, un susurro de bienvenida a una vida llena de perturbadores y macabros sucesos. Sin embargo, la corazonada del detective no lo llevaba al niño, sino al padre. Era el padre al que realmente quería interrogar. Era por ello que llevaba a Garb consigo. Sabía que Rocha era buena manejando asaltantes y tipos que se creen duros, pero no tenía idea de cómo lo haría frente a un adolescente. Por otro lado, Garb había hecho un trabajo excelente con la pequeña de las Sweet, y ya que había ayudado tanto en aquel caso hasta el momento, siguió su instinto con él para no arriesgarse con Alex.
La casa de los Patton no estaba tan lejos del departamento, así que no les llevó mucho tiempo llegar. Una vez frente, Elijah se tomó un minuto para explicarles a ambos sus razones —parcialmente— del por qué traer a Garb consigo y quién era el verdadero objetivo. Los tres se acercaron al porche una vez listos con sus respectivas tareas asignadas. La puerta se abrió luego de tres toques, y el Patton que esperaban ver estaba justo detrás del portal.
—Buenas noches. ¿En qué puedo ayudarlos? —Hunt sintió que reconoció aquel rostro casi de inmediato. Ello le daba más confianza en lo que intentaba hacer.
—Mathew Patton, ¿Qué tal? Buenas noches —contestó la detective Rocha con extraña familiaridad—. ¿Nos permite unos minutos? Hay un asunto delicado del que nos gustaría hablar con usted y su menor.
—Oh... Claro, sí. Supongo. ¿Puedo saber qué sucede antes de llamar a mi hijo?
—Preferimos hacerlo dentro, y con ambos presentes. Si no le molesta.
—Claro que no. Pasen por favor.
Garb miró extraño a Patton. ¿Era ese el mismo Mathew Patton con el que discutieron Mondy y Herrera hace más de un año atrás? ¿El mismo que llevaba la barba sucia y harapos encima? Al menos una cosa no había cambiado. Aún llevaba una botella de cerveza en la mano. Ello le confirmaba a Garb que algunas costumbres simplemente no se pueden dejar atrás.
Los tres entraron en la ahora cómoda estancia. Nuevos muebles adornaban la sala de estar, y todo parecía más limpio de lo que Herrera le había contado a Jarred con lujo de detalles. Garb jamás había contactado directamente con aquel sujeto, pero a primera impresión no parecía tan malo. Pero su misión no era el padre, sino el hijo. Hunt le había asignado interrogar a Michael y dejarle a él y a Rocha al padre. Según Herrera, Michael era otro imbécil para su corta edad. Un chico que sabe salirse con la suya y que le encanta pasarse de listo. Garb no se sentía del todo listo, pero no podía tampoco echar a perder esta oportunidad. Si lo hacía bien, hasta podían ascenderlo de manera oficial a lo que él siempre había deseado desde hace ya un buen tiempo, pero si echaba todo a perder, problemas no le iban a hacer falta en un futuro próximo.
—¡Michael! ¡Michael! —le llamó Mathew, acercándose a la puerta del sótano y gritando desde allí—. ¿Puedes subir un minuto?
—¿Qué hace el chico allá abajo? —preguntó Hunt luego de que Mathew se hubiera sentado frente a ellos.
—Francamente... No tengo ni idea. Pero ya sabe cómo son los chicos de hoy en día... Si no les das su espacio se abruman y terminan como delincuentes o algo peor... Y claro, no quieres pillar a un adolescente mientras está tomándose un tiempo a solas, no querrás ver que tiene entre manos, ¿Verdad?
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Editado: 19.06.2020