Maté a mi hermano.
Fue algo completamente accidental... pero eso no importaba. Lo maté y tendría que vivir con eso por el resto de mi vida.
Lo peor de todo era que la única persona que sabía que lo había matado era yo... porque esta vez, nadie más lo conocía... nadie mas sabía de su existencia... ni siquiera mis padres... y ahora, jamás lo conocerían.
En mi otra vida tuve dos hermanos: Silvia y Carlos... o Charly, como le decíamos de cariño.
Silvia era una diosa, tenía los ojos verdes mas hermosos y enigmáticos que yo jamás había visto, rasgados, como los de un gato... su carácter también era felino, volátil, voluntarioso... tenía el cabello rubio y lacio, perfectamente bien acomodado a pesar de haberse recién levantado y un hermoso cuerpo de reloj de arena que hacía que tanto hombres como mujeres voltearan a verla...
En mi otra vida Silvia Candiani... o Sil, para mi... había logrado salir de la pobreza, conocer todos los lugares que había querido y comprarse todos sus caprichos... pero nada es gratis, en esta vida todo tiene un precio y más bajo la estrecha situación económica de la que siempre fue víctima mi familia... en el caso de Sil, su válvula de escape fue la prostitución. Pero bueno, esa es otra historia... porque en este capítulo de mi vida, hablaremos exclusivamente de Charly.
Charly... el más pequeño y por ende, el más consentido de los tres... el eterno dolor de cabeza de mis padres, el irresponsable... el que prefería mil veces pasar su vida dentro de su zona de confort antes que salir a intentar darle una mordida al mundo.
Charly, mi hermano pequeño... una persona que jamás tuvo hambre de nada, un chico que encontró la forma de que todo mundo tomase las decisiones por él antes que asumir la responsabilidad de cualquier cosa (por más mínima que fuera), un ser noble, extraño y bastante parasito de mis papás.
Nunca estuvimos de acuerdo en nada salvo en aventarnos largos maratones de series cuando podíamos. El no podía entender mi existencia y yo no concebía la suya.
Mi pobre padre, inclusive en la universidad, le hacía las tareas... desvelándose muy a pesar de que al otro día le tocase una larga jornada laboral.
Mi pobre madre, que gastaba todo su dinero y energías en preparar un desayuno que casi siempre terminaba siendo ignorado, para después llevarlo a la escuela cuál niño pequeño. La vida de mi madre parecía también girar en torno a las tareas que se le olvidaban en casa a Charly.
Y entonces, cada vez que Charly presentía que estaba a punto de recibir la regañiza de su vida, les compraba flores (con el dinero de ambos) y aquel simple remedio bastaba para que lo volvieran a tildar de "él más detallista de todos mis hijos" "el de mejor corazón"
Charly tenía ya 24 años cuando morí... pero parecía de 15, tanto física como mentalmente. Su cabello era rubio cenizo, ondulado y casi siempre grasiento, pues solo se bañaba cuando se le obligaba a hacerlo. Su nariz asemejaba al pico de un gran loro, al igual que la mía. Su complexión era más bien flaca pero con pancita. Y su color de piel era blanco de encierro. Blanco marca soy-un-maldito-adicto-a-los-videojuegos.
A Charly lo mal acostumbraron a darle dinero cada domingo. Dinero que ahorraba meticulosamente en botellas de vidrio de CocaCola y cuando mis pobres padres tenían alguna emergencia de salud o de cualquier índole. Charly les PRESTABA su dinero, y se cercioraba de cobrarse hasta el último centavo con recordatorios incómodos y fuera de lugar.
"Hola mamá, buenos días, todavía me debes 53 pesos" -saludaba con su voz aguda y gangosa, acompañando el saludo de su risita nasal habitual.
Su postura era encorvada, tenía dedos largos, pálidos y lampiños, y los dientes bastante amarillentos porque eso del aseo como ya mencionamos con anterioridad, no era su fuerte. Pero lo más característico de él era su forma de caminar, con las piernas semi abiertas, como si le acabaran de dar una patada en los huevos.
Y su forma de vestir denotaba por demás su extrema flojera... mis padres siempre se esforzaron por comprarle ropa buena (por ser el hombrecito) pero todo aquel que lo conociera siempre lo recordaría con las mismas 4 playeras y el mismo par de pantalones... ¿y por qué? Se preguntarán.
Porque lo usaba, lo ensuciaba, se lavaba y se volvía a acomodar encima del resto de su ropa y su flojera para buscar o mover sus cosas era taaaantaaaa que él feliz de la vida agarraba lo que estaba encima de todo, una y otra y otra vez.
Había terminado la carrera a empujones, una carrera que jamás ejerció, pues terminando se metió a lavar coches en el pequeño lava autos de su mejor amigo, dándoles una vez más, una tremenda patada en el culo a mis padres.
Ese había sido mi hermano Charly y yo lo había matado.
Tenía 5 años cuando me di cuenta de que Charly jamás existiría, y entonces lo que había provocado me cayó como balde de agua fría.
Porque mi hermano, Charly, había sido fruto de una de las reconciliaciones más emblemáticas a lo largo de la relación de mis padres. Charly había sido la forma en que habían decidido unirse más el uno al otro, como esposos, como padres... como equipo.
Sin embargo en esta ocasión, jamás habían tenido la necesidad de pactar su reconciliación de tal manera debido a que a los ojos de mi madre, mi padre jamás le había sido infiel... ni lo volvería a hacer. Así que ese pacto jamás había existido, ni lo haría.
Fue algo duro.
Pasé semanas llorando en mi cuarto sin poderles explicar a mis papás que era lo que ocurría.
Terminé yendo a un psicólogo al que tampoco pude explicarle nada... al final inventé que accidentalmente había visto una película de terror, tuve que tratarme mis sentimientos y continué mi papel de nena de 5 años.
La muerte de Charly sería algo con lo que tendría que cargar por el resto de mi vida... porque a pesar de todas las cosas horribles que les había hecho pasar a mis padres... había sido mi hermano... pero ahora solo vivía en mi memoria.
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Editado: 17.07.2021