Era otoño, las hojas que completaron su ciclo de vida, estaban dispuestas a caer por voluntad propia, reposando en el suelo, esperando su descomposición, algunas esperando a ser comidas por un animal que pudiese pasar por ahí, otras, tenían la función de caer en las suaves manos de Vita.
Mientras Vita veía esa amarilla hoja, seca y fácil de fragmentar, pensaba si su vida en realidad tomaba un curso natural. Se preguntaba así misma si estaba en el lugar correcto, o si el destino ya había escrito que esta sería su vida.
Vita dio la vuelta hacia el pequeño sendero que se formaba a la entrada en el jardín de su casa, rodeada por unas flores y rosas, que se notaban a incluso dos calles de distancia. Muy tentativas, pero prohibidas de tocar.
Mientras ella sacaba su llave de su mochila, soltó un suspiro, y no solo por que todo en su mochila estaba desordenado por las veces en que los chicos y chicas que la acosaban solían tirar sus cosas. También lo hacía por que sabía que este día podría empeorar.
Giró la llave y la cerradura le abrió paso para que entrase a su hogar.
A un segundo de haber abierto la puerta, su papá iba a paso apresurado a querer salir, se cruzó con que Vita había abierto la puerta y este no dudó en saludarla e informarle por que tenía prisa.
—Hola cariño —sonrió, mientras un poco de sudor escurría por su frente—. ¿Cómo te fue? Justo iba a salir para ver el sótano.
—Hola, todo bien —inclinó la cabeza, para intentar cubrir ese ojo rojo que, Casandra le había hecho con las bofetadas—. Bueno, ve con cuidado.
Su papá cambió su cara, pues algo de ella le llamó la atención, se acercó y notó como ella se cubría su rostro con su propio cabello, intentando disimular.
Al acercarse, su papá le tomó suavemente de la barbilla y le alzó la cabeza, posteriormente, con cuidado, le apartó su cabello de su rostro para ver por qué se intentaba cubrir.
La luz le iluminó precisamente la parte que había quedado marcada por las bofetadas. Y eso, no le gustaba.
—Vita —comenzó a alzar la voz—. ¿Otra vez te peleaste?
—¿Ya de qué serviría decirte que yo no peleo? —también comenzaba a levantar la voz—. Si nunca me crees.
Cansada de repetirle a su padre que a ella le suelen molestar, que la acosan y que incluso hay veces en que la agreden entre varias personas. Decidió hacerse notar frente a su padre, que al parecer la única forma de que él preste atención a algo, es alzándole aún más la voz.
Al escuchar como Vita le levantó el tono, su padre siente como ella intenta revelarse, ve como ella está dispuesta a ignorar todos los actos y esfuerzos que su padre hace para que ella deje de ser rebelde.
Tal vez ninguno de ellos se ha dado cuenta de lo que el otro intenta o hace con su vida. Vita, por un lado, a pesar de ser acosada, siempre le solía decir a su padre; por otro lado, su padre lo tomaba como una niña rebelde que siempre buscaba problemas en sus clases, e intentaba que dejase de ser así por las buenas o por las malas.
Su padre pasó a bofetearla, sosegado por lo que acababa de pasar, no estaba dispuesto a que su propia hija le faltase el respeto.
Vita se llevó su mano a su cara, le ardía la mejilla.
Para ella, el tiempo se detuvo, su mejilla izquierda más roja que la derecha, sus manos intentando calmar su dolor, su cabello que cortaba el paso de la luz ante la imagen de su padre frente a ella imponiendo temor, y sus ojos, que comenzaron a derramar pequeñas gotas de lágrimas, esperando que quien las viera, tenga compasión.
—¡Insolente! —gritó su padre—. ¿Quieres pelear? Te crees la niña rebelde en tus clases, pero aquí no eres nadie.
No faltaba con humillarla, que su padre pasó a empujarla. Vita sintió como su cuerpo topó con la pared, ese sentimiento de estar encerrada, de no poder ir a ningún lado, de no poder hacer nada, comenzaba a formarse un nudo en su garganta.
Ella lloraba y se cubría su rostro, pues ella recordaba lo que el Señor T llegó a decirle una vez.
—No importa la ocasión, nadie puede ver a una mujer llorar —recordaba al Señor T—. Y no me mal entiendas, quiero decir, si una persona hace llorar a una mujer tan dulce como tú, no merece ver que sufres esa persona, no merece ver tus lágrimas. No dejes que alguien vea que te hizo daño, por que va a querer seguir haciéndotelo.
T, le había dicho esto cuando su papá le dio su primera bofetada y ella corrió directo a su habitación.
Su padre, no parecía estar cuerdo. Vita podía ver como tenía una mirada que aparentaba no estar presente. Y con esa misma mirada, la volvió a bofetear.
—¡Ven! —le volvió a gritar— ¡Vamos pégame!
—No quiero —susurró ella. Ya no quería seguir aquí, se sentía presionada, sentía que ese nudo se hacía más y más grande.
Los ojos de su padre volvieron a sí mismos, y olvidó completamente lo que estaba haciendo antes de que Vita llegase, y como si fuese nada. Decidió olvidarla y dejarla ahí.
—Espera aquí —le advirtió con un tono amenazador.
La manguera del sótano estaba perforada, este mismo comenzaba a inundarse y su tiempo estaba contado. Así que una vez más volvió a preferir arreglar otras cosas, a su hija.
Vita estaba en el suelo, sentada con sus manos en su rostro, su cabello se había despeinado, seguía soltando lágrimas, e intentaba cubrirse, pues aún seguían esas palabras del Señor T, en su cabeza.
—Nadie debe saber que me hizo daño —susurró mientras su padre corría afuera de su casa—. Nadie.
Cuando comenzaba a dejar de llorar, se limpió las lágrimas, se arregló su cabello, y se levantó de donde estaba.
A la misma vez llegó su padre con un par de herramientas, ya había terminado de arreglar la manguera. Y aún no se había olvidado de Vita.
—Ve al sofá —señaló a Vita con una de sus herramientas—. Separa esa correspondencia.
Ella fue sin dudarlo, pues las herramientas en las manos de su padre lograron intimidarla.