Supongo que mi cara de asombro fue más que evidente en cuanto llegue al que sería mi salón en el primer día de clases... ya que después de la cara que hice suscité toda clase de comentarios por parte de mis nuevos y maduros compañeros de 8 años.
"Esa es la que dicen que es muy inteligente ¿verdad? Jijiji" -musitaba una vocecilla sin miedo a ser escuchada.
"Yo creo que como es muy pobre nunca ha estado cerca de gente como nosotros..." -le respondía otra voz como si acabase de descubrir la cura de alguna aparatosa y letal enfermedad.
"Pues obvio no, porque todos los pobres son cafés y yo creo que ella solo tiene amigos cafés" -afirmaba una tercera voz, con una nueva hipótesis que parecía tener el potencial de sacudir lo que todos conocemos como 'Orden Mundial.'
"Pero ella no es taaaan café" -éstas jóvenes personas parecían decididas a ser nominadas a un Nobel, ya fuese por sus increíbles descubrimientos o su meticulosa capacidad de observación.
"Yo ya decidí que no quiero ser amiga de alguien que tenga amigos cafés"
"¿Por qué se le queda viendo tan raro a Argelia?"
No voy a hablar del evidente racismo inculcado desde edades tempranas en estos sectores económicos y sociales de mi querido México... porque más que ofenderme, me causaba una profunda tristeza la formación de estos niños y la clase de comentarios que habían ido escuchando mientras crecían. Tampoco hablaré de que por unos segundos me dió escalofríos pensar en el tipo de trato que recibían las personas que trabajan haciendo aseo en sus respectivas casas, por parte de sus padres y de ellos mismos...
Cosa que tristemente comprobaría a lo largo de mi estancia en el tan aclamado colegio, cuando les escuchara accidentalmente presumiendo con el mayor de los orgullos sus "hazañas de valor" para con estas pobres personas... porque mientras la nena Patricia Antunes se jactaba de haber acorralado a la señora que les hacía la comida, con una escoba hasta hacerla llorar, Xiomara Monroy le contestaba que eso no era nada porque ella le había llegado a quemar la trenza a una de esas señoras, con la pistola encendedor de la cocina, para que se diera cuenta de lo horrible que era su trenza y eso la motivara a irse al salón de belleza, como su mamá que siempre tenía un cabello impecable y hermoso... así de triste y corrompida era su lógica. Estaba frente a la elitista cuna de quienes serían los futuros líderes del país, y daba miedo.
Pero como dije, tal vez hable de ello a profundidad unos cuantos capítulos más adelante o tal vez nunca lo haga... Regresemos a mi primer contacto con el salón, con ellos, y a mi evidente cara de asombro... Y he de decir que tenían un poco de razón en casi todo.
Sí, sí era mucho más inteligente que ellos (o eso quiero pensar) pero porque casi tenía mentalmente cuatro veces su edad.
Sí. Nunca había estado cerca de gente como ellos pero lo que los caracterizaba nada tenía que ver con su color de piel.
Sí, yo había tenido amigos a lo largo de mi vida de todos los colores de piel que existían, pero su físico siempre me había sido irrelevante y tampoco tenía relación alguna con su poder adquisitivo.
Y Sí. Por supuesto que mi cara de asombro estaba completa y totalmente dirigida a Argelia Porras.
Una preciosa niña de cabello ondulado y perfectamente acomodado que caía en forma de caireles de la típica muñeca de porcelana de los años 70, acomodándose por debajo de sus pequeños hombros, tenía una nariz alargada pero fina, labios también alargados pero delgados y una piel blanca rosada adornada aquí y allá con algunos minúsculos lunares color chocolate. Sus caireles de cobre estaban recogidos por una media coleta con un listón azul marino sujetándolos con el moño más perfecto del mundo.
Argelia me miro de arriba a abajo y luego regresó a lo que estaba haciendo: seguir acomodando sus colores de grande a pequeño, dentro de su estuche de plástico.
Reaccioné encogiéndome de hombros y decidí centrarme también en mis propias cosas. Saqué un trapo y le puse gel antibacterial antes de limpiar el que sería mi pupitre.
Todos ellos me miraron como si acabara de comerme una rana viva.
Después acomode mis cosas y me senté mientras fingía escribir algo en mi libreta... pensando... pensando en Argelia.
Porque jamás pensé que me toparía con una persona que había conocido en mi otra vida. Y mucho menos a ella, y eso era triste porque yo sabía todo lo que estaba por acontecer en su pequeña y simple vida.
Actualmente Argelia vivía con su madre, que había dejado a su padre casi al momento de saber que estaba embarazada de ella... Luego comenzó a trabajar y le fue lo suficientemente bien como para tener a su pequeña rodeada de lujos y en puras escuelas de élite.
Por aquel entonces ser hija de una madre divorciada automáticamente te etiquetaba como una "nena que no es de familia bien", etiqueta con la que había cargado Argelia a lo largo de sus tiernos ocho años... sobretodo cada "festival del Día del padre" pues como seguramente ya se dieron cuenta, nuestros compañeros carecían totalmente de escrúpulos al momento de hacer sus comentarios y tristemente, la discreción de los adultos que los estaban educando no era mucho mejor.
Lo que nadie sabía era que la relación que ella tenía con su madre era mucho más fuerte y profunda que lo que la mayoría de ellos jamás podría lograr hacer con el vínculo que tenían con sus propios padres.
La Argelia de esta época, a pesar de todos los estigmas sociales, era una niña feliz... pero Argelia no sabía que solo le quedaba un año de esa felicidad a lo mucho...
Pues a principios de su cuarto año de primaria, su madre seria secuestrada para no ser encontrada jamás, su estilo de vida cambiaría y sus abuelos, a pesar de vivir de una manera bastante bien acomodada en la actualidad, gastarían hasta lo que no tenían con tal de encontrar a su adorada hija, dejándose engañar una y otra y otra vez por estafadores y mediocres programas de televisión que solamente los usarían para alimentar el morbo de sus espectadores.
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Editado: 17.07.2021