Después de que Vita conociera a la pequeña niña y esta, la invitase a entrar a su casa. Conoció a toda su familia, la mamá de la pequeña niña le comentó lo que sucedía. Y a esto mismo Vita nuevamente comenzó a llorar.
Ella le dijo que todas las mañanas, a las ocho exactamente. Suele ir a esa casa, se queda un rato mirando y luego suele irse por el lado contario.
Vita escuchó todo y no encontraba sentido alguno sobre ese argumento.
—Pero, ¿Por qué?
—Cuando tenías dieciséis, en tu cumpleaños —respondió la mamá de la pequeña niña mientras le ofrecía un plato de espaguetis—. Unas chicas te golpearon sobre un lavado.
Vita comenzaba a comprender, todo tenía sentido. Los primeros desmayos después de ese mes, las veces que le salía sangre por la nariz sin ninguna explicación, incluso cuando olvidaba las cosas que quería hacer.
—Y yo... —interrumpió Vita— Perdí la memoria.
Todo tenía sentido, excepto algo.
—¿Cómo saben del Señor T?
—Nosotras no sabíamos, tú nos lo contaste —respondió—. Esta conversación ya la tuvimos ayer, y hace una semana, y hace un mes. Vita, tú nos cuentas tu vida todas las mañanas, luego me acompañas a dejar a mi hija a sus clases, me acompañas a mi todo el día. Y luego regresas a tu departamento, con tu gato.
Muchas preguntas se le cruzaron a Vita, su respiración se hizo lenta y más intensa. Sus ojos parpadeaban más de lo normal y un nudo en su pecho comenzaba a brotar.
—Me has contado lo bien que te llevabas con tu amigo de cabello blanco, me has contado la falta que te hace desde que desapareció. Incluso me has contado como llegaste a amarlo.
—¿Usted, sabe todo de mí?
—Eso parece —sonrió.
—Espere, ¿Qué gato? —preguntó confusa.
Al segundo que Vita preguntó, el gato de pelaje gris, entró a esa misma casa por la ventana que solía estar entreabierta. Se acercó a Vita y comenzó a frotar su cabeza con la pierna de ella. Dio un par de vueltas y posteriormente, este pasó a subirse al regazo de Vita para echar un sueño muy profundo.
—No sabemos nada sobre él —respondió—. Solo sabemos que siempre quiere estar a lado tuyo.
Ese mismo día, Vita hizo lo mismo que ayer, lo mismo que hace una semana y lo que seguía haciendo desde hace ya un mes.
El ciclo de Vita pareciese eterno, que iría a esa casa, la observaría por un tiempo y luego iría a sentarse en el mismo lugar que se sentaba todos los días, intentando no olvidar al Señor T.
Lo hacía como si su destino ya estuviese escrito en un libro sin fin, y aún quedaba la duda del por que el Señor T se fue.
Pues Vita no sabía que el Señor T sufría por lo que hacía. A él no le gustaba ser como es, no le gustaba llevarse vidas, ni que las otras personas lo odiasen.
El Señor T, fue castigado por amar a la vida. La muerte podría hacer lo que quisiera y por toda la eternidad, sin embargo, tendría excepciones. Una de las más importantes, era que no podría amar a la vida, aunque esta le correspondiera. Si llegase a suceder esto, ocurriría lo contrario. La Muerte esta vez ya no podría ver a la vida.